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A algún cofrade, en el fondo de su corazón sí que le gustaría una procesión diaria. Y mientras, los sagrarios más solos que la una.

Hace unos dos mil años, en el imperio romano, nació un hombre que se llamó a sí mismo (y lo llamaron otros. De hecho, cientos de años antes ya habían profetizado su aparición) el Hijo de Dios. Este hombre (y no es misión de esta columna la discusión sobre su divinidad o no) dio un mensaje de paz y amor que se resumió en amar a un Dios único sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. De ahí, y por el nombre de este hombre, Jesucristo, nació la religión cristiana, que a lo largo de los tiempos y hasta hoy, tiene muchas vertientes. La más importante, la católica. Claro, antiguamente, se hablaba en latín, y la Iglesia Católica siguió utilizando este idioma a pesar de que en cada región de la Europa de entonces y las colonias después, habían surgido idiomas nuevos con raíz latina.

El pueblo llano no entendía nada de lo que la Iglesia contaba desde sus púlpitos y menos aún, leía, porque no sabían leer. Así que decidieron hacer imágenes –chocando con lo que dice la Biblia– de actos que representaban escenas de la vida de Jesús. Y ya puestos, por determinadas fiestas religiosas, decidieron sacar esas imágenes a la calle para que el pueblo las viera y extender la fe y el conocimiento de la vida de Jesús.

Ese es muy someramente el origen de las procesiones.

Este otoño tenemos en Jerez nada más y nada menos que 17 procesiones. En una época en la que con la religión en las escuelas y la catequesis en las parroquias, cada católico debería saberse al dedillo la vida de Jesús sin necesidad de imágenes en la calle.

Bien es verdad que son verdaderas obras de arte y que la Semana Santa (cuando más imágenes salen a la calle) es un lujo y una tradición que hay que proteger y conservar. Un verdadero museo andante, tanto para el creyente como para el que no.

Pero 17 procesiones en mi opinión, es excesivo. El origen inicial del sentido de la procesión se ha perdido y se está convirtiendo un acto que debería ser religioso en algo que no sé ni cómo llamarlo.

Si sigue la cosa así, porque esto va a más, cualquier día veremos como alguna cofradía pedirá que justo después del seis de enero, no vuelva la liturgia al Tiempo Ordinario, sino que empiece la Cuaresma ese mismo día. Da igual que la Cuaresma dure más de cuarenta días o que no empiece en miércoles de ceniza. Total, noviembre y diciembre no son ya el noveno y el décimo mes del calendario y no pasa nada.

La Cuaresma podría durar hasta el 31 de marzo. Así se podían hacer besamanos y besapies todos los fines de semana. Y no un domingo sólo. Sino el fin de semana entero. Y a diario también, por qué no. Todas las tardes se podría sacar un Vía Crucis. Tendríamos una cuaresma movidita y superchachicofradiera.

El mes de abril lo podríamos dedicar entero a la Pasión de Jesús. Nada de Semana Santa. Mes santo. Procesiones todos los días. No importa que llueva. Total, algún día habrá un claro. Además, al tener más tiempo, se podría salir más veces e incluso combinar los recorridos de las hermandades con los otros pueblos de la diócesis. Hermandades jerezanas que hicieran estación penitencial en la Iglesia Prioral de El Puerto o en Santa María, en Arcos. Y viceversa. Como una romería. ¿Se imaginan ustedes cuántos palcos se podrían poner desde la Alameda Cristina hasta la rotonda del Tanatorio y luego más palcos entre la rotonda del Aqualand hasta la Prioral? ¡Cuánto dinero daría eso para comprar nuevos palios y salir con muchísimos más estrenos! ¡Cuántos pregoneros yendo de un pueblo a otro repitiendo esos pregones injustamente olvidados en los libros de literatura!

Ya. Ya sé que es un disparate y una astracanada lo que acabo de poner. Es sólo para llamar la atención con la exageración de lo que está sucediendo con tanta procesión en Jerez. Es un disparate sí, pero les prometo que sé que a algún cofrade, en el fondo de su corazón sí que le gustaría una procesión diaria. Y mientras, los sagrarios más solos que la una. Un poquito de porfavó.

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