Mi experiencia en el 'Bahía Sound Day': los artistas salvan un festival caro y desorganizado

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Natural de Sanlúcar de Barrameda, estudió periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Aprendió el oficio entre las paredes de la redacción de Europa Press y luego pasó a seguir creciendo en el diario Público. Especializada en temas de feminismo, migración y fake news, cree en un periodismo comprometido con el derecho a una información veraz a través del respeto de testimonios, las fuentes y la empatía.

Una vista del 'Bahía Sound Day' celebrado en San Fernando.
Una vista del 'Bahía Sound Day' celebrado en San Fernando.

Las temperaturas auguraban una tarde de conciertos calurosa en el festival Bahía Sound Day en San Fernando. A solo una semana del evento, la organización había anunciado por sus redes sociales que había una modificación en los horarios y que comenzaría 45 minutos antes de lo esperado. Alizz abrió el evento aún con el sol azotando sobre las cabezas de aquellos valientes que se habían atrevido a entrar para ver al artista. Algunos buscaban un poco de sombra a su alrededor, pero tuvieron que conformarse y pagar una botella de agua pequeña a dos euros para paliar el calor.

La venta de entradas predecía un récord de asistencia cuya afluencia fue aumentando a medida que la noche se iba poniendo hasta alcanzar alrededor de 17.000 asistentes. La cifra, aportada por la organización, confirma el éxito rotundo del evento. Rigoberta fue la segunda en subir en el escenario y el recinto empezó a llenarse para cantar el Ay mama, uno de los himnos del panorama musical más sonados en este 2022. La artista no decepcionó y dio un baño de empoderamiento femenino a un recinto rendido ante su show.

Tras su última melodía, Rigoberta daba paso a la argentina Nathy Pelusso. Entre concierto y concierto se daba un tiempo para hidratarse en los puestos del recinto. Para poder consumir debías llevar bien las matemáticas y calcular qué y cuánto ibas a beber para recargar la pulsera del festival, el único modo de pago. También había que estar atenta y leer con detalle el cartel de los precios, que te indicaban al final, con un asterisco, que el vaso reutilizable de plástico que hacía falta para poder rellenar la bebida saldría por otro módico precio de dos euros.

Tras aguardar a la primera cola para recargar la pulsera te lanzabas a pedir una de las cervezas más caras de tu vida. “No pasa nada”, piensas a regañadientes: “Un día es un día y seguro que esos dos euros irán destinados a alguna asociación para ralentizar el cambio climático o algo parecido. A este precio salvan ellos solos la fauna marina de toda la provincia”. Los puestos de bebidas ocupaban todo el recinto y en cada uno de ellos se había montado avalancha de personas que quería consumir antes de que empezara el próximo concierto.

Más de media hora entre empujones y en una cola que no avanzaba. El personal, escaso ante la numerosa asistencia del evento, caminaba de un lado a otro intentando entender la aplicación de pago con la que tenían que apuntar las bebidas. Mientras tanto, las personas seguían empujando y desesperándose mientras miraban el reloj. Se notaba la falta de instrucción a los trabajadores, a los que parecían haber soltado a su suerte ante una multitud que pedía incesantemente algo para calmar la sed. Aún en la cola, empezó a sonar la primera canción de la argentina y ya muchos dieron la batalla por perdida. Con tres canciones empezadas me atendieron y decidí pedirme dos bebidas, con sus respectivos vasos, porque no tenía intención de volver al puesto.

Una Nathy Pelusso con un arranque espectacular rebajaba la tensión de los puestos de bebidas. La artista ofreció un espectáculo de baile y cante de primer nivel y se mostró poderosa ante un público al que reconoció tener extremado cariño. "Esto es una fiesta para mi gente, carajo", exclamaba y recordaba que fue en Cádiz donde ha pasado las mejores vacaciones de su vida. Acabó con la bandera verde y blanca en su espalda, desfilando con fuerza y prometiendo volver.

Al finalizar el concierto, muchas personas habían decidido que la hidratación no era tan importante y que ir al baño portátil podía esperar, que cualquier otro momento era bueno para arriesgarse a coger cistitis. Comenzó C Tangana y cualquier bache del festival hasta el momento valió la pena. El artista bajó el telón apoteósico con una numerosa orquesta que anunciaba la llegada de El Madrileño a Cádiz.

Hubo unos juegos de cámaras que hacían que los asistentes se sintieran que estaban siendo parte de un videoclip en directo. “Parece una película”, se escuchaba en numerosas ocasiones. Pucho y Nathy convirtieron en creyentes a todos los espectadores que intentaban no perderse ningún detalle cuando entonaron juntos Yo era ateo. Junto al artista se encontraba una mesa llena de músicos como José Carmona, Yeray Cortés o El Bola cantando por Camarón. C Tangana decidió reunir a casi una decena de artistas para que lo acompañasen y darle a San Fernando el concierto que se merecía.

Finalizaba y comenzaba La Flaca, una de las dj más prometedoras de Argentina, pero el recinto empezaba a vaciarse y el publico comenzó a salir. Algunos intentaron que le devolviesen el dinero que aún quedaba en sus pulseras, pero tenían que pagar tres euros para que te dieran de vuelta aquello que no habías podido gastar por las largas colas. A la salida, seguía la batalla y las colas, esta vez por coger un taxi hasta casa. Algunas jóvenes se lanzaron a hacer autostop. “Cinco euros cada una y nos llevas”, gritaba una joven a un conductor solitario.

La organización afirma ser un triunfo, aunque poco debate puede haber con los comentarios de Instagram desactivados para limitar la opinión de los asistentes. Sin embargo, lo que menos triunfó fue la misma organización, que debió agradecer quedar eclipsada por las actuaciones de los artistas que hicieron que valiera la pena la asistencia al festival.

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