Juanma Moreno y Susana Díaz en la sesión de investidura del nuevo presidente de la Junta.
Juanma Moreno y Susana Díaz en la sesión de investidura del nuevo presidente de la Junta.

Hace pocos días, paseando por los pasillos del Parlamento de Andalucía, en la galería donde está el despacho de la Presidencia de la Junta de Andalucía, una persona, de sexo femenino e ideología conservadora, me dejo con sorna: “Tendréis que cambiar rápido el cartel de presidenta por el de presidente”. Algo molesta, le repliqué: “Que se quede en femenino tanto tiempo, al menos, como ha costado que estuviera por primera vez”.

Esta anécdota me lleva a preguntarme si no habremos perdido algo más que un Gobierno socialista en Andalucía. Con cierta nostalgia, tengo que reconocerlo, he ido a buscar una foto del día de la investidura de la presidenta Díaz, con un grupo de mujeres socialistas y feministas en la puerta de ese mismo despacho y he recordado como aquel instante representó la conquista de algo más que un Gobierno.

Traspasar esa puerta supuso, para muchas de nosotras, la alegría por romper un techo de cristal que hasta aquel día nos había estado negado. Reconozco, con cierto rubor, que ninguna toma de posesión de un presidente socialista me había emocionado tanto como la de Susana Díaz aquel día, una de las nuestras había llegado y lo hacíamos todas con ella.

Reconozco humildemente que la pérdida del Gobierno socialista en Andalucía me ha ocasionado un doble dolor, por la pérdida de ese poder femenino y feminista. Después de años rompiendo el techo de cristal, la losa de hormigón llega de la mano de la derecha, como no puede ser de otra manera, y vuelven los verdaderos dueños del poder.

Y mi preocupación aumenta, no sólo la irrupción de Vox y su discurso de la misoginia, no sólo por el cuestionamiento de las leyes de igualdad y de violencia de género, no sólo por la mayoría parlamentaria en manos de la ultraderecha, es por todo el cambio que se ha iniciado ya y que supone un retroceso en nuestros derechos y en nuestras vivencias más íntimas.

El cambio ha comenzado ya y hemos comenzado a sentirlo, con ese paternalismo tan molesto, con esa forma de hablar de las leyes que “protegen a las mujeres”. Me mata la palabra “protección” en boca de la derecha, me suena a “no os preocupéis, nosotros volveremos a cuidar de vosotras”.

En el debate de investidura de la pasada semana, me molestó terriblemente tener que oír los ataques de la ultraderecha al lenguaje inclusivo, pero más me molestó que Juanma Moreno no lo utilizara ni una sola vez en su discurso. Me molestó que la palabra mujer solo apareciera en dos ocasiones; me molestó que la palabra igualdad no apareciera ni una sola vez; me molestó que se pida “sacar de la contienda política asuntos tan sensibles como la violencia de género” para luego pedir “que todas las víctimas estén protegidas”.

Pero no sólo los discursos me han molestado, también las imágenes, las primeras fotos del ya presidente Moreno posando en su despacho con su pareja, al más puro estilo detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, me ha molestado tanto como aquella foto en el Burger King  durante la campaña electoral, donde todos criticaron lo poco andaluz que era el lugar, sin que casi nadie reparara en la imagen de madres y esposas perfectas que cuidan de sus hijos.

También me han molestado los opinadores políticos que han analizado hasta la saciedad la importancia del cambio de gobierno y la alternancia política “para el sistema democrático” y ni siquiera se plantean si el sistema democrático no se verá dañado porque la igualdad de género desaparezca como prioridad política. ¿Acaso las mujeres no construimos democracia? ¿Acaso nuestros avances y nuestras leyes no han creado una sociedad más democrática y más avanzada?

Tampoco me han gustado las dudas sobre si habrá o no un Gobierno paritario, ignorando el mandato de la reciente Ley de Igualdad de Género, porque ya no es una cuestión de voluntad política, sino una imprescindible fórmula para el cumplimiento de nuestras leyes. Me ha molestado que las primeras quinielas de nombres del Consejo de Gobierno fueran todos hombres, o que las mujeres sean las que ocupen su espacio en la oposición. Que las dos líderes de los partidos de izquierda en el Parlamento de Andalucía, Susana Díaz y Teresa Rodríguez, sean mujeres me parece una foto difícil de digerir.

Seguramente muchas personas podrán pensar que este enfado mío tiene que ver con la pérdida del poder socialista en Andalucía, reconozco que sí, pero solo en parte; que mi partido, aún siendo el más votado, pierda un Gobierno lo puedo digerir, porque es una fórmula perfectamente democrática y basada en nuestro modelo parlamentario, pero que eso suponga el retroceso de todas las mujeres andaluzas, es un trago demasiado amargo.

Muchos dirán que son meras conjeturas o simples exageraciones por mi parte, muchos pensarán que ya está bien de privilegios para las mujeres, otros dirán que simplemente es no saber aceptar la derrota, pero es mucho más.

Instituto Andaluz de la Mujer

Del anuncio del presidente Moreno -no derogar la Ley de Violencia de Género y la Ley de Igualdad- habría mucho que decir, porque no derogar no significa avanzar. No derogar nuestras leyes no es suficiente. Existe la derogación lenta y silenciosa, la derogación por inanición, la derogación por falta de aplicación es la peor de las enemigas de la igualdad, porque no avanzar es retroceder, no transformar la sociedad en los valores del feminismo es involución y cuestionar a las asociaciones de mujeres, o atacar el organismo de igualdad que nos representa- el Instituto andaluz de la Mujer- es una forma de violencia que no puedo soportar.

Pero si, llegados a este punto, alguno de ustedes han pensado que este malestar que siento se va a convertir en rencor, en acritud, en tristeza o en melancolía, se equivoca; si alguien piensa que las feministas tiraremos la toalla es que no conocen este movimiento social y político con más de tres siglos; si alguien piensa que vamos a pararnos lamiéndonos las heridas, que cambie de opinión, nada más lejos de la realidad; las mujeres nunca tenemos tiempo para llorar sobre lo perdido ni lo no conquistado, sabemos que el feminismo siempre ha triunfado, porque es transformador.

Ya estamos soñando, ya estamos trabajando, ya estamos ilusionadas pensando en la próxima propuesta, en la próxima acción, en el próximo 8 de marzo que está cerca. Ya estamos deseando llamar a nuestras hermanas para volver a ir juntas y de la mano, ya estamos diseñando los cánticos, las pancartas, construyendo las alianzas y las estrategias.

El feminismo puede estar o no en los Gobiernos, pero siempre está y seguirá estando en la calle, en las aulas universitarias y en las casas de los hombres y mujeres progresistas. Que se preparen los hombres del traje gris, que se preparen los de los discursos de la confrontación, que se preparen los cenizos que nos etiquetan de feminazis o de kale borroka.

Las mujeres feministas tenemos un espacio ganado, conquistado y no regalado, y no vamos a retroceder, estaremos vigilantes, denunciando cada paso, cada retroceso, cada falta de compromiso, cada bulo o cada insulto. Ya estoy deseando recorrer los pasillos del Parlamento y ver si la “a” se ha caído del cartel de la puerta de la Presidencia de la Junta de Andalucía, pero aviso, no os llevéis muy lejos nuestros símbolos y nuestro lenguaje de género, volveremos, trabajamos ya para volver a conquistar el sueño de tener a una mujer socialista y feminista al frente del Gobierno de Andalucía. Y si a mí me preguntan, les diré su nombre: Susana Díaz Pacheco.

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