En unas declaraciones, no exentas de cierto eurocentrismo o mentalidad colonialista, el entonces alto representante para Política Exterior de la UE, Josep Borrell, comparaba la situación que se vive en Europa, a la que tildaba como “el jardín”, con “la jungla” donde se hallaba el resto del mundo. Mientras hacía estas declaraciones, ese jardín, que anida en su seno el monstruo del fascismo, iniciaba una escalada armamentística impuesta por la OTAN y el régimen de guerra se instalaba en los países europeos; la presidenta de la Comisión Europea, Von der Leyen, anunciaba un rearme de 800.000 millones de euros, algo menos que el 5% del PIB de la UE, que es lo que exige el presidente de EEUU, Donald Trump a los países de la OTAN, y algunos dirigentes europeos (Starmer, Macron…) llamaban incluso al envío de soldados a Ucrania.
Una vez puesto en marcha el régimen de guerra en el jardín, que la guerra se produzca, es cuestión de tiempo. Entre otros motivos, porque de este inmenso arsenal de armamento, que mayoritariamente se tendrá que comprar a EEUU, los sistemas de misiles y tecnología avanzada pueden volverse obsoletos desde el punto de vista táctico en pocos años, por lo que la presión para ser utilizados antes de que esto ocurra será una constante.
El secretario general de la OTAN Mark Rutte ha vuelto a señalar a Rusia como amenaza y justificar así la necesidad del rearme, dando por hecho que más pronto que tarde Rusia atacará territorio de la OTAN e invadirá todo el continente. Con estas inverosímiles declaraciones, Rutte ignora lo que fue doctrina militar y pieza clave de la estrategia nuclear de las superpotencias nucleares, EEUU y la URSS, durante la Guerra Fría: la Mutua Destrucción Asegurada (MAD); una estrategia que actuó como freno al uso del arma nuclear en lo que se llamó “equilibrio del terror”, pues de violarse por alguna parte, la guerra nuclear y la destrucción de vida humanas serían igual de cuantiosas para ambas partes.
¿O acaso la OTAN no aplicaría la respuesta automática para defenderse de una invasión rusa con todo el arsenal disponible, incluidas las armas nucleares? Lo haría, y la respuesta destructiva para Europa estaría garantizada. Otro tanto sucedería si son tropas de la OTAN las que se enfrentan con el ejército ruso, en Ucrania o en otras partes. Mientras el régimen de guerra y la escalada armamentística continúen su despliegue en el jardín europeo, el riesgo de guerra y destrucción nuclear estará presente.
Otras derivadas del régimen de guerra nos aturden desde hace pocas horas. El Estado genocida de Israel ha lanzado un ataque sobre Irán entre cuyos objetivos se encuentran altos mandos militares y científicos nucleares o la principal planta de enriquecimiento de uranio. Lo hace un país que dispone entre 80 y 100 ojivas nucleares contra otro que, aunque no posea armamento nuclear, podría acelerar su fabricación (o compra) en las instalaciones que posee.
Con este ataque, se podrá desviar la atención del genocidio palestino, del cierre de fronteras para la ayuda humanitaria y de la muerte por inanición de miles de personas en Gaza, incluidos niños/as, del secuestro de la flotilla de la Libertad, de nuevos asentamientos en Cisjordania, de la deportación de marchantes en Egipto en la denominada Marcha Global a Gaza, etc., pero las consecuencias de las decisiones tomadas por el régimen de guerra israelí (como de cualquier otro Estado en régimen de guerra) son imprevisibles; como pueden ser las ramificaciones de este ataque a otras partes, a otros países. El gobierno español y los europeos mantienen silencio, y no es eso lo que la población europea espera.
Entre lo mejor de la tradición cultural europea se encuentra el pensamiento ilustrado y lo que los filósofos ilustrados aportaron para la ordenación racional de la sociedad, los sistemas políticos, o los derechos humanos estableciendo los fundamentos filosóficos de la dignidad humana, entre otras cuestiones de la dimensión práctica del pensamiento. Criticaron el militarismo y la guerra, y defendieron un ideal de paz racional basado en el derecho, la diplomacia y la libertad de los pueblos. Voltaire, Rousseau o Kant señalaron y criticaron las condiciones que pueden generar la guerra y, entre ellas, los ejércitos permanentes. Kant propuso su abolición porque fomentan una carrera armamentista, generan desconfianza en los demás países, impiden que se busquen soluciones pacíficas perpetuando la lógica del conflicto, oprimen económicamente a la ciudadanía y representan un peligro para la libertad.
Los ilustrados y, más en concreto, Kant, no se referían proféticamente al papel que desempeñan las superpotencias o la OTAN, pero en lo mejor de la cultura europea se instalaba un pensamiento que, hoy, los defensores del jardín parecen haber olvidado. Por contra, siguiendo la estela del pensamiento ilustrado, Borrell podría haber hecho una defensa de una Europa necesaria como fuerza para fortalecer las condiciones de paz (promocionando derechos humanos, seguridad compartida, cooperación internacional, tratados de no agresión, diplomacia para la paz, etc.) en cualquier guerra y en el genocidio que está cometiendo el Estado de Israel con la población palestina. No es el caso, todo lo más que ha llegado a pedir Borrell es que el aumento del gasto militar al 5% del PIB se dilate algo en el tiempo.
Sin embargo, el movimiento por la paz sí ha sabido retomar cultura antibelicista legada por la Ilustración (y que le dieron continuidad en las primeras décadas del siglo XX intelectuales europeos como A. Einstein, B. Russell. S. Freud, H. Hesse… o el movimiento obrero); pero ahora reafirmada y readaptada a las nuevas circunstancias en las que nos sume el régimen de guerra y la guerra nuclear en el horizonte. Es cierto que el movimiento por la paz ha arrancado con poca fuerza en Andalucía y otros territorios del Estado si comparamos con las movilizaciones contra la guerra de Irak. Pero hay que comprender también que hoy la acción está dirigida contra un gobierno conformado por organizaciones que en su momento se opusieron a la ilegal guerra de Irak emprendida por el Trío de las Azores (Bush, Blair y Aznar) y justificada con mentiras.
Entonces, en 2003, los partidos progresistas y de izquierdas se sumaron a las organizaciones pacifistas y contaron con el apoyo de las terminales de la progresía mediática e, incluso, algún medio de derechas (enemistado con el presidente Aznar) también se opuso a la guerra. Los medios en la actualidad apoyan el régimen de guerra y el genocidio palestino o, con respecto al genocidio, se ponen de perfil con algún gesto simbólico, en una línea próxima a la decidida por el gobierno de coalición progresista. Es normal, así, que parte del electorado progresista observe con preocupación y cierta perplejidad las políticas de su gobierno y las justificaciones que propagan en los medios afines; lo que, sin duda, influye en que no sientan, por ahora, la necesidad de movilizarse contra el gobierno. También es verdad que, al contrario de 2003, nadie ha esgrimido por ahora la presencia de tropas españolas en algún frente.
En las elecciones presidenciales de EEUU en 1992, el estratega de la campaña de Clinton, J. Carville, escribió en la pizarra la frase “¡Es la economía, estúpido!”, indicando con ella que el equipo de campaña centrara el mensaje en los aspectos económicos. Así fue, y Clinton ganó las elecciones. En efecto, cuando las políticas económicas afectan deteriorando las condiciones materiales de vida de amplios sectores de la población, suelen volverse determinantes para la movilización de esos sectores, en la calle o electoralmente. En los próximos días (24-25) la OTAN aprobará una subida del gasto militar para todos sus miembros del 5% del PIB.
Esto va a suponer para el Reino de España alrededor de 80.000 millones de euros, por lo que, a los 10.500 millones que ya aprobaron para llegar al 2%, ahora tendrán que añadirle otros 50.000 millones. Y como ya anunciaron las autoridades comunitarias, saldrán de los recortes en el gasto público; es decir, de la reducción presupuestaria de los servicios públicos como educación, sanidad, dependencia, jubilaciones o empleo público. O lo que es lo mismo: el progresivo desmantelamiento del Estado de bienestar.
El movimiento pacifista ha venido anunciando los riesgos que conlleva el régimen de guerra. No solo es escalar peldaños hacia la guerra nuclear, sino la desaparición del Estado de bienestar tal y como fue implantado tras la Segunda Guerra Mundial. Y es, previsiblemente, cuando la población empiece a vislumbrar o sentir los efectos del deterioro y reducción de los servicios públicos, cuando se movilice. Nada es irreversible, pero recuperar servicios públicos una vez desmantelados, privatizados, suele ser más complicado salvo que se disponga de la fuerza suficiente y decidida para ello.
Pero no hay que esperar a ese punto. El solo anuncio de los recortes debería disparar las alarmas en una población que ya sabe qué es eso, como ocurrió tras la crisis de 2008 y que dio lugar al 15M. Por tanto, el movimiento por la paz, ampliando su llamamiento e interpelando a sectores que han apoyado al gobierno y que hoy no se están movilizando, tendría que seguir impulsando las movilizaciones con mayor fuerza si cabe. Poco importa lo que digan las encuestas sobre el aumento del apoyo entre partidarios del rearme. La poca credibilidad de la amenaza rusa y de la guerra como solución será replanteada cuando el gasto militar continúe su aumento y la economía familiar se resienta. Entonces, quienes padecen el rearme podrán asumir con más facilidad el llamado del movimiento por la paz.
