Ocho puñales clavados en mi corazón verdiblanco

Con representación propia, Andalucía podría presionar, negociar y orientar parte de esos fondos hacia sectores estratégicos y de valor añadido, como la industria tecnológica

Ilustración sobre Andalucía.

La metáfora del puñal en el corazón suele utilizarse para describir un dolor emocional profundo e intenso, casi físico, debido a un desamor. Y eso es exactamente lo que siento cada vez que contemplo la ausencia del andalucismo en el Congreso de los Diputados. Resulta difícil comprender como territorios con menor población que Andalucía —como Cataluña, País Vasco, Galicia o Canarias— cuentan con una representación sólida en el Parlamento, mientras que una comunidad con más de ocho millones de habitantes es incapaz de obtener un solo diputado propio.

Esta carencia no solo frustra; rompe el corazón. Y lo más preocupante es que el futuro, en términos de presencia institucional, no parece más esperanzador. No duele únicamente la falta de representantes, sino la escasa conciencia y el mínimo orgullo nacional andaluz que mostramos como sociedad, pese a ser uno de los territorios más antiguos de Occidente y fuente histórica de cultura para Europa.

Nuestra realidad es que no nos duele no estar. No nos inquieta vernos ausentes en los pupitres del Congreso, un edificio custodiado por dos leones cuyos elementos, curiosamente, también forma parte del escudo de Andalucía. Pero ni por esas se nos pega algo.

La importancia de estar en las negociaciones

No estar presentes en las negociaciones de los Presupuestos Generales del Estado equivale, políticamente, a no existir. Hay quienes afirman que Andalucía recibe grandes partidas presupuestarias. Y es cierto. Pero lo relevante no es solo la cuantía, sino el destino de esos recursos. Si no hay voces que defiendan una agenda andalucista, las inversiones seguirán orientándose a lo de siempre: el turismo. Un sector necesario, sí, pero asociado históricamente a condiciones laborales precarias.

Con representación propia, Andalucía podría presionar, negociar y orientar parte de esos fondos hacia sectores estratégicos y de valor añadido, como la industria tecnológica. Basta observar lo que catalanes, vascos o gallegos consiguen cada año al apoyar —o no— los presupuestos del Gobierno. No es casualidad que sus mercados laborales presenten mejores indicadores de calidad.

El andalucismo institucional no es la solución completa, pero sí un primer paso imprescindible para despertar un proyecto de oportunidades reales para nuestra tierra.

El desangrado socioeconómico

El otro dolor no es metafórico: es físico y medible. Andalucía se desangra en sus ocho provincias, y los datos lo confirman. Según el Instituto Nacional de Estadística, la Red Andaluza de Lucha contra la Pobreza y el Índice Regional de Competitividad, nuestra comunidad presenta:

  • La mayor tasa de desempleo de España.
  • Los peores indicadores de pobreza, incluyendo ejecuciones hipotecarias, privación material severa y riesgo de exclusión social.
  • 3.044.254 personas en situación de vulnerabilidad socioeconómica, es decir, alrededor del 35% de la población. Uno de cada tres andaluces tiene dificultades para llegar a fin de mes.

En cuanto a competitividad, el informe de 2024 sitúa a Andalucía como la penúltima región, solo por encima de Extremadura. Si la mayor parte de nuestra producción depende del turismo y la agricultura, el resultado es evidente: baja productividad, bajo salario y escasas perspectivas de futuro. Cuesta imaginar qué región sería la última si Extremadura tuviera las playas que tiene Andalucía. Mejor no responder y seguir con los puñales clavados en el corazón. ¿Verdad?

Un problema de conciencia colectiva

Por duro que sea reconocerlo, Andalucía carece hoy de una conciencia nacional fuerte. Sin ese sentimiento de pertenencia es difícil obtener representación propia en el Congreso. No se trata necesariamente de asumir una identidad nacional plena, pero sí de entender algo básico: si no defendemos nuestros intereses, nadie lo hará por nosotros. Y sin representantes propios, estamos condenados a mantener una desigualdad que se perpetúa década tras década.

La única salida inmediata: la confluencia

A día de hoy, aunque duela admitirlo, la única vía realista para Andalucía pasa por la confluencia. Aunque integre partidos centralistas, es la única opción para frenar el deterioro de los servicios públicos: educación, sanidad y servicios sociales.

Esto no significa renunciar al andalucismo, sino tener estrategia. Una vez dentro de ese espacio de unidad, es posible hacer pedagogía y demostrar la importancia de contar, algún día, con una fuerza política netamente andaluza y con un claro aroma de considerar Andalucía como nación. 

Ojalá el contexto fuera otro, pero la realidad es la que es: existe una ausencia significativa de andalucismo en la sociedad andaluza. Y mientras no haya cambio, los ocho puñales seguirán desangrando este corazón sureño y verdiblanco.

Viva Andalucía Libre.

Feliz 4D.