La mentira de las profesiones vocacionales, "no veas cómo vivís los maestros"

Señores, estará la cosa 'joia', pero como dice mi madre el derecho al pataleo todavía no nos lo quitan

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Filóloga y escritora.

La violencia vuelve a las aulas con dos agresiones en institutos.
La violencia vuelve a las aulas con dos agresiones en institutos.

Mis abuelos eran los dos pescadores y mis abuelas mujeres de manos habilidosas capaces de hacer que sus hijos no se percatasen de que en casa se comía el pescado que no se podía vender en la lonja. Con muchísimo trabajo y sacrificio, el casi total analfabetismo de mis abuelos consiguió brindar a mis padres la posibilidad de alcanzar estudios medios.

Mis padres son de la generación de la disculpa, del fin del franquismo y la movida madrileña, y aunque aprendieron a leer y escribir en el colegio, nadie les explicó que seguía existiendo la letra pequeña para todos aquellos que no eran “hijos de”. Fíjense, resultó que aún con el perro muerto, no se acababa la rabia. Así después de acabar el instituto, público por supuesto, se pudo con mucho esfuerzo pagar el autobús a la provincia un par de años más para que pudieran terminar un grado medio. Mi madre quiso ser maestra y mi padre ingeniero pero ninguno de los dos cumplió el sueño, había que dejar de caminar y aprender a correr para cogerle la  a la vida, que había empezado a apretar el paso.

Con dos niños colgados aprobaron una oposición que poco tiene que ver con la de ahora, y así, con mucho trabajo y queriendo lo que quieren todos los padres para sus hijos, nos abrieron la puerta a los estudios superiores a mí y a mis hermanos. Nosotros fuimos la primera generación en ir a la universidad, pública, por supuesto, y con constancia y trabajo terminamos nuestros estudios. Yo hice un doble grado de Filología en mi universidad natal porque me gustaba la literatura y no se me daba mal el inglés. Me pareció un buen negocio, cambiar un año adicional por salir el doble de preparada. No pensé mucho en las salidas laborales porque por aquel entonces, la enseñanza me motivaba y mantenía el empeño de querer hacer del mundo un lugar mejor. Recuerdo la trabajada campaña de marketing de la jornada de puertas abiertas, había que ver la de cosas que se podían hacer con una filología. Al parecer, la educación no era la única salida profesional, solo una más, y bueno, a la vista está diez años después sigo sin saber de un filólogo de mi quinta que no sea profesor.

Restándole los más y los menos, alguna que otra profesora cabrona y algún otro profesor que siempre iba de listo, yo tengo mucho que agradecerle a la pública. Una educación de muchísima calidad y una beca que mantuve siete años consecutivos. Dos grados universitarios y dos másteres que, de cualquier otra forma, no podría haberme permitido. La educación pública señores no es un lujo, es un lujazo. Qué más me habría gustado a mí que devolverle a mi comunidad, lo invertido durante mis años universitarios. Sin embargo, yo como tantos otros soy parte del grupo de los exiliados electivos siendo esto de la elección algo muy relativo.

Mi Españita de polo remetido por los pantalones y pelito engominado no considera que mis dos carreras y mis dos másteres sean formación suficiente para poner el punto final a mi educación. Es más, mis siete años de formación superior se consideran insuficientes para permitirme desempeñar mi profesión. Después vendrá una Encarnita o un Juan Antonio, con menos papeles que una choza pero recién nombrados diputados del partido del águila clava encogiéndose de hombros en el congreso ante la cifra envenenada de los dos millones y medio de cerebros fugados que siguen tributando en el extranjero.

Yo que vivo a 2.500 kilómetros de mi jolgorio andalú soy de la opinión de que la mayoría coge el petate por necesidad y no por voluntad. Siempre hay una fuerza mayor, para nosotros que pasamos la frontera en un vuelo de dos horas con el ticket de oro de la UE y también para los nigerianos que se pasan once días en la mecha del timón de un barco petrolero.

Desafortunadamente todos sabemos que mi caso no es aislado, también, que ni Juan Antonio ni Encarnita van a leer este artículo, ni van a llegar a la conclusión de que hay que cambiar el sistema. Podría uno pensar, queriendo contentarse, que al menos la sobre formación de este país habría engendrado una sociedad más versada y perspicaz pero viendo los resultados de las últimas elecciones, ni por ahí nos libramos.

Como la cosa está bastante regulá parece ser que lo único que nos queda en hincar los codos y saltar por el aro del funcionariado, así hacemos de oro a las preparadoras y nos comemos las uvas otro 31 confiando en que este va a ser el año que pasemos la nota de corte. Señores, estará la cosa joia, pero como dice mi madre el derecho al pataleo todavía no nos lo quitan.

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