Paraísos paralelos

oscar_carrera-2

Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

'El día del dios (Mahana no atua)', de Paul Gauguin (1894).
'El día del dios (Mahana no atua)', de Paul Gauguin (1894).

Si a lo largo de la historia los hombres han sentido nostalgia por un tiempo remoto, el siglo XX ha preferido buscar su referente en un lugar remoto. Todo empezó, quizá, con la revolución rusa: de repente un país de tercera fila, infraestructuralmente atrasado y con un influjo cultural relativamente débil sobre las potencias occidentales, se colocaba a la presunta cabeza mundial del progreso, de acuerdo con ciertas ideologías populares (convenientemente reformuladas para hacerlo parecer así). Los que pudieron fueron a comprobarlo, o a dejarse engatusar por los recibimientos oficiales; los que no, tenían carta blanca para construir sobre él el faro que guiase sus vidas, defendiéndolo con uñas y dientes contra toda prueba desfavorecedora.

El movimiento se repetirá una y otra vez a lo largo del siglo: cualquier guerrilla, insurrección o toma de poder drástica, desde la Revolución Cultural china hasta la de los ayatolás iranís, pasando por Gadafi, los Castro o Pinochet, recibirá los vítores de algún sector de la intelligentsia occidental, la cual, a diferencia de sus pares del pasado, podía afirmar con rotundidad que su reino no era de este mundo: nada que estuviera ya hecho tenía valor; sólo aquello que estaba en proceso y, preferentemente, ubicado a la mayor distancia posible. El futuro pasó de medirse en años a medirse en kilómetros.

El hombre inquieto del siglo XX ha sido en muchos sentidos un homo erraticus, como diría Ian Anderson. Y no sólo en sus bandazos políticos. La divulgación de las culturas orientales jugó idénticas cartas: resulta que la utopía se encontraba en la India, o en los países budistas, o en los Himalayas o, más recientemente, en el ciber-Japón contemporáneo. Los años sesenta y setenta desgajaron nuevas perspectivas: el indigenismo, el multiculturalismo y el ecologismo simpatizaron con las sociedades de pequeña escala de África o Sudamérica, que ahora eran identificadas casi automáticamente, en el sentir popular, con una vida más natural y pura. Puede que fuera a partir de los ochenta cuando las “otras” culturas empezaron a dejar paso, en los ciclos imparables del interés colectivo, al subterráneo de la propia: el amor por las marginalidades sociales, por los extrarradios del sistema, que se considera a sí mismo más maduro que el exotismo que le precedió, pero que responde a una misma necesidad.

Parece que el presente, es decir, lo conocido, nos resulta casi siempre insoportable. Es necesario un contrapunto, aunque sea medio imaginario, desde el que orientarse y acumular fuerzas para afrontarlo. El movimiento clásico, como decíamos, era remontarse a un pasado remoto, a esas Edades de Oro que casi todas las culturas premodernas se han preocupado por ensalzar. El intelectual moderno, cuyos ideales de progreso social le impedían idealizar el pasado, ha preferido idealizar los otros presentes.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído