¿Memoria?

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¿Memoria? Como ando bacheando, no tengo para vosotros. Ninguna letra. Nada con lo que pueda contribuir al conocimiento general en la materia de la mal llamada Recuperación de la Memoria Histórica y Democrática. Y nada nuevo sé. No puedo aportar ni una pizca a lo que es de dominio público y todos ya conocen. No soy historiador. Y hace mucho que abandoné la universidad y su método. No investigo, no indago, no busco datos, no los contrasto, no elaboro hipótesis y no publico desde hace eones. ¿Para qué, si ya todo está dicho? Incluso mi antigua faceta de mero recopilador ha quedado abandonada. Mis blogs, mis perfiles en las redes y mi "exitosa" (¡ja!) carrera de agit-prop. Ya no queda nadie a quien agitar, pues todos los que debieran saber ya saben, y no queda nadie a quien influir con la propaganda, pues en toda la historia de la Humanidad no ha habido nunca generación más refractaria al argumento político que la presente.

Pero a pesar de haber abandonado, vaya por donde vaya camino entre cadáveres. En Toledo, en Madrid, en Burgos, en Barcelona, en Jerez... camino entre cadáveres. Me asaltan y me inquieren y me urgen a que yo restituya su condición de hombres y mujeres libres y orgullosos, y a que recupere su historia de vida y muerte y sus ideales; pero yo nada puedo ni tampoco los pocos que podemos verlos. Eso sí, todos sabemos de su padecer y lo sentimos como propio. Y sufrimos, como sufren ellos pues fueron asesinados sin causa. Espectros, ánimas, espíritus... llámalos como quieras. En cualquier caso, deudas de honor que contrajimos sólo por nacer y que no hemos podido pagar, por más que lo hemos intentado, mientras los herederos de los verdugos nos acusan de revanchistas y nos tildan de vengativos.

Pues quienes gimen a cada instante son las almas de nuestras madres y padres, nuestros abuelos y abuelas, que siguen penando y muriendo por un ideario, que aún piensan que el mundo que nos dejaron no era, como dice el axioma, un regalo de sus padres sino un préstamo de sus hijos. Que creyeron que debían revertir el signo de la Historia haciendo por una vez, por una sola vez, que los desposeídos alcanzaran sin revoluciones, sin guillotinas, los privilegios que hasta entonces habían disfrutado los poseedores. Son sus vidas truncadas, sus memorias no vividas, atajos en el destino indeseados y nunca escogidos, que los nuestros debieron tomar para saber morir o para poder sobrevivir.

Tras tres años de guerra, que no fue guerra si no un atentado terrorista de los traidores armados; ni civil, pues sólo había ejércitos profesionales contra civiles; ni española, pues harta estaba la tierra de oír hablar alemán, italiano o magribiya..., mi padre debió penar su fidelidad a la idea solidaria, generosa e internacionalista republicana y comunista con 20 años de condena. Mas tuvo suerte, si así pudiera llamársele a malvivir en los años obscuros, un prisionero manchado para siempre por culpa del "gen rojo", vagando por media España, desterrado de su propio mundo, exiliado en su propia tierra tras ocho años de cárcel y doce prisiones y penales.

"Quienes gimen a cada instante son las almas de nuestras madres y padres, nuestros abuelos y abuelas, que siguen penando y muriendo por un ideario, que aún piensan que el mundo que nos dejaron no era un regalo de sus padres sino un préstamo de sus hijos"

Pero incluso de eso apenas nada sé y casi nada puedo escribir de ello: todavía mi padre espera infructuctuosamente en un cementerio de un poblado toledano cercano de Talavera, no unos diplomas, no un homenaje, no un reconocimiento tardío, sino la restitución de la realidad, el regreso improbable de aquel pasado en el que los hombres y mujeres se hablaban de tú, camarada, y nada era de nadie y lo era de todos, y la bondad y el ideal colectivizador de la propiedad en sus diversas formas eran la herramienta, el medio y el fin. Como en el cementerio de Ciudad Real, donde mi abuelo guarda celosamente en su pecho 15 gramos de plomo propinados por un pelotón. Nunca supe de él. Murió cuando la bala del propietariado rompió su corazón, antes de que yo pudiera sentir su caricia, dejarme mecer por sus historias o aspirar a su ejemplo. Y en el cráneo esconde otros quince gramos más. El hombre que los alojó en él probablemente sería un servidor de las élites locales castellanas para las que asesinaba y quizás formaría parte de los linajes que impulsaron la matanza y aún hoy siguen beneficiándose de la purga que ejecutaron; la pistola de la que salió la bala del tiro de gracia, patética denominación, fue fabricada en Alemania por las grandes oligarquías internacionales; el uniforme que vestía, tejido por manos amorosas y cándidas con telas fascistas venidas de Italia o de Portugal; y el ¡detente! que lo protegía recibió la bendición de la curia católica, apostólica e hispana, la misma que impulsó, protegió y sacralizó la masacre para satisfacción de los cuervos de negro y blanco que carroñeaban el trabajo y la hacienda de los más pobres de nuestro país.

Hoy, 80 años después, nada cambia. Todo sigue igual. Mi abuelo, con otros 250.000 abuelos, mi padre, con otros millones de padres, esperan bajo tierra la Justicia Humana que nunca llegará. Pero yo ya me he rendido. Jamás volverán, jamás volveremos a tomar las riendas del mundo y de nuestro destino. Nunca otra vez estaremos tan cerca de expropiar las fábricas donde trabajamos, de colectivizar las tierras que son nuestras y no del amo, y de elegir nuestro futuro en asambleas o en votaciones libres. Habremos de seguir sufriendo en este mundo ingrato, en el que la Ética, la Moral, la Justicia, el Honor, la Fraternidad, la Solidaridad y la Libertad ya no siembran. Ya no cosechan. Pues ya estos valores son sólo estériles y para nada más sirven que para ser historiados por doctorandos y memorialistas a los que por mucho que escriban de ellas, nadie lee.

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