En academias militares de todo el mundo (EEUU, OTAN, Rusia…) se sigue estudiando el tratado De la guerra del teórico militar prusiano Carl von Clausewitz, escrito hace casi dos siglos tras las guerras napoleónicas. Una de las tesis que defiende es que la guerra es una gestión de las relaciones políticas por otros medios, y que ésta, la guerra, no debería iniciarse sin preguntarse qué se pretende obtener con ella, durante su transcurso y como objetivo último.
Este esquema, operativo en gran parte de las estrategias militares, nos muestra con crudeza el significado de la mayoría de las guerras modernas: el abandono de la política y la diplomacia para ser sustituidas por la violencia militar. Esto significa una derrota y retirada de la razón, cuyo espacio es ocupado por el ejercicio sistemático del mal moral, por la acción de mínima moralidad que consiste en causar la muerte de otros seres humanos y la destrucción de sus condiciones básicas y existenciales de vida.
También la realidad nos muestra que, una vez que se ha instalado el recurso al mal moral, a la guerra, como estrategia para imponer la voluntad sobre otros y, a veces, como fin en sí misma, la política, en el mejor de los casos, es la continuación de la guerra por otros medios, como la gestión a posteriori del resultado de la guerra. Esta inversión del esquema de Clausewitz es la que está planeada en el régimen de guerra que está imponiéndose en la actualidad en numerosos países, entre ellos España. Entendida así la guerra, como estrategia de Estado, tiene un precedente paradigmático en el caso de Israel. El régimen de guerra está instalado desde el mismo momento de su constitución como Estado en 1948. Desde entonces la maquinaria militar y la dirigencia política israelí se impuso como tarea expropiar, expulsar y exterminar a los moradores de las tierras palestinas, al pueblo palestino, para establecer en ellas únicamente un Estado sobre la base étnico-cultural judía y la religión judaica. Por tanto, el apartheid y genocidio que vemos estos días, no es más que expresión del régimen de guerra israelí y su proyecto sionista.
Clausewitz criticaba esta inversión (que la política sea continuación de la guerra) del esquema teórico y aún más que la guerra se convirtiera en un fin en sí misma. Señalaba que cuando la política desaparecía como guía, la guerra se desenvolvería de manera más ilimitada y destructiva. Es lo que hemos observado en los últimos años: se han producido guerras sin objetivos políticos postbélicos, como Afganistán, Irak…, o poco claros y cambiantes como en la actual guerra guerra ruso-ucraniana. De la misma manera, con esta inversión del esquema estratégico, el régimen de guerra se va asentando en los países europeos. No hay un objetivo claro, una amenaza real, pero se señala un supuesto enemigo, a Rusia, para justificar ante la opinión pública el ingente rearme al que asistimos.
La OTAN acordó el 2% del PIB para todos los países integrantes de la Alianza y, según ha anunciado el comisario de Defensa de Defensa de la UE, A. Kubilius, en junio la OTAN elevará el compromiso de gasto en el 3% o algo más. El presidente norteamericano D. Trump, cuyo país posee el liderazgo político y militar en seno de la OTAN, anuncia que todos los miembros del club deberán alcanzar el 5%. ¿Cuál es el objetivo político que justificaría el régimen de guerra siguiendo el esquema de Clausewitz? Ninguno. Se aventura una inverosímil amenaza rusa, como si la posibilidad de un enfrentamiento entre fuerzas rusas y de algún país de la OTAN pudiera tener un desenlace diferente al de la mutua destrucción nuclear. No puede ser de otra manera.
El artículo 5 del Tratado compromete a todos los países de OTAN a considerar un ataque armado a uno de ellos como un ataque contra todos, y cada país, poniéndose de acuerdo con los demás, decidirá el tipo de respuesta. Con capacidad nuclear ambos bandos, la escalada conduciría inevitablemente a la guerra nuclear. Es el regalo envenenado que podrían sufrir los pueblos europeos si prospera la pataleta de alguno de sus dirigentes (Starmer, Macron, Merz…) de enviar tropas europeas a Ucrania. Y si no puede haber objetivos políticos post bélicos (más allá de la paz de los cementerios), el régimen de guerra se convierte en un fin en sí mismo y los Estados se reducen a maquinarias de guerra. Las conquistas del Estado de Bienestar, surgido tras la derrota del nazismo, se reducirán retrocediendo en derechos y dejando sin protección material y a las clases populares.
H. Arendt conceptualizaba como banalidad del mal la situación que se produjo en la Alemania nazi, en la que personas normales (Arendt escribía a propósito del juicio al burócrata nazi Adolf Eichmann) asumían con “realismo” la situación política que les tocó vivir y seguían acríticamente las reglas del sistema. Esta misma argumentación es la que se propaga hoy desde las terminales mediáticas de las fuerzas políticas y sociales partidarias del régimen de guerra para disciplinar y mantener en la pasividad a la población. Tildan el pensamiento crítico o el cuestionamiento moral de lo que está sucediendo (guerras con centenares de miles de muertos, genocidio del pueblo palestino, continuado rearme) como utópico y fuera de la realidad. El realismo al que llaman medios conservadores y de la progresía es el de aceptar y dejar que el Gobierno español alimente, enviando armas, una guerra con centenares de miles de muertos (entre rusos y ucranianos), que se deje que Israel continúe el genocidio del pueblo palestino y que se asuma el rearme y gasto militar que la OTAN impone.
Pero hay sectores de la ciudadanía que no contemplan impasibles cómo se instala el régimen de guerra y que no están dispuestos a admitir el horror moral de la destrucción y muerte de vidas humanas. Tampoco van a esperar el juicio de la historia. Generar las condiciones para la paz no es fácil e implica esfuerzo y grandes movilizaciones, pero el movimiento por la paz se ha puesto en marcha.
