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Cómo catar un vino, con la pretensión de disfrutar de él como consumidores o aficionados 

Como adelantaba la semana pasada, aunque el conocimiento amplio y profundo del vino es algo que corresponde a los expertos, cualquier persona puede disfrutar de él y analizar las sensaciones que le produce al beberlo. Veremos a continuación cómo catar un vino, con la pretensión de disfrutar de él como consumidores o aficionados y desde esa perspectiva, sin pretender alcanzar un nivel de profesional.

Dicho esto, afinemos nuestros sentidos y comencemos:

La cata debe realizarse en una habitación con suficiente luz, en la que no haya ningún tipo de olor (mientras hacemos “pescaíto” frito no podemos catar un vino, aunque, por supuesto, podemos tomarnos una copita…). Si vamos a catar varios vinos, tendremos preparada una copa para cada uno de ellos.

Abrimos la botella y servimos un poco en la copa, a continuación, sostenemos la copa por la base o por el tallo, para no calentar el vino y miramos el vino a contraluz o sobre un fondo blanco (una servilleta puede servir). ¿Qué debemos mirar? Color, brillo y limpieza y si tiene burbujas, cómo son y cómo se mueven.

En los blancos, el color puede ser desde casi incoloro hasta verdoso, pasando por amarillo pajizo o dorado. En los rosados podemos ver rosa pálido, salmón, tono fresa… En los tintos, rubí, cereza, granate, teja…

El color, por ejemplo en los tintos, nos dará una idea de si es un vino joven o no. Por lo general, cuanto más rubí o cereza es un vino tinto, más joven es. Si es más granate, teja, suele ser un vino envejecido.

Como curiosidad, parece ser que, aunque en otros países se llama “vino rojo”, en España se optó por llamarlo “tinto”, porque el vino que se obtiene justo después de la fermentación es en muchos casos morado/azul, casi negro, por lo que se comparaba su color con el de la tinta de escritura.

Terminada la fase visual, pasamos a la fase olfativa: Sin agitar, acercamos la copa a la nariz (en realidad, introducimos la nariz en la copa) para inhalar los aromas primarios, los que provienen de la variedad de uva (fundamentalmente aromas vegetales y/o frutales).

A continuación, agitaremos la copa, para que el vino entre en contacto con el oxígeno y desprenda más aromas (los secundarios, que se originan en la fermentación y los terciarios, que se desarrollan durante y después de la crianza del vino, para el caso de que tenga crianza, claro está).

Podemos comparar los aromas del vino con aromas conocidos: frutas, flores, madera, café, especias, mantequilla, cacao, regaliz, cuero, pimienta, tinta china, tierra mojada, entre otros.

Finalmente, en la fase gustativa, se toma un sorbo que nos permita moverlo por toda la boca para apreciar los cuatro sabores básicos: dulce, salado, ácido y amargo. Un vino “redondo” es el que equilibra estos cuatro sabores básicos. Notaremos también la textura (sedoso, aterciopelado, rugoso, astringente…)

Otro pequeño sorbo a continuación, pero esta vez, manteniéndolo en la boca, haremos entrar aire en la boca y lo expulsaremos por la nariz. Así se aprecian los aromas por la vía retronasal.

A continuación, apreciaremos qué final nos ha dejado el vino y si su sabor es persistente o no.

Por último, dos cuestiones muy importantes: Una “fase” no oficial en las catas para aficionados, pero quizás la más divertida, en la que también se aprende, se disfruta e incluso se crean ciertos lazos, es la de compartir las sensaciones con el resto de catadores, nunca nos la podemos saltar. La otra cuestión es que no vayamos a aplicar todas las fases de la cata cada vez que simplemente vayamos a tomar una copa con amigos o familiares… En ese momento lo que toca es disfrutar del vino, sí, pero también de la compañía, de la conversación, del momento.

Bebe la vida, vive el vino.

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