Los resultados de las elecciones andaluzas, con el triunfo global de las derechas y la llegada de un partido antisistema de extremo integrismo, ha sumido en el estupor, la desorientación y la depresión a millones de andaluces. Entre ellos a quienes habían depositado sus esperanzas en que, aunque fuera de forma homeopática, las víctimas del franquismo, sus familiares directos e ideológicos y, en general, la sociedad andaluza terminaran acercándose a la verdad, justicia y reparación que esperan desde hace más de ochenta años.
Motivos hay para la preocupación. Pocas diferencias verbales separan a los partidos de derechas en su consideración de la memoria histórica. Poco les importa que decenas de miles de andaluces continúen desaparecidos en los más variados lugares de enterramiento o de los registros civiles; que haya víctimas del terrorismo de primera y segunda categoría; que las verdades históricas franquistas continúen no sólo vigentes, sino aceptadas por amplios sectores de la población; que continúen siendo casi tabúes temas como el trabajo esclavo, o los muertos o torturados durante los años de la transición. No sólo no les importa, sino que siempre han dicho que estaban dispuestos a hacer tabla rasa de todo lo avanzado en el ámbito administrativo en cuanto pillaran poder.
Vale, preocupación sí, pesimismo, desánimo y abandono, menos. No podemos tenerlo quienes hemos caminado durante años por sendas poco transitables y transitadas. No creo que haga falta recordar que hace veinte años, cuando dábamos los primeros pasos, gobernaba este estado un demócrata de toda la vida como José María Aznar. Tampoco, se debe de olvidar las dudas, recelos y hasta falta de decisión política que existían en la administración socialista andaluza. Hoy, algo hemos avanzado, pero también algo hemos retrocedido. Quince años después de la aparición del memorialismo andaluz, bajo la forma de numerosas asociaciones, todavía no ha merecido que ningún presidente o presidenta de la Junta se haya hecho una foto con ellas. Desde un punto de vista institucional, de la vida política pública, son innegables los avances: más recursos y mayor implicación.
Pero también ha significado la desmovilización, delegación, cuando no la cooptación y uso partidario del movimiento memorialista, y la “juridización”, valga el palabro, de las actuaciones frente a la reivindicación, el activismo y la autogestión. Hasta el punto que se ha llegado a contraponer la perspectiva “privada” de las asociaciones con la “pública” de las administraciones. Como si la petición de que el estado asumiera sus responsabilidades significaba que fueran sólo las administraciones quienes tienen el monopolio de acción pública. Algunos pensamos que no es así. La sociedad organizada al margen de las instituciones y los partidos políticos tiene un papel, y no menor, en la res pública, en la cosa pública. Más aún si contamos con un sistema representativo tan deficiente como el nuestro. Si hay un ejemplo significativo de organización social ha sido el del movimiento memorialista.
Por eso pienso, que la administración en manos de partidos opuestos a la Memoria Histórica, es un problema, pero no su fin. A menos que lo queramos nosotros, que hayamos delegado hasta el punto de creer que los ciudadanos no tiene otra función en su propio gobierno que pagar impuestos, cumplir leyes, sean las que sean, y acudir a votar cuando nos lo ordenan. Cuando empezamos no nos hizo falta ninguna ley, ni siquiera de memoria. Es más, pienso que todo el embrollo leguleyo no ha hecho sino complicar e impedir un mejor y más rápido desarrollo de exhumaciones, anulación de juicios, inscripciones de desaparecidos, etc. Hoy, en 2018 y sin la llegada de las derechas a las poltronas y al BOJA, es más complicado iniciar una exhumación que hace quince años. Pensemos sino, en los problemas que puede traer la aplicación del punto 3 del artículo 8 de la Ley de Memoria Histórica.
Son momentos de reflexión y colaboración, no de reproches y división. El memorialismo debería recuperar su trayectoria inicial, volver, casi, a los momentos en que era el que marcaba la agenda y los pasos a seguir. Aprender del coste de dejar en manos de otros tu destino. Será más cómodo, pero también tiene un mayor precio. Los partidos políticos, todos, el que ha ocupado tantas décadas el poder, y todavía está por ver que lo termine perdiendo y, también, el nuevo, deben de aprender a entender que no tienen la exclusividad de la acción política y pública. Es más que las luchas sociales no están solo en los parlamentos, sino que tienen otras vías y no pienso en la calle. El desprestigio, el desapego a las formas y fondo de la participación ciudadana es tal que casi no la legitiman. Partidos políticos, y sus militantes cuando ocupen cargos públicos, no pueden considerar como secundarios, como compañeros, en todo caso, de foto a los componentes y organizaciones memorialistas. Como tampoco creerse vanguardia de nada. En realidad llegan para consolidar, y a veces ni lo hacen, los avances conseguidos. Así quizás puedan entender, y no utilizarla como piedra, parte de la abstención del domingo.
La situación es difícil. Es verdad. Pero peores momentos hemos pasado. Tenemos la capacidad, la imaginación, los medios, el capital humano y las posibilidades de seguir adelante. Creo que es el momento de abrir un debate, de vernos, articularnos, pensar, reflexionar y buscar puntos comunes que nos sirvan para hacer frente a lo que pueda avecinarse. Nada tenemos que perder porque, llevamos la memoria histórica en nuestros corazones. Se lo debemos a aquellos que fueron asesinados, robados, encarcelados, exiliados por pensar que era posible en un mundo mejor. El que cada uno pensara. Ya sabemos que a la reacción española, al integrismo nacional católico y a los rencorosos y difusores del odio, hasta el fascismo les parece algo moderno e inaceptable. Más que una opción política y social tiene rasgos de una patología psicológica colectiva de rasgos psicóticos. Cosas de beberse el cóctel formado por el franquismo sociológico, las políticas de la amnesia, el agotamiento del modelo de 1978 y las crisis económica, política y social que recorren Europa.
¡Ánimo y adelante!
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