La OTAN y las condiciones para la guerra

El debate sobre el aumento del gasto militar europeo trasciende las discusiones técnicas sobre porcentajes del PIB o sistemas de armas

Pedro Sánchez, en la Cumbre de la OTAN en Bruselas.
03 de julio de 2025 a las 10:11h

Albert Einstein, en la primera mitad del siglo pasado, advirtió en numerosas ocasiones del rearme y la peligrosa deriva militarista que se vivía en numerosos países occidentales. En el intercambio epistolar con Sigmund Freud promovido por la Sociedad de Naciones, publicado con el título "¿Por qué la guerra?", Einstein muestra su preocupación por el papel de los intereses armamentísticos en la perpetuación de la guerra: “Las armas modernas requieren una gran industria, y esta industria armamentista crea un poderoso interés económico. Los fabricantes de armas tienen, en todos los países, influencia en la prensa y en los gobiernos, y ejercen una presión constante para que se incremente el gasto militar y se estimule la hostilidad entre naciones.” (Atención: escrito en 1932).

Los conflictos bélicos desde entonces parecen corroborar la advertencia de Einstein. El presidente norteamericano, Eisenhower, confirmó en el discurso de despedida en enero de 1961 el peligro del crecimiento excesivo de la influencia de la industria armamentística en la política y economía del país, a la que denominó complejo-militar industrial: una alianza entre el Pentágono, las empresas armamentísticas y los intereses políticos que podían llevar a que las decisiones de guerra o gasto militar no respondieran a las necesidades reales de defensa, sino a intereses económicos (como alimentar la máquina de producción y venta de armas) o de poder.

Fue una de las primeras y más influyentes advertencias desde el poder político sobre los riesgos de que la industria de guerra condicionara la democracia y la paz. Y así fue. Las guerras en Indochina, las numerosas intervenciones en los Balcanes y Oriente Medio han estado frecuentemente acompañados por un enorme flujo de contratos a las grandes empresas de defensa estadounidenses. La sospecha de que la necesidad de renovar arsenales, probar nuevas tecnologías en combate y mantener la rentabilidad del sector influyó en la toma de decisiones bélicas, ha persistido.

Hoy en día, el enorme negocio de la defensa en EE.UU. está en manos de grandes empresas como Lockheed Martin, Raytheon, Northrop Grumman y Boeing. Estas compañías fabrican aviones de combate (como el F-35), misiles (como el Javelin o el Patriot), bombarderos (como el B-21), helicópteros y tecnología militar avanzada. Para influir en el gobierno utilizan grupos de presión (con oficinas bien financiadas en Washington D.C. y Bruselas), puertas giratorias (flujo de altos cargos militares y gubernamentales hacia puestos ejecutivos en estas empresas, y viceversa), financiación de campañas, control tecnológico (poseen patentes y conocimientos que hacen que el gobierno dependa de ellas), etc.

Su influencia sobre la actual Administración norteamericana se evidencia de varias formas: a través de conexiones personales y políticas (Trump tiene relaciones cercanas con dueños y ejecutivos de empresas de defensa y tecnología, como Elon Musk o inversores de Palantir, Anduril, SpaceX, muchas de las cuales han ganado contratos con el gobierno); con puertas giratorias (altos cargos como Steve Feinberg o Elbridge Colby, tienen o han tenido intereses directos en empresas armamentísticas; mediante discurso político alineado justificando el aumento del gasto como una medida de “disuasión real frente a China y Rusia”, lo que coincide con los intereses del complejo militar-industrial; y presión sobre los europeos exigiendo más gasto en defensa que, en su mayor parte, termina comprando armamento estadounidense.

La militarización de Europa y la OTAN

El riesgo fundamental que señalaron Einstein y Eisenhower sigue vigente y no es sólo una cuestión que afecte a EE.UU: haciendo valer su condición de hegemón, este país ha impuesto en la OTAN el aumento del gasto militar en un 5% del PIB, con controles anuales hasta alcanzar este porcentaje en 2035. Un compromiso de gasto que fue suscrito por todos los países miembros de la Alianza Atlántica europeos, más Canadá y EE.UU. Todos estos países se rindieron al presidente D. Trump, al complejo militar-industrial y a los intereses geoestratégicos norteamericanos.

La cantidad comprometida por lo países europeos, unos 850.000 millones al año, que una gran parte se destinará a comprar equipamiento estadounidense, con lo que el beneficio para el complejo militar-industrial de EE. UU será inmenso: empresas como Lockheed Martin, Raytheon, Northrop Grumman, Boeing y General Dynamics venderán sistemas de armas de última generación: cazas F-35 (el programa de armamento más caro de la historia), misiles Patriot y sistemas similares, drones, buques, vehículos blindados, helicópteros y transporte aéreo, ciberdefensa y satélites, etc. La dependencia tecnológica para mantenimiento, actualización y suministro de repuestos durará décadas, así como la obligada interoperabilidad que reforzará el liderazgo político-militar de Washington.

Teniendo en cuenta exclusivamente las cifras oficiales del gasto militar (según estudios de centros especializados como el Centre Delàs, el gasto sería superior), para el Reino de España, el 5% supondrán unos 82.000 millones de euros al año. Este año, el incremento aprobado por el gobierno de 10.500 millones (el 2% que impuso la OTAN), será detraído de partidas que ya estaban asignada a gasto social o medioambiental (cuidados, despoblación, transición energética…), con lo que el gasto en defensa será 32.660 millones. Este incremento será mayor en 2026, pues ya se ha anunciado el 2,1%, 35.000 millones, y quedan pendientes las evaluaciones anuales acerca del progreso de los objetivos de capacidades de cada país por la OTAN hasta 2035 en el que tendrán que estar implementados el 5% en todos los miembros de la Alianza.

El modelo europeo

El debate sobre el aumento del gasto militar europeo trasciende las discusiones técnicas sobre porcentajes del PIB o sistemas de armas. En el núcleo, plantea preguntas fundamentales sobre el modelo de sociedad que Europa quiere construir. Por varias razones:

En primer lugar, el aumento masivo del gasto militar en implica graves recortes en políticas sociales esenciales (sanidad, educación, pensiones, dependencia, transición ecológica), desmantelando progresivamente el Estado del bienestar, el modelo de sociedad que se fue construyendo tras el final de la 2ª Guerra Mundial.

Pero también, este rearme, sumado al de EE.UU., China y Rusia, genera inseguridad colectiva: alimenta percepciones de amenaza, respuestas similares e impulsa la carrera armamentística aumentando el riesgo de conflicto, incluso accidental, debilitando la estabilidad estratégica. Además, Europa depende tecnológica y operativamente de EE.UU., lo que limita su autonomía estratégica. La compra masiva de armamento estadounidense supone sumisión geopolítica.

Por último, las decisiones clave las toman corporaciones que buscan maximizar beneficios, no los gobiernos electos. Vaciar las arcas públicas en gasto militar, especialmente si fortalece industrias extranjeras y daña el tejido social europeo, no es la respuesta. La seguridad verdadera reside en sociedades cohesionadas, resilientes y justas. Pero no es así. Europa se entrega a la OTAN, situando a Rusia como «adversario estratégico» y a China como «adversario sistémico», se subordina a los intereses geoestratégicos de EE.UU., y asume el régimen de guerra y la correspondiente economía de guerra que le caracteriza.

Desde el otro lado del Atlántico, el pensador norteamericano, N. Chomsky, avisaba del verdadero sentido de la OTAN: una vez desaparecida la “amenaza soviética”, la OTAN perdió su justificación original, pero no se disolvió, sino que se reorientó como instrumento del poder occidental, en especial de EE. UU. “La OTAN se ha convertido en una fuerza de intervención global al servicio de los intereses estratégicos de EE. UU., no en una alianza defensiva.” Denuncia que su expansión hacia las fronteras de Rusia fue provocadora e innecesaria, y que contravino los compromisos verbales asumidos tras la reunificación alemana. El rearme de Europa —reforzado con conflictos como el de Ucrania— se apoya en un relato de amenaza constante, que beneficia a la industria armamentística y debilita las alternativas diplomáticas; y no es solo una cuestión de defensa. Implica una reorientación del modelo económico, una redefinición del papel del Estado y un impacto profundo sobre las prioridades políticas. “La OTAN actúa como un brazo de Estados Unidos para mantener una economía de guerra en Europa, promoviendo el rearme en lugar de buscar soluciones políticas”.

Ningún gobierno ni dirigencia de alguna de las instituciones comunitarias ha sido capaz de plantear una reorientación de lo que Europa podría ser y que cabría esperarse de lo mejor que podemos encontrar en su cultura, que no es precisamente la del “jardín” del que presume Borrell.

Una de las corrientes filosófica más influyentes y brillantes de Europa en el siglo XX ha sido la Escuela de Frankfurt: pensadores como Adorno, Horkheimer, Marcuse o Habermas denunciaron la normalización de la guerra en la sociedad moderna y apostaron por una crítica profunda del militarismo, un compromiso con la paz y una transformación estructural hacia sociedades justas y emancipadas. El régimen de guerra instalado actualmente en los países europeos y el ascenso de las ultraderechas profundizarían el giro de una modernidad nuevamente desviada, donde se olvida el legado emancipador de la Ilustración: autonomía y dignidad, paz, racionalidad y justicia social.

Marcuse, desde la década de los 60, criticó fuertemente el rumbo que tomaba Europa especialmente por su alineamiento con EE.UU. y la OTAN, y haber renunciado a un camino autónomo al someterse a la lógica militar de EE. UU, indicando claramente que el rearme europeo no era una defensa de la libertad, sino una forma de mantener un sistema de dominación capitalista y represivo. Y señaló lo que es una constante histórica: "La paz armada es una contradicción en sí misma. La política de disuasión reproduce la lógica de la guerra." El rumbo de Europa, con su silencio o colaboración con el genocidio palestino, y el régimen de guerra, está siendo como el peor de los temores de los frankfurtianos.

Una respuesta al porqué dejamos que ese sea el rumbo de Europa, podemos encontrarla en la lúcida carta de Einstein a Freud: parece analizar nuestro contexto casi un siglo antes. Einstein mencionaba la influencia de la industria armamentística, además de en los gobiernos, en los medios de comunicación. Este componente, el sesgo y la manipulación sostenida en el tiempo por los grandes medios en defensa de los intereses de la industria armamentística, explicaría la indolencia con la que parte de la opinión pública percibe la deriva de Europa. Sucede en todos los países europeos, y también en el Reino de España.

Hace algo más de dos décadas, los medios de la progresía denunciaron la invasión de Irak que EE.UU., Reino Unido y España promovieron; desmontaron el relato oficial y apoyaron al movimiento por la paz en las movilizaciones contra la guerra. Hoy vemos que alguno de esos medios mantiene silencio o defiende el relato del gobierno respecto al gasto militar, a la consideración de Rusia como amenaza para Europa o a la tibieza frente al genocidio palestino.

Pero si miramos la composición del grupo más representativo de la progresía mediática, el máximo accionista del grupo Prisa y director del diario El País, Joseph Oughourlian, posee una importante participación en el grupo armamentístico Indra. Y esto es una constante en los países de la OTAN: la presencia o vínculos, directa o indirectamente, de la industria armamentística en consejos de administración, a través de la publicidad, inversiones cruzadas o relaciones con think tanks. Pueden conseguir sus objetivos de desmovilización y de aceptación resignada del régimen de guerra, del nuevo modelo de Europa o la complicidad con el genocidio. Pero también cabe que una nueva ola de indignación sacuda a la adormecida opinión pública europea. Ha sucedido otras veces y estamos a tiempo de que vuelva a suceder.