Persona tóxica

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El sufrimiento y la soledad acaban viviendo en la casa de quien los provoca.

El sufrimiento y la soledad acaban viviendo en la casa de quien los provoca.

Va circulando por ahí la expresión “persona tóxica” como sinónimo de persona metafóricamente venenosa. Que es dañina: manipuladora, mentirosa, artera, envidiosa, ambiciosa. Que antepone cualquier medio para alcanzar su propio fin. Y que contagia ese “veneno emocional” a las personas que andan a su alrededor.

Yo no quiero decir que todas las personas sean igual de valiosas, ni mucho menos. Es evidente que hay personas honestas, sinceras, generosas… y otras que no lo son o lo son menos. Pero no me siento cómodo en este modo de pensar binario que funciona como un ordenador: verdadero/falso, bueno/malo, acierto/error, correcto/incorrecto… saludable/tóxico. Este modo de pensar sugiere una cierta pobreza intelectual que da la espalda a los infinitos matices con los que se nos presenta la realidad. (Es curioso que los esquimales tengan cuarenta palabras para significar distintas formas de lo que el resto de la humanidad identifica con la palabra “nieve”. Y es que en esa finura para distinguir tantas formas distintas de la nieve puede encontrarse para ellos la circunstancia de sobrevivir o no).

De manera que las palabras son convenciones sociales para significar objetos más o menos determinados. Por ejemplo: “mentira” puede ser la justificación de un niño que no ha hecho la tarea o una gran promesa ante millones de electores formulada solemnemente por el presidente del Gobierno. Pero, claro, ambos hechos no son “mentira” de la misma manera.

Y, además, lo cierto es que todos en alguna ocasión hemos podido ser “mentirosos”, “manipuladores”, “envidiosos” o “ambiciosos”. Por suerte o por desgracia, el bien y el mal están más repartidos de lo que parece y nadie tiene ninguno de los dos en exclusiva.

Además, tenemos algunas evidencias: si una persona se llama a sí misma tóxica entonces es muy probable que lo sea un poco menos de lo que dice; por lo pronto, las llamadas personas tóxicas no reconocen serlo. En esto consiste una parte de su toxicidad… Otra cosa es que reclame el primer puesto del campeonato mundial de la maldad. Deseo éste muy vanidoso y bastante poco creíble, la verdad. Para ser muy malo hay que echarle mucha voluntad a la cosa. Lo normal (lo frecuente) es que estemos a medio camino entre el miedo y el valor, entre la generosidad y el egoísmo cotidiano. Por desgracia, más que malos somos tibios, indiferentes al dolor ajeno. Con cierta escasez de empatía y un poquito de mala leche. No mucho más.

A veces, una herida, una debilidad honda, una tristeza, una vida vivida como fracasada, se revisten de ironía, de egocentrismo. Y, en ocasiones, estas personas pueden llegar a producir un daño gratuito e innecesario. Es la toxicidad de los débiles, que intentan presentar una imagen de indiferencia, cálculo y frialdad. Aunque su propia coraza de soberbia y dureza les impide a menudo reconocerlo. Pueden necesitar ayuda más que condena. Pero, al final, el sufrimiento y la soledad acaban viviendo en la casa de quien los provoca.

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