Cuando viaja fuera de las fronteras del municipio, el jerezano y la jerezana de a pie hace gala en la mayoría de las ocasiones de un sentimiento de orgullo que sería digno de estudio. Ser de Jerez de la Frontera -eso es inmutable- genera ciertas dosis de nacionalismo identitario y, siendo ciertamente objetivos, no faltan los motivos: un patrimonio cultural e histórico irrepetible, una marca mundialmente conocida y unas infraestructuras únicas que nos convierten en un destino más que atractivo.
Dentro de nuestros límites territoriales, a pesar de lo vasto de nuestro municipio con 1.188 kilómetros de extensión; y de contar con la ciudad más poblada de Cádiz con 214.000 habitantes, Jerez está lejos aún de creerse una gran ciudad.
Los complejos de no ser capital de provincia y una mentalidad con reminiscencias pueblerinas se constituyen hoy por hoy en el peor obstáculo imaginable para seguir avanzando. Este no querer molestar o no querer levantar en demasía la voz -no vaya a ser que algún gobernante se enfade y nos castigue-son nuestros peores enemigos. De hecho, los partidos políticos, especialmente si comparten siglas a distintas escalas, han interiorizado como normal que no se exija en Madrid o en Sevilla lo que en justicia nos corresponde ante el temor a poner en riesgo ese escaño vitalicio del que muchos profesionales de la política no quieren desprenderse.
Esta semana sin ir más lejos el Gobierno central ha anunciado en Cádiz una de las noticias más esperadas durante décadas. Se concede gratis total suelo de equipamiento a la Junta de Andalucía para construir un segundo hospital. Al jerezano alcalde de Cádiz, Bruno García, se le ha aparecido la virgen de facto: una demanda histórica cumplida y una legislatura que se le pone a favor a poco que rellene su programa de gobierno con algunos aciertos más.
Este regalo de reyes deja a Jerez literalmente a dos velas. La principal ciudad de la provincia, con más suelo y con mayor población, no tendrá finalmente su también ansiado segundo centro hospitalario pese a que la presión asistencial y la alta demanda de usuarios no sólo de Jerez, sino de la Costa Noroeste y la Sierra de Cádiz, bien lo justifiquen.
En el pueblo de Jerez nadie se lleva las manos a la cabeza. Nadie sale a la calle a exigir lo que en justicia corresponde a la primera ciudad de la provincia y quinta de Andalucía. Nadie cuestiona que la capital de la provincia sea merecedora por ejemplo de recibir 511 millones de euros para construir un segundo puente sobre la Bahía, o que el Cadiz C.F. vaya a recibir 4 millones de euros por designio directo de la Diputación de Cádiz, esa administración concebida paradójicamente para el desarrollo de los pequeños pueblos de la provincia. Con estadísticas en mano, son difícilmente justificables estas partidas.
Jerez no merece tanto, opinarán algunos. La autocomplacencia de que en esta ciudad está todo hecho y que no se necesita más, salvo reeditar año a año lo que ya funciona, son suficientes para nuestro devenir. ¿Para qué competir con la capital- salvo si hay duelos futbolísticos claro- o creerse el centro de la provincia si nunca lo seremos?
Para ser grande hay que pensar a lo grande. Atrás quedaron esos sueños inacabados de contar con una Ciudad del Flamenco que nos situaran en la cumbre de la cultura internacional, un parque temático del motor, o un Polo Aeronáutico, entre otros.
Soy de la creencia de que lo que no se proyecta, no se atrae… Si te conformas con migajas, no se puede aspirar a lo grande porque la gran tarta ya estará repartida. Mientras otros cantan el cumpleaños feliz, aquí seguimos descontando el tiempo que nos queda para volver a renacer…
