Una pareja de personas mayores, procurándose cuidados, en una imagen de archivo.
Una pareja de personas mayores, procurándose cuidados, en una imagen de archivo. Pixabay

No hace mucho escribí de la importancia de cuidarnos. También de los cuidados silenciosos, que son esos que no se valoran, a veces ni se ven, pero trascendentales para la vida, de los pacientes en medicina, de las personas mayores en las residencias, y del ser humano en general. Preguntar si se ha dormido bien, escuchar, sonreír, enviar un mensaje a una amigo o amiga, de vez en cuando.

Desde que comenzó esta terrible pandemia, como todos y todas, no dejo de preguntarme si como sociedad esta agotadora experiencia nos novará a mejores, y podremos dejar atrás tanta maldad, injusticias, e insolidaridad.

Pero igual que por momentos, cuando me refugio en una frase que no recuerdo donde leí o escuché, que dice que en el mundo hay mucha más gente buena que mala, solo que las malas hacen mucho ruido, pienso que sí, sin solución de continuidad, de esa ilusión paso a la desazón, que es ese estado, casualmente de nombre femenino, de intranquilidad o tristeza en el que nos encontramos a causa de una alteración física o moral, tras ver y leer las noticias vuelvo a creer que seguimos siendo los mismos bárbaros de siempre.

Pero al escuchar a gente como el escritor Benjamín Prado decir en el programa de Carles Francino, que cree que la pandemia nos está haciendo mejor como país, y que prueba de ello es el importante incremento en las ventas de libros, y un país que lee inexorablemente es un país más bueno, pienso nuevamente que quizás aún existan rendijas de la realidad por donde pueda filtrarse la ilusión y la esperanza.

Y viene todo esto a colación, porque cuando llegue el momento de señalar con el dedo a los responsables de estas desgracias, seremos nosotros los hombres, como género, los principales señalados. Porque es en nuestro masculino mundo donde recae la mayor responsabilidad. Somos los varones los que de siempre hemos gobernamos la humanidad. Son nuestros estándares de valores, machismo, xenofobia, racismo, competitividad, fuerza, agresividad, los que rigen la vida, y los que han determinado la destrucción de las especies y los ecosistemas, permitiendo que un virus que quizás nunca debió abandonar los límites que la naturaleza fijó, nos esté destruyendo.

Pero también, y a pesar de mi carácter pesimista sobre la bondad de la especie humana, pienso que si de algo nos tiene que servir a los hombres este drama es para descubrir, no ya la importancia, sino la necesidad de incorporar a nuestro mundo el universo de los cuidados. Nuestra asignatura pendiente como hombres. Porque ese es el único camino decente que tenemos para dejar de ser los tipos que somos, y comenzar a facilitar la existencia de un futuro mejor.

A los hombres que nos han educado en las jerarquías sobre las mujeres, la creencia en la debilidad de la ternura y los afectos, nos han hecho creer también que poseemos el derecho a ser cuidados, y consecuentemente a no cuidar.

Nos inocularon el virus del deber. Deber de gobernar la familia, la economía, la empresa, el mundo. No nos dijeron sin embargo como teníamos que amar, por eso lo hacemos tan mal, siempre desde la posesión y el control. En nuestro amor hay más de satisfacción de una necesidad, de todo lo que no somos capaces de expresar, que necesitamos para vivir, cuidados sonoros y silenciosos pero que la masculinidad nos robó, que de amar.

Cuidar significa dedicar una parte de tu tiempo, sin contraprestación, a otra persona, y eso es pedirnos mucho a los hombres, pues relativiza nuestra definición, por eso nos negamos, y es esa precisamente la labor que con urgencia tenemos que afrontar. Cuidar para cambiar. Una de las principales preocupaciones del movimiento de hombres igualitarios es aprender a cuidarnos y cuidar. No sé si lo estamos consiguiendo, pero en el empeño estamos, y eso partiendo de nosotros es muy importante.

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