Otra vez nos dicen que “no hay recursos”. Que si los fallos en las pulseras de seguimiento eran inevitables, que si el cribado de mamografías se retrasó por “problemas técnicos”, que si “se está investigando”. Siempre hay una excusa. Pero lo cierto es que cuando se recorta, se externaliza o se privatiza, las primeras en pagarlo somos las mujeres.
Nos hablan de modernización, de eficiencia, de millones invertidos y “planes de igualdad”, pero detrás de ese lenguaje vacío hay un modelo que nos relega. El modelo de una política que nos considera ciudadanas de segunda, útiles para las estadísticas y las fotos, pero prescindibles cuando se trata de invertir en nosotras.
Las pulseras de control que fallan no son un error técnico: son el reflejo de un sistema que no invierte en la seguridad real de las mujeres, que protege más su imagen que nuestras vidas. El descontrol en el cribado de mamografías no es una casualidad: es la consecuencia directa de años de desmantelamiento de la sanidad pública, de convertir la salud en un negocio más.
Y lo que viene detrás no es distinto. Porque cuando se privatiza lo público, no solo se recortan servicios: se recorta dignidad. Nos han hecho creer que la inversión en políticas de igualdad es alta, que hay “chiringuitos”, que estamos sobrerrepresentadas. Mentira. Lo que hay es una estructura mínima, precaria y saturada, sostenida por semi profesionales que hacen lo imposible con lo poco que se les da. En las casas de acogida de este país se les cuenta las galletas a un niño de 5 años
No hay abundancia, hay abandono. Y ese abandono institucional se disfraza de progreso mientras las mujeres seguimos cargando con las consecuencias de un sistema que no nos ve, no nos escucha y no nos cree.
Y ahora, como siempre, aparecen las voces de la derecha diciendo que la defensa de la sanidad pública o la denuncia del desastre del cribado está “politizada”. Que las movilizaciones se “instrumentalizan”. No. Lo que hay es gente organizada, consciente y valiente, las mismas caras de siempre, las que salen cuando despiden en Astilleros, cuando cierran un colegio o cuando recortan en salud.
No hay manipulación: hay compromiso. Porque la mayoría de quienes ponen el cuerpo, la voz y el alma en estas luchas son gente de izquierda, feministas, obreras, vecinas de barrio que saben lo que es perderlo todo menos la dignidad. Y sí, revisad bien a quién votáis. Porque quienes hoy se llenan la boca hablando de “gestión” y de “eficiencia” son los mismos que están acabando con los servicios que garantizan la vida y la igualdad. Los mismos de siempre, solo que un poco más bien peinados, un poco más suaves, pero igual de reaccionarios.
Cuando la sanidad se debilita, cuando la justicia falla, cuando los servicios de protección no llegan, no son fallos del sistema: son decisiones políticas. Y quien las toma debe saber que su firma tiene consecuencias. No abstractas. Con nombres, cuerpos y biografías.
Las mujeres lo decimos alto: no somos daños colaterales de su gestión ni víctimas decorativas de su discurso. Nosotras no pedimos compasión, exigimos responsabilidad. Queremos instituciones que nos traten como ciudadanas plenas, no como sujetos de segunda.
La privatización afecta a todos, sí, pero en nosotras tiene un efecto doble: porque cuando el Estado se retira, somos las mujeres las que sostenemos la vida, el cuidado, la familia y el dolor. Y aun así, seguimos siendo las últimas en la lista de prioridades.
Decir esto no es hacer política partidista. Es nombrar la verdad. Y el feminismo nació precisamente para eso: para nombrar lo que quieren que siga oculto. No queremos discursos tranquilizadores ni planes estratégicos: queremos hechos, inversión, compromiso y justicia social.
Porque las feministas de hoy, como las de siempre, no hablamos desde el privilegio, sino desde la experiencia, desde las manos que cuidan y los cuerpos que resisten. No queremos limosnas, queremos Estado. No queremos palabras, queremos derechos. Y no queremos que nos vuelvan a decir que “todo está bien”, porque no lo está.
Las mujeres seguirán en la calle, con pensamiento crítico, con memoria y con rabia política, porque si algo nos ha enseñado la historia es que solo las mujeres organizadas cambian el rumbo del mundo.
