José Miguel García, comunicador audiovisual
Hay veces en que recuerdo puestas de sol, incluso las mejoro en mi cabeza, pintándolas con colores más vivos, sacados de plantas, flores o frutas; así se me queda un atardecer en la Caleta manchado de un violeta berenjena, salpicado de naranjas mandarina, con un amarillo girasol en el centro. Otras veces pierdo la noción del tiempo imaginando que soy una estrella del rock, o que la chica que me gusta va a venir a regalarme los besos que sé que no me va a regalar, o me pongo a pensar cómo quedaría Rajoy bailando cancán. Cosas así. Supongo que soy la típica persona de la que se dice: "Está fatal".
Algunas veces me pienso alcalde de Jerez, lo que seguramente para muchos sería una especie de Ayuntamiento-manicomio. La locura de mi alcaldía, la irreverencia de los concejales, una bomba nuclear de insensatez en cada Pleno.
Cuando me imagino alcalde, disfruto eliminando todos los gastos y ayudas a las hermandades de Semana Santa, a la Feria, me abstengo de traer eventos a Jerez para "fomentar el turismo", pero para que finalmente se sigan forrando los de siempre. En mi utopía descabellada, los concejales no tendrían más remedio que trabajar para que Jerez fuese una fuente de turismo digna todo el año, sin necesidad de semanasantas o vueltasciclistas, tendría que haber un proyecto serio para atraer y mantener a los turistas por el valor de la ciudad en sí misma. También sería válido para el flamenco, los caballos o el vino, aspectos todos que merecen un cuidado durante todo el año, una atención de verdad, y no las migajas de una semana de fiesta.
Quitaría también las ayudas porque, en mi demencia, pensaría que un Ayuntamiento endeudado no puede seguir gastando más de lo que tiene, no me podrían valer las excusas de que "esto estaba mal cuando llegué", "no vamos a dejarles sin Feria". En mi alcaldía insana un objetivo prioritario sería eliminar la deuda en todo lo posible, sin lamentos ni justificaciones. Y eliminar la deuda significa dejar de gastar en todo lo que no sea techo, comida y dignidad.
Tendrían que irse todos los cargos puestos a dedo, y se abrirían investigaciones también para los que tienen su plaza en oposición, pues habría que saber en qué condiciones y bajo qué parámetros se celebraron esos concursos.
En mi furor, me comparo con la señora alcaldesa, y no alcanzo a entender cómo estando la situación como está tiene la poca vergüenza de cobrar su sueldo. En mi Ayuntamiento apocalíptico, el alcalde y los concejales serían los últimos en percibir su salario, no sería posible que cobrase yo y no las limpiadoras, o los conductores de autobús, o cualquiera de esas profesiones tan necesarias. Los sueldos congelados serían los nuestros, por nuestra ineptitud y como recordatorio de que estamos al servicio del pueblo.
En mi alcaldía de la camisa de fuerza, no apoyaríamos ayudas al emprendedor, cursos para empresarios y chorradas por el estilo, que sólo sirven para que los ricos sigan siendo ricos, sino más bien trataríamos de fomentar el cooperativismo, salir de esa idea de que el turismo lo resuelve todo, producir bienes, riqueza y repartirla entre todos.
Este sería mi despropósito, este es el sueño con el que me acuesto algunas noches, entre atardeceres de plata, conciertos de los Rolling Stone en los que yo soy Mick Jagger y verbenas en las que Rajoy imita al Fary. También me queda espacio para mi querido Ayuntamiento loco, ese pequeño espacio de insensatez que no convencería a nadie. Mi alcaldía psicótica.
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