Covid-19

'Cuatro árboles', de Schielle.

Hace 26 años y en un periodo que duró tres meses, entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994 en Ruanda, el gobierno hutu llevó a cabo un intento de exterminio de la población tutsi, estimándose entre 500.000 y un millón de personas asesinadas, el 70% tutsi, muchos a machetazos. Estos hechos sucedieron hace ahora 26 años, no en el Paleolítico.

Podemos contar por cientos de millones (cientos de millones) las víctimas desde 1914 hasta el final del siglo XX, a consecuencia de guerras entre humanos: los millones de muertos de la Primera Guerra Mundial, de la Segunda Guerra Mundial, del holocausto judío, de la Guerra Civil; las decenas de miles de ajusticiados después de haber terminado la Guerra Civil, los innumerables crímenes de la Rusia Soviética, los asesinados en incontables golpes de estados y guerras locales, de la Guerra de Vietnam, de los millones de asesinatos del régimen de los jemeres rojos, de la inacabable guerra en Oriente Medio y millones de refugiados abandonados a su suerte…Todo ello ha sucedido durante el siglo en el que el hombre pisó la Luna. Algún dato más: dice Unicef que hoy morirán 19.000 niños por causas evitables, medio millón cada mes, casi 7 millones todos los años, un tercio de este total muere por hambre. Y el gasto global en armamento en el año 2019 fue de casi 2 billones de dólares; parece que con 245.000 millones al año se acabaría con el hambre en todo el mundo en diez años.

Da la impresión de que la Historia es un enorme río de sangre humana incesante a cuyas orillas hay espectadores ciegos y sordos, que se pelean unos contra otros a garrotazos para seguir tirando los cadáveres al río. Muchos de ellos -los que oyen y ven- no dan abasto en socorrer a los heridos, en remediar la hecatombe.

¿Por qué somos tan ingenuos de pensar que a partir de la experiencia de esta pandemia del Covid-19 las cosas van a ser de otro modo? ¿Y por qué pensamos que ese “otro modo” será mejor? ¿De dónde hemos sacado que cambiaremos enfrentamiento por cooperación o egoísmo por generosidad, o que vamos a dar importancia a las cosas necesarias y relegaremos las superfluas? ¿De verdad, alguien cree que esto va a suceder? ¿Y eso? ¿Podrían indicarnos en qué datos, en qué indicios, basan esta creencia?

¡Dicen algunos que esta pandemia nos va a enseñar nuestra propia fragilidad! Ay, Señor. La Historia, el mundo, nos enseña, día tras día, nuestra propia fragilidad y nuestra esencial inhumanidad. Nuestra contumacia en el error y nuestra perseverancia en la maldad. Nuestra brutalidad con el otro. Nuestra ceguera. Día tras día. ¿Nos mostró nuestra fragilidad la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima y Nagasaki? ¿El atroz atentado contra las Torres Gemelas? ¿La sistemática destrucción de Palestina o Siria?

Humberto Maturana, que es doctor en Biología y académico de la Universidad de Ciencias de Chile, en una reciente entrevista dice a propósito de la pandemia que nos asola: “La crisis puede inspirar una convivencia basada en la colaboración y la honestidad”. Pues sí. En verdad, podría inspirar eso. O podría no inspirarlo.

El optimismo y el pesimismo son actitudes del yo. Pero, a la realidad, a la vida, a la historia, a la naturaleza de las cosas…le da igual tu estado de ánimo. ¿Tú te encuentras más contento y más tranquilo siendo optimista? Pues estupendo. Mejor para ti.

La futura convivencia basada “en la colaboración” ya está aquí y nos la muestran nuestros políticos en el Congreso de los Diputados: hacía mucho tiempo que no habíamos alcanzado tal nivel de incompetencia, de deslealtad y de ferocidad, con un país desgarrado por el dolor. Esto ya lo vivimos en el siglo pasado. Así sucedió en casi toda Europa y, en especial, en Alemania, en Italia y en España en los años treinta del pasado siglo. Y como sociedad, como comunidad, no parece que hayamos aprendido mucho de aquella experiencia.

Esta epidemia -como todas las catástrofes mundiales- desnuda las almas y las deja a la intemperie. Y el espectáculo es sobrecogedor. Casi dantesco. El problema -es obvio- no es el Covid-19, es el virus de la corrupción moral, política y social que arrasa el mundo.

En mi opinión, el Covid-19 no es principalmente un problema epidemiológico. No se trata de la inmortalidad, sino de la moralidad. No de cuánto vivimos sino de cómo vivimos. En realidad, el virus es solo la circunstancia que, en esta ocasión, ha desenmascarado nuestra forma de vida: ¡cuando solo consumimos lo necesario, se hunde la economía! No se trata de sobrevivir al virus sino de reconstruir nuestras relaciones personales, nuestras familias, nuestras empresas, nuestros países, nuestra humanidad...con otros valores morales. 

El gran asunto de este nuevo siglo XXI no consiste en saber cuándo superaremos esta pandemia sino si comienza una revolución social, económica y moral, en la que el centro no sea el Yo sino el Otro. No hay muchos indicios.

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