Camioneros andaluces, retenidos en Reino Unido por el cierre de fronteras, en una imagen de archivo.
Camioneros andaluces, retenidos en Reino Unido por el cierre de fronteras, en una imagen de archivo.

Durante las últimas semanas ha salido frecuentemente en las noticias eso de que faltan camioneros, repartidores, camareros, soldadores, albañiles y una serie de trabajos de baja cualificación no muy bien remunerados. Y esto es un hecho que no se da solo en nuestro país, el otro día en El Intermedio hablaban de que en EEUU está habiendo un abandono masivo de trabajos precarios bajo el lema “I quit” (lo dejo). Así es como la prensa de derechas se ha llevado las manos a la cabeza y ha vuelto a cargar contra “las paguitas”. Sin embargo, creo que esto no es una situación anómala, sino que por fin se están poniendo las cosas en su sitio.

Primero, me gustaría reflexionar acerca de por qué tenemos una idea del mercado laboral que no es correcta. Aprovechando momentos de crisis, el lenguaje puede ser un instrumento de cambio o consolidación de distintas ideas o formas de pensar que imperan en nuestra sociedad. Un claro ejemplo de ello es el esfuerzo que estamos haciendo para construir un lenguaje inclusivo que visibilice a las mujeres. Pues bien, con el mercado laboral ocurrió lo mismo. El lenguaje se ha ido moldeando de tal forma que parece que quien tiene el poder en una relación contractual entre trabajador y empresario es este último. Sin embargo, la realidad es bien distinta.

El concepto de oferta de trabajo que se maneja en la calle hoy día está en las antípodas del que se enseña y utiliza dentro de la facultad de Económicas. En términos de oferta y demanda, el verdadero oferente de trabajo es el trabajador, que ofrece sus servicios a cambio de una contraprestación. De esta forma, las empresas serían los demandantes, que necesitan el servicio de los trabajadores para conseguir sus fines, buscando todo el trabajo que puedan al menor precio posible. Por lo tanto, el concepto de oferta de trabajo como el anuncio de la disponibilidad de una vacante es erróneo. En este aspecto, lo realmente correcto sería anunciar que SE BUSCA a una persona para que ocupe tal plaza.

Al igual que alguien que fabrique y venda cualquier cosa como oferente (por ejemplo, zapatos), dado un momento en el que vea que apenas gana lo justo y necesario para subsistir, un trabajador también está en su derecho de considerar que no le merece la pena continuar y dejarlo para buscar algo mejor. Es así como un camionero, está en pleno derecho de renunciar a perderse la infancia de sus hijos mientras él está llevando un camión por tres duros, o determinados soldadores a jugarse la vida. Sin embargo, esto no cabe en la cabeza de bastantes empresarios, empeñados en que ellos son los que DAN trabajo, y se creen con derecho a pagar lo mínimo. En cierto modo, también están mal acostumbrados a pagar poco.

En este sentido, también el lento goteo de ideas liberales ha calado, los salarios se han convertido en un coste como otro cualquiera que es llevado a la cuenta de pérdidas y ganancias. Pero bien podría plantearse de otra forma. ¿Y si después de descontarse todos los costes, los beneficios que quedan se tratasen como la renta que han generado empresarios y trabajadores poniendo en común sus recursos y capacidades? Puede que esta sea la única vía posible para que nuestra sociedad prospere. Si un trabajador gana solo lo justo para vivir, no consume otra cosa. Por lo que, a la larga, tampoco nadie vende. Sería una ruina a largo plazo provocada por la avaricia. Quizá, después de todo, puede que sean “las paguitas” las que nos salven de este futuro económicamente apocalíptico. Ya en su día, Adam Smith escribía en La Riqueza de las Naciones que el problema de las huelgas era que mientras un empresario tenía ahorros y recursos como para soportar un periodo largo sin vender, los trabajadores no. ¿Y si esto cambiara?

 

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