No reconozco a mi generación. Puede parecer a simple vista una afirmación exagerada, pero los acontecimientos me lo confirman cada día cuando ya las canas empiezan a aparecer por mi cabeza bajo una sensación absurda de histeria.
No reconozco a mi generación. Puede parecer a simple vista una afirmación exagerada, pero los acontecimientos me lo confirman cada día cuando ya las canas empiezan a aparecer por mi cabeza bajo una sensación absurda de histeria. No es cuestión de contar o no con estudios superiores, sólo de catadura moral. Cuando a veces una inicia una conversación, sea cual sea el ámbito donde te muevas, cuento con la sensación de que me separan años luz de la gente con quien comparto cumpleaños, recuerdos de la infancia o simplemente vecindad.
El esfuerzo de nuestros padres por procurarnos una educación digna, las batallas intestinas que históricamente hemos librado las mujeres porque reconocieran nuestros derechos, los desequilibrios de poder, las brechas salariales… y otras miles de causas parecen haber caído en el olvido.
Hay quienes se empeñaron en borrarnos el disco duro de los pensamientos, las ideologías, los posicionamientos, y ciertamente que lo han conseguido. En la era de la información más brutal de la humanidad, la lógica y el raciocinio parecen haber desaparecido en aquellos que promulgan el éxito personal en forma de salario, vivienda, coche y vacaciones a plazos. Ellos ostentan la etiqueta de los victoriosos, imponen ejemplos de conducta e incitan a la envidia colectiva. Es ahí donde se equivocan.
Hace años comprendí –la sabiduría no es cuestión de edad sino de aprendizaje vital– que ese estilo de vida no es el que añorábamos de niños, ni de adolescentes que nos revelábamos contra el sistema. Hoy en día esos egos estériles que sólo responden a los cánones que nos marcan las grandes firmas en forma de marketing invasivo no representan modernidad sino paso atrás incendiarios.
No es la era del cambio, sino el cambio de era lo que debe determinarnos como seres humanos, mediante el fortalecimiento de la emotividad de identidades perdidas como la autoestima, los valores éticos, el respeto, la humildad o el civismo. A ellos si les toca colgarse medallas frente a los sentimientos vanidosos y autocomplacientes donde sinceramente nunca me he identificado. Pasos atrás ni para coger impulso.