'Petardismo'

Movilizaciones estudiantiles en Barcelona.

¿Dónde nos habíamos quedado la semana pasada? ¡Ah, sí! Estaba en el sofá con mis gatitis viendo el informativo. A Moruna y a Gala se la trae al pairo lo que pase en el mundo, y lo único que les puede interrumpir el sueño, acurrucadas en mis pies, es un sonido semejante al que haría un abejorro o, en cualquier caso, una bomba que en origen fuera petardo. Sin embargo, a mi León parece que le inquietan más las imágenes de colapso de una Barcelona que da pena. Mira las imágenes del fuego en las calles y los movimientos que generan en la pantalla los enfrentamientos entre jóvenes aleccionados y la Policía que obedece órdenes (no se sabe muy bien desde qué lado).

Sin entrar a valorar el conflicto catalán en toda su dimensión, lo que requiere de un análisis más extenso, tan sólo me permito recordar que éste se disparó en el momento justo en que salían a la luz los graves casos de corrupción protagonizados por Pujol y compañía. No olvidemos los porqués, que se diluyen con el paso del tiempo y los acontecimientos.

Donde sí quiero poner el foco de atención es en la gravedad de lo que está sucediendo en las universidades lo que, a fin de cuentas, es un fiel reflejo del enorme desgaste y destrozo que este delirio colectivo, absolutamente teledirigido por poderes fácticos, adobados durante décadas por los propios gobiernos españoles, está provocando en una región que estuvo a la vanguardia en Europa y era modelo de desarrollo en todos los ámbitos. Ya no lo es y a los datos que hay al respecto me remito.

Pena de Cataluña, de Barcelona y de los ciudadanos que rechazan la violencia, independientemente (nunca mejor dicho) de su ideología política. Y entre éstos, los estudiantes universitarios que, por imposición de unos radicales fascistoides, tienen que abandonar sus estudios si no quieren que les increpen y agredan o, en caso de los más valientes y arrojados, liarse la manta a la cabeza y enfrentarse a los piquetes que les impiden el acceso a las clases.

El panorama muestra una universidad pública que no es libre, en pleno siglo XXI. Y, quizás lo más indignante de todo, es que sean los propios responsables de estas instituciones, los rectores, los que amparen esta falta de libertad.

Los señores rectores de los siete campus públicos de Cataluña tan sólo han hablado a través de manifiestos, idénticos, de sus respectivas universidades para pedir la libertad de los “presos políticos”, censurar la “represión policial”, cuestionar el fallo judicial y reivindicar un supuesto derecho de autodeterminación. El mismito discurso y proclamas de las fuerzas independentistas. ¿Dónde queda la supuesta autonomía de la universidad pública, concebida como centro de conocimiento y pensamiento crítico?

Por su parte, los estudiantes radicalizados, ansiosos de enfrentamientos y de obedecer órdenes de unos superiores (que precisamente no son los rectores), cual ejército al uso, manifiestan que no pueden asistir a clase y que no pueden estudiar por “la causa”. Y los rectores, empáticos y simpáticos, entienden que se paralicen las clases y, ya puestos, que se dé el aprobado general, que poco les queda para esa tomadura de pelo.

Y yo me pregunto, ¿no pueden manifestarse y liarla parda, como les dé la gana, sin cercenar el derecho de los estudiantes que sí quieren asistir a clase y continuar con su proyecto de vida? ¿No sería más justo que esos revolucionarios se tomen el año sabático y dejen de molestar e imponer cual dictadores su ideología? Que les devuelvan, por qué no, el dinero de la matrícula (seguramente a sus padres), para que por la noche se vayan a quemar contenedores o a la Conchinchina. Están en su derecho, como el de todos los demás a seguir estudiando. Ojalá impere la cordura, el respeto y el pragmatismo. Y que la universidad siga siendo un foro de pensamiento libre, donde el diálogo no esté reñido con la movilización y la lucha por unos ideales. Empieza Masterchef y mi León ya se ha dormido.

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