Una cena con vinos.
Una cena con vinos.

No seré yo quien defienda la política de la pobreza, pero sí los beneficios de una sencillez aceptable. Por debajo suya acecha la ruin dependencia, y no mucho más arriba, las obligaciones pueden desplazar dones estimables de la vida.

En un equilibrio razonable, que hoy día es pobreza, o umbral de la pobreza, por darle suntuosidad, puede brotar un bienestar que da entre otros frutos: libertad, paseos nocturnos y descubrimiento de bares, el estudio del mar (que además sirve para entender a los presocráticos), la observación del vuelo de las aves (o dotes augurales), la contemplación de las ruinas, lecturas de coma a coma con cenas de castañas asadas, y sueños a pierna suelta. Por supuesto, no es recomendable, pero los antropólogos saben que todo pueblo indígena y feliz no gasta más de cuatro horas al día en cubrir sus necesidades esenciales. Con ese ratillo tienen bastante. -¿Y qué hacen el resto del tiempo?- preguntaba la periodista al jefe indígena de la tribu lapona. -Vivir, señora, vivir- respondía éste con su gorro multicolor de cuatro puntas.

El otro día fui a un evento de esos que llaman de sociedad, es decir, un evento con copas de champagne y canapés, donde apareció ese invitado que en un momento de confidencias viene a reconocer la paradoja de trabajar todo el día y ganar un sueldo nunca suficiente para trabajar menos horas. Entones la melancolía de riqueza y lujo se posa sobre sus hombros, y al final, despotrica del perezoso.  

José Luis Cano (Algeciras 1911- Madrid 1999), que da nombre a la buena biblioteca municipal de Algeciras, escribe en Divagaciones sobre la pereza andaluza: “Esclavos de la prisa, del trabajo cotidiano, del pluriempleo destructor, del ritmo frenético que impone la máquina, hoy todopoderosa, sentimos como un regalo de los dioses cuando el azar -una ligera enfermedad, unas breves vacaciones- nos brinda el ocio perfecto para poder hacer tantas cosas gustosas que no requieren trabajo, como por ejemplo, quedarse pensando en las musarañas…”.

Hoy un hombre debe tener cuidado al hacer públicas algunas cosas, incluso naturales, como su pereza. Los ojos de la intendencia se echan encima y se acabó ‘la larga siesta contando vigas’ (José Joaquín de Mora nuestro inquieto gaditano). Sin embargo, son muchos, y no todos borrachos como Baudelaire, Bécquer, Stevenson o Rimbaud, también Bertrand Russell o Cernuda… que hablan bien de ella.

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