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Lo que antes era el paraíso del ambicioso, del ávido de conocimientos, ahora es un páramo incierto de jóvenes con un futuro aún más incierto. 

Dijo Antonio Gala que, si ha sido algo gozoso en su vida, es universitario. Pues bien, ni eso nos queda. Lo que antes era el paraíso del ambicioso, del ávido de conocimientos, ahora es un páramo incierto de jóvenes con un futuro aún más incierto. Y no hablo sólo de España.

En su momento, no hace mucho, asistía cada día a la marcha (y formaba parte de ella), de las bandadas de estudiantes que atraviesan Ciudad Universitaria. Aspirantes a médicos, biólogos, periodistas, publicistas, abogados… ¿Realmente saben adónde van? A veces, parece que a lucirse, a hacer amigos, o a pasar el rato. Esa sensación me daba siempre, y me incluía ahí. 

En las aulas, una creciente apatía se extiende por las sillas, apatía que desaparece en cuanto se oyen las palabras “bueno, seguimos mañana” o “lo dejamos aquí”. Soluciones de ruptura, parecen. Ruptura que no entiendo, porque se supone que profesor y alumno tienen intereses compatibles: enseñar y aprender. Pero la mayoría de las veces no es así, y no sólo por parte de los alumnos.

El chico de los cascos enormes estudia Derecho porque sus padres son abogados; aquella estudia Medicina porque es lo que se esperaba de su alta nota media, pero no puede ver sangre ni en las películas; y así muchos, muchos más. Desmotivados. Por eso, o porque unos señores han decidido que les sea prácticamente imposible pagarse los estudios. Tal vez porque escasean los buenos profesores, o porque escasean las buenas asignaturas, y los buenos alumnos (o deberíamos decir alumnos motivados) porque nos enseñan de todo y no sabemos nada. Demasiados compañeros míos estudiaban Periodismo y no sabían por qué. Algo falla en el sistema educativo si pasa eso. 

Y no hablemos del desprestigio que sufren las carreras universitarias. “Bah, eso no tiene salida”, escuchamos continuamente. ¿Y qué? No es nada agradable ver cómo tus propios amigos salen escaldados de la que creían que era la vocación de su vida.

¿Realmente sabemos adónde vamos? Lo peor de todo es que formé parte de esas bandadas que “emigran” a nosabendónde. Por lo menos nos queda saber que lo hemos hecho bien, o que a menos lo hemos intentado. Y escribir. Y las horas de cafetería, claro. No se me olvidará que un profesor, en su primera clase, nos dijo que los mejores ratos de la carrera los había pasado allí. Sabia afirmación.

 

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