El escudo de la CIA en 'Jack Ryan'.
El escudo de la CIA en 'Jack Ryan'.

Ponemos en circulación una expresión nueva, a ser posible en inglés, y ya está: nos creemos que hemos inventado algo nuevo. Pero no es así: las fake-news siempre han existido. Son noticias falsas que se difunden con algún propósito de manipulación. En muchas ocasiones, los artífices de estos bulos son servicios secretos que intentan así desestabilizar a un adversario de su país. Lo hemos comprobado en los últimos años con las oscuras injerencias de Rusia en las elecciones de Estados Unidos, intromisiones que Moscú, por descontado, niega pero que se pueden conocer a través de sus rastros digitales. Thomas Rid, experto en tecnología y espionaje, detalla en Desinformación y guerra política (Crítica, 2021) muchas de estas maniobras de intoxicación. 

Si Clausewitz dijo que la guerra es la continuación de la política por otros medios, aquí sucede al revés, la política, y con ella la difusión de todo tipo de mentiras, viene a ser una continuación de la guerra. Aquí no hablamos de las falsedades habituales de los políticos sino del engaño metódico y planificado, obra de profesionales de inteligencia. El hecho de ser especialistas, sin embargo, no los libra de caer de cuando en cuando en ridículos dignos de Mortadelo y Filemón. Otras veces, en cambio, las operaciones encubiertas del pasado -las del presente las conoceremos cuando ya no sirva de nada- nos deslumbran por su brillantez para socavar la posición del contrario poco a poco, de manera insidiosa. Se hace difícil entonces distinguir donde acaba la verdad y empieza la mentira. De esta forma, cuando la argumentación racional se vuelve muy complicada, las emociones toman el relevo, exacerban los odios y nos impulsan a lanzarnos a dentelladas sobre nuestros conciudadanos. Si disponemos de twitter, más aún.  

Para que las campañas de engaños funcionen, sus promotores deben saber mezclar con habilidad datos auténticos y falsedades. De esta forma, el resultado será más creíble para la audiencia a la que va dirigido. En el periodo de entreguerras, por ejemplo, los comunistas soviéticos se infiltraron con éxito entre los exiliados, a los que dieron esperanzas con el señuelo de una falsa organización monárquica. La Operación Confianza trataba de atraerlos a Rusia, aparentado que existía un movimiento de resistencia, para detenerlos allí. 

Durante la Guerra Fría, la CIA y el KGB recurrieron a un amplio catálogo de argucias para hacer creer al enemigo que lo negro era blanco y lo blanco era negro. Los americanos falsificaron publicaciones comunistas realmente existentes, con lo que se aseguraron llegar a gentes sobre las que no hubieran podido influir de otro modo. En 1953, tras la insurrección popular contra el estalinismo, la CIA introdujo en Berlín una supuesta revista del Partido Socialista Unificado de la RDA. Había que hacer creer a la gente que, desde el poder, se hablaba de las aspiraciones de libertad de los trabajadores. El sello “estrictamente confidencial”, en la portada, estaba pensado para despertar el interés de las masas en un material sobre el que pocos se hubieran fijado, por su carácter oficialista, en circunstancias habituales. 

Los comunistas del KGB, mientras tanto, no se quedaban atrás a la hora de construir un mundo de pura apariencia. El Neues Deutschland, periódico de Alemania del Este, dio a conocer una presunta carta en la que el magnate Nelson Rockefeller, de la poderosa dinastía petrolera, indicaba presidente Eisenhower la política que debía seguir. Uno de los textos insertados por los editores resultaba especialmente llamativo: “Lo que es bueno para Standard Oil es bueno para EE.UU.”. El lector, de esta forma, debía llevarse la impresión de que Estados Unidos no constituía una auténtica democracia: el verdadero poder no estaba en manos del pueblo sino en las de opulentos plutócratas. Por desgracia para los falsificadores, su trabajo no resultaba convincente por multitud de descuidos. La “carta” contenía numerosos errores de mecanografía y el inglés de la redacción ni siquiera era correcto gramaticalmente. 

Como no hay nada que no se pueda superar, a lo largo de los últimos años, con el auge de las nuevas tecnologías digitales, la manipulación informativa ha alcanzado un nivel de peligrosidad inédito. A través de las redes sociales, gente a la que no conocemos se dedica a fomentar los antagonismos políticos mientras difunde rumores maliciosos. Divulgar cualquier disparate resulta más barato y menos arriesgado, a la vez que el público potencial se incrementa exponencialmente. Quedó así de manifiesto la ingenuidad de los que pensaron que Internet iba a permitir la construcción de un paraíso democrático. Movimientos en principio idealistas, como Anonymous, que trataban de extender el acceso a la información, se vieron fácilmente infiltrados por los provocadores. En una cultura marcada por el anonimato, no resultaba fácil distinguir entre el que daba a conocer un secreto de buena fe, movido por el deseo de transparencia, y el que introducía contenidos para generar confusión.

Los rumores se propagan con un impulso incontenible. Le dicen a la gente lo que ésta quiera creer. De hecho, a veces parece que nuestros conciudadanos estén pidiendo a gritos que les embauquen, que les cuenten cualquier cosa con tal de no enfrentarse cara a cara una realidad absurda y pavorosa. Como apenas tenemos memoria histórica, nos parece que la pandemia de la Covid supone una gran novedad -la gripe española y otras catástrofes similares quedan ya muy lejos- e inventamos todo tipo de teorías para señalar a un culpable. Sería un muy buen ejercicio comparar las actuales teorías sobre el origen chino de la enfermedad con el persistente bulo que atribuía a Estados Unidos la invención del SIDA, un mal que con el que los norteamericanos habrían buscado deshacerse de gente incómoda para el establishment como homosexuales o drogadictos.

La información, de esta forma, acaba por degenerar en una especie de supermercado en el que cada cual coge la mercancía que le conviene en función de sus necesidades. Así, frente al auge de los hechos alternativos, el concepto de verdad se desintegra. Podemos echar la culpa, claro ésta, a los demagogos de derechas como Donald Trump, pero… ¿Acaso está la izquierda libre de culpa? Durante décadas, en las facultades de humanidades se ha extendido la idea de que la objetividad no es más que una ilusión. Como señala Rid en su libro, Michel Foucault, uno de los grandes gurús del pensamiento progresista, afirmó que la oposición entre lo verdadero y lo falso constituía un sistema de exclusión arbitrario, violento y modificable. Así, por paradójico que resulte, un cierto pensamiento avanzado viene a converger con los planteamientos epistemológicos del neoliberalismo más extremo.    

 

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