Paseando a Miss Telma

Para los perros, no existe la insidia ni el rencor. Son la máxima expresión del amor incondicional, ya sea correspondido, o no

Telma.
26 de mayo de 2025 a las 09:28h

Mi perra Telma ―nuestra perra― tiene mucho de Jorge Luis Borges. Su mirada ambarina y límpida, además de huidiza, me recuerda la frase del genio argentino, “no hables a menos que puedas mejorar el silencio”. Y en esto de los silencios, ya sean completos o incompletos, incómodos o no, nuestros amigos peludos son verdaderos ejemplos a seguir.

Díganme si existe una forma más efectiva y efectista de llenar los silencios que con la mirada amorosa y fiel de un perro. No lo intente, ya se lo digo yo: no la hay.

La compañía y los lengüetazos de nuestros amigos de cuatro patas y trufa húmeda desbaratan cualquier atisbo de melancolía o soledad.

Por eso, estoy seguro de que el caprichoso Dios, que no dejó nada al azar en su ensoñada creación, decidió regalarnos al perro para hacer de nosotros mejores personas. Y pobre de aquel que no quiera verlo.

Para un ser humano, tan viciado por las trivialidades mundanas, la compañía de un perro es algo que adquiere una importancia capital ―y que a día de hoy todavía no hemos aprendido a valorar―. Ellos, aportan el punto de equilibrio necesario. Su constante y manifiesta sencillez es un recordatorio de que, por más que nos obcequemos en hacer fácil lo difícil, esto es mucho más simple. Por eso, no me cabe la menor duda de que la vida es un lugar mejor en compañía de un perro.

¿Alguna vez se han preguntado por qué al llegar a casa derrengados, nuestro perro nos recibe como si llevara lustros sin vernos? Aquí el que escribe es incapaz de hallar una respuesta convincente, pero sí tengo claro una vez más (y pierdo la cuenta), que los perros vuelven a sentar cátedra y señalan el camino.

La fiel compañía perruna en conjunción de un paseo vespertino es como sellar un billete hacia una quinta dimensión; la anhelada transfiguración de lo cotidiano a un paisaje machadiano donde, hasta el trino de los pájaros nos envuelve en un paradisíaco realismo mágico.

Qué bien nos vendría a todos ser un poco más perros. Su callada enseñanza nos interpela sobre la importancia de las cosas básicas, como por ejemplo aprender a valorar el presente. Para un perro no existe el plan futuro. El inocente concepto de existencia de un perro orbita sobre el aquí y ahora. Amar de manera desmedida porque no quizá no exista otra ocasión. La exquisita certidumbre de un ser puro, preñado de una nobleza que no conoce igual.

La valentía ante lo desconocido es otro de los grandes atributos de nuestros seres queridos peludos. Si bien es natural sentir miedo en determinadas ocasiones, enfrentarlo con valentía nos puede abrir puertas hacia nuevas experiencias. El peaje necesario hacia el crecimiento personal.

Pero si hay algo que todos, sin excepción, deberíamos grabarnos a fuego, es el arte de perdonar. Para los perros, no existe la insidia ni el rencor. Son la máxima expresión del amor incondicional, ya sea correspondido, o no. Y eso, en tiempos oscuros y de crispación, no hay dinero que lo pueda comprar.

Gracias por la lectura.