El negacionista no miente

La pérdida de la perspectiva histórica, la memoria colectiva, fue el primer paso que abrió las puertas al negacionismo

La derrota del negacionismo.
La derrota del negacionismo. Candela Núñez

El mentiroso tiene una relación tan íntima y directa con la verdad que se permite el lujo moral de ocultarla. De pocos individuos podremos decir que conocen tan bien la verdad como del mentiroso. En la acción de la mentira  no hay ni ignorancia, ni error solo voluntad de elusión de la verdad. Por ello es inútil la simple información de la verdad.

La novedad del negacionismo como fenómeno socio cognitivo contemporáneo, no reside en algo tan viejo como el uso de la mentira como arma política, sino en el desprecio ontológico a la verdad. Los negacionistas ni siquiera mienten. No niegan, dado el caso, que X o B sean enunciados verdaderos, y por tanto; afirman que X o B son enunciados falsos. El negacionismo ha borrado la verdad en la gramática de la vida social.

Por eso el discurso negacionista carece de voluntad de coherencia como si tiene el mentiroso. Hay que tener muy buena memoria para ser un buen, coherente, mentiroso. La pérdida de la perspectiva histórica, la memoria colectiva, fue el primer paso que abrió las puertas al negacionismo. El presentismo atroz fue la alternativa, anulo el pasado ante la evidencia del cada vez más incierto futuro tan distinto al anhelado progreso.

Así el negacionismo no es un ideología, ni siquiera una ideología mentirosa  o falaz como el racismo o el sexismo, por ejemplo. Es la renuncia a cualquier forma de coherencia ideológica lo que le caracteriza. En el fascismo o el estalinismo si había esa de voluntad de coherencia ideológica. Por el contrario en el negacionismo se produce un desacople abismal entre la conciencia y la realidad.

La desaparición de cualquier mediación razonable entre el nosotros y el mundo porque previamente a desaparecido cualquier atisbo del nosotros comunitario. La combinación entre un espacio social privatizado hasta la atomización molecular, con una colonización digitalizada de la atención colectiva ha producido una forma de dominación monstruosa.

Los negacionistas no son racistas tiene conductas racistas, no son sexistas pero tienen conductas sexistas porque aquello que se les ha expropiado no es la capacidad de actuar sino de actuar con sentido. Y no son racistas o sexistas de igual modo que los algoritmos que discriminan a las mujeres o a los afroamericanos no lo son tampoco, pero actúan como racistas o sexistas.

Hay dos espacios sociales donde el negacionismo ha arraigado con fuerza: Uno, aparentemente muy despolitizado, los movimientos para un nueva espiritualidad. Y otro, formalmente muy politizado, la nueva extrema derecha. Inicialmente puede resultar chocante esta confluencia, aunque en las manifestaciones negacionistas del covid y los antivacunas han compartido las calles, pero existe una convergencia profunda que veremos.    

En la creciente popularidad de una especie de espiritualidad escatológica, una suerte de budismo digital, encontramos una gimnasia ideológica que nos prepara para el fin de todo, menos del capitalismo; por medio de la tecnologización de nuestro propio yo como única realidad real. Esta nueva espiritualidad que abomina de las religiones tradicionales se construye como  un camino de perfección hacia la supresión de la verdad que siempre está ahí fuera.

De esta manera se fabrica una verdad individualizada y dopada de sensaciones sin ideas ni sentimientos. Desconectada del exterior sobre la alucinación de la conexión cósmica. No es el ideal teológico de la perfección y el equilibrio solipsista lo que nos ha hecho humanos sino la realidad evolutiva de la imperfección inquietantemente desequilibrada: No es casualidad que sean los grupos sociales dedicados a esas formas de espiritualidad alternativa los que han sido en muchos lugares la vanguardia  activa del negacionismo.

La nueva extrema derecha, aunque promete una vuelta a la antigua organicidad  simplificadora  de la etnia o la religión, se nutre en realidad de esta ideología anti-ideológica del irracionalismo negacionista. Los desertores de la complejidad, incapaces de soportar un divorcio tan radical entre realidad y discurso, son sus víctimas, público ideal. Un tsunami constante de sensaciones confusas y caóticas termina generando una profunda sensación de miedo y vértigo.

Las bases sociales de la nueva extrema derecha no son solo los tradicionales conservadores religiosos o morales sino también, y fundamentalmente, los postmodernos huérfanos de  la razón. La misma lógica de la acción, las políticas neoliberales, que destruyen los espacios sociales de la confianza mutua y la cooperación, acaban suscitando la demanda de racionalidad y confianza que reclama el electorado que vota a la extrema derecha. Los mismos que con sus políticas provocan, y se benefician, la emigración ilegal son aquellos que piden el voto para detener la emigración ilegal. Los pirómanos se presentan como bomberos.        

Para esta operación había que asesinar a la verdad como categoría central de la racionalidad en la mediación entre el sujeto y el mundo. Todos los totalitarismo del siglo XX han sido enemigos de las mediaciones y las formas, han sido iconoclastas, pero en esta ocasión ha llegado muy lejos. No son datos lo que necesitamos para combatir al negacionismo sino razones que liguen de nuevo subjetividad colectiva y realidad (hechos materiales y sociales). El datismo es un socio leal del negacionismo aunque aparente, sin saberlo, enemistad radical. No es que necesitemos más pensar y menos hacer, ni lo contrario: necesitamos pensar más lo que hacemos y hacer más lo que pensamos, recuperar las mediaciones. Mas mediación y menos meditación.

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