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No me gusta ser demasiado explícita públicamente en lo que refiere a mis opciones políticas; ni estar siempre criticando a los que ganan mucho dinero, bien en la política, o en puestos a los que acceden de forma poco clara.  No puedo evitar pensar que cada cual en su nivel  tiene alguna mancha moral. No hay más que observar a nuestro alrededor y veremos que estamos rodeados de pequeñas corruptelas cotidianas. Sí, ya sé que nada importante, comparado con lo que estamos viendo en estos días por los medios de comunicación. Pero son proporcionales al ambiente en el que cada cual se mueve y las posibilidades que nos dan las circunstancias que nos rodean. No somos ángeles, eso está claro. 

Los que fuimos educados en el Evangelio, todavía nos resuenan las palabras de Jesús: “¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?" (Lucas 6, 41-42) A mí al menos, es una frase que me lleva a la reflexión. 

Viene a cuento esta introducción por la indignación con la que asistimos desde hace algún tiempo a tantas y tantos casos dentro del mundo político y social, entre los que el señor Jordi Pujol, antes Molt  Honorable, me parece reseñable, dicho sea de paso. He vivido cuarenta años o más en Catalunya y he sido testigo muy directo de esa especie de Líder no sé si Carismático o Mesiánico, que tal vez signifiquen la misma cosa en la realidad concreta. Al fin y al cabo el Carismático aparece ante nuestros ojos como alguien capaz de sacarnos de apuros, de salvarnos la vida, de resolver los problemas colectivos, sean de la índole que sean. El Mesiánico es ese tipo de personaje que se cree ungido, investido con una autoridad para llevar a cabo grandes gestas; vaya, que tiene una misión de esas que le llevarán a los altares. De esos hemos conocido a unos cuantos desde que llegó la tan manida Democracia. Cada cual que ponga rostro al modelo. 

Pues bien, Pujol era este tipo de político que se creía por encima del bien y del mal. Lo hemos visto tratar a los periodistas por encima del hombro y mandarlos callar cuando a él no le convenía responder a alguna pregunta de esas incómodas. Lo hemos escuchado en sus mensajes navideños o en las celebraciones de la Diada, ensalzando las grandes virtudes del catalán medio, pero sobre todo de los catalanes patriotas; no vayamos a confundirnos, que no todos son iguales. El patriota es de una especie especial, y valga la redundancia. Pero lo que siempre me ha llamado la atención,  y ahora se estrella contra la realidad, es esa identificación que él mismo se había creído: Pujol es Catalunya y Catalunya es Pujol. Quien me ataca a mí, está atacando a Catalunya. ¡Toma ya! Y lo peor es que la gente, la buena gente se lo creyó y, hasta lo votó durante 30 años. 

Así que si Jordi Pujol nos caía mal, nos caían mal los catalanes, si nos manifestábamos contra algo que el Honorable había hecho, estábamos poniéndonos en contra de Catalunya. Y, por supuesto, si él pronunciaba alguna frase de esas lapidarias, como por ejemplo: “Es catalá tot el que viu y treballa a Catalunya”  Todo el mundo aplaudía y repetía la máxima, como una VERDAD. ¿Cómo se podía dudar algo así?  O sea, que no le pasaba al  Honorable, como a los vascos, que si no tienes ocho apellidos de rancio abolengo, no te consideran un ciudadano de la tierra norteña. Pero claro, había que ganarse a tantos xarnegos y nouvinguts para la causa. Así que ¡Hala, a invertir en normalización lingüística! Tots a parlar catalá, a bailar sardanes y a apuntarse a los castellets: “Entre tots ho conseguirem”, parecía ser la consigna. Y como los nouvinguts eran los que engendraban nuevos retoños, el discurso había que ajustarlo a la realidad. Ya no somos catalanes los nacidos en Catalunya, sino todo el que vive y trabaja en esta tierra. La población siempre ha sido un tema fundamental en el desarrollo de los pueblos. Y no hay más que ver documentos en los archivos históricos, y leer discursos decimonónicos, sobre la fuerza de las naciones con más habitantes. 

Pero claro, una cosa es el discurso y otra la realidad diaria. Y si no que se lo pregunten a la gente llegada desde los distintos pueblos y regiones… ¡Ay, perdón, quería decir Comunidades Autónomas. A todos esos que en los años sesenta se situaron en el cinturón industrial de Barcelona, y, posteriormente, a los extranjeros que fueron ocupando los pisos de esos barrios, cuya población, ya envejecida, ha ido instalándose en otras zonas, desapareciendo, o volviendo a sus lugares de origen.  

Bueno, que se me va la olla. A lo que iba. El “hijo político”, como él mismo se ha dado en llamar, o sea, el ex President Artur Mas ha afirmado, sin sonrojo que lo de Pujol es algo completamente privado, familiar, que no tiene nada que ver ni con el partido, ni con el proyecto político de CIU. Y yo me pregunto: Vamos a ver… ¿En qué quedamos? ¿Meterse con Pujol no era como meterse con Catalunya? En otras palabras. Él era Catalunya y Catalunya era él. ¿Por qué entonces ahora, cuando se descubre que se ha enriquecido y ha estafado al Estado Español y a Catalunya, que ha vivido de espaldas a la ley y para más inri, se ha convertido en una especie de modelo moral para sus hijos… Vamos, un Ruiz Mateos, más o menos. Pues como decía… ¿por qué entonces ahora se nos dice que lo que ha hecho el señor Pujol es algo privado que no tiene que repercutir en el proceso político independentista, ni en la organización CIU? Lo cierto es que el matrimonio Pujol sigue paseándose por su barrio sin asomo de sonrojo, que Artur Mas se ha atrincherado en su puesto hasta no tener más remedio que dejar paso a un buen alumno: el señor Puigdemont. Ya tenemos nou President, ya podemos respirar tranquilos. Pero ¡Ay sorpresa! La semana pasada, el último Honorable se ha visto obligado a dar explicaciones de las dádivas recibidas por una institución que ahora representa y que, no lo olvidemos, tiene el apoyo de millones de ciudadanos.    

¡Ver para creer!

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