Si bien algunos dioses multiplicaron panes y peces, yo me conformo con multiplicar panes de Calatrava y regresos.
¿Nostalgia? ¿Quietud? De todo ello un poco. No son más que atisbos de mi refugio espiritual. Si bien algunos dioses multiplicaron panes y peces, yo me conformo con multiplicar panes de Calatrava y regresos. Los primeros para un buen desayuno. Los segundos para poder estar en mi tierra.
Descansar de tantos muros de las lamentaciones y heridas abiertas. Buscar mi verdadero refugio, al margen de todas las confrontaciones interesadas que circulan en el aire. No significa que no me importe, sino que padezco de libertad. Será que mi madre me dejó un mínimo grado de conciencia para no aceptar adoctrinamientos; así como me parió con genes de sabueso, para oler desde lejos ideas defendidas con un tufillo pordiosero.
También me duele el mundo. Enormemente. Pero no por ello voy a entablar conflictos basados en la palabra. Albergo el sentimiento de que muchas reivindicaciones adolecen de defecto de forma, en cuanto a los colectivos que las abanderan. Sabrán leerme entrelíneas, incluso aquellas mujeres a las que admiro por su tesón y dignidad.
Espero que no llegue el día en que quieran cambiar la historia del arte, sólo porque aparece una Venus desnuda emergiendo de una concha, y busquen con ahínco los huesos de Boticcelli para pulverizarlos en el olvido patriarcal. Nada desmerece más a un buen propósito, que la terquedad de un espíritu mal encaminado.
De todo esto y mucho más tengo que hablar con alguna de mis madres. Con la mía, en primer lugar. Luego con las que saben acerca de la vida y han visto transcurrir en sus ojos, el incendio de varias generaciones. Ellas entienden acerca de su condición, y no necesitan que nadie venga a darles clases, enfoques y varapalos, solo porque piensan diferente en cuanto a la forma.
Hay una mujer a la que quiero mucho y tiene unos 12 años menos que mi madre. Más vasca que un roble enraizado en la Gran Vía bilbaina. Gorda por virtud y no por defecto. Cazadora de toda la vida. Dedicada a alojar, servir y compartir con todos aquellos estudiantes de Maestría y Doctorado que han pasado por su casa. Además de que uno de sus tíos fuera íntimo amigo de Miguel Delibes.
También hay otra mujer que vive en un pueblo perdido de la provincia de León. Estudia para acceder a una plaza de Enfermería mientras se ocupa de cuidar de su madre que padece alzheimer progresivo, además de procurar que a sus dos hijos cercanos no les falte de nada a la mayoría de edad.
Así iría desgranando unas y otras historias. Sé que podemos hacer un poco de literatura sobre la vida, pero nada que ver con ese incomparable espacio que nos otorga el corazón. Una imagen simboliza mucho más que el ánimo de propagar el amor por la cocina.


