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La mediocridad e hipocresía social y cívica que se viene acentuando en esta ciudad es tan grande, que con echarle las culpas al político de turno ya no cuela.

Estamos instalados en una época en la que todo se relativiza, como puede ser el caso de la ruina de toda una comunidad o la mala praxis y corrupción de los partidos políticos desde los albores de la democracia, práctica que se ha extendido y acentuado en estos tiempos de crisis sin que el pueblo haya cambiado el sentido de su voto ni el gobierno, lleno de mierda hasta el tuétano, en las convocatorias electorales que se han producido en los últimos años. Ahora sólo parece importar lo que suceda en Cataluña y aquí, en Jerez, a más de mil kilómetros de distancia, me resulta tremendamente chocante que, con todos los problemas a todos los niveles que se vienen soportando, en la calle mis conciudadanos hablen de Cataluña como si no existiera otra cosa en el mundo.

Mirar para otro lado jamás resolverá las carencias que se padecen aquí, todo lo contrario. Lo mismo sucede con el dichoso mantra de que los andaluces se ríen de sus propios problemas. Todos habremos visto en las redes sociales esa frase tan celebrada que venía a decir que, si Cádiz proclamaba su independencia, ninguna empresa iba a cambiar su sede social. Nos quedamos tan panchos encubriendo los problemas entre risas, bromas y cuplés, pero detrás de toda esa tramoya de alegría y arte, se esconde una sociedad mediocre que prefiere reírse de las situaciones que les hacen un daño terrible antes que reclamar la solución a esos problemas que mantienen a todo su pueblo con el agua al cuello.

En Jerez, como en todas las ciudades, presumimos de sociedad avanzada, dominadora de las nuevas tecnologías y con una educación muy por encima de lo que cualquier persona haya podido disfrutar anteriormente. Sin embargo, lo que cada día presenciamos en las calles entra profunda contradicción con ese nuevo dogma de fe que en estos tiempos modernos se intenta promulgar desde las administraciones: bidones destrozados y papeleras defenestradas en Halloween; suciedad y más suciedad en cada rincón de la ciudad y una falta de civismo en general impropia de una sociedad del siglo XXI son algunas muestras de esa mediocre realidad que se va imponiendo a base de bien sobre esa realidad idílica y bucólica que nos intentan vender de forma recurrente.

En ningún caso podemos decir que el servicio de limpieza se ajusta a una ciudad de la extensión y entidad de Jerez de la Frontera, eso está claro. Lo vemos en otras ciudades, donde presenciamos vehículos trabajando en la limpieza de las calles que nuestra imaginación no aceptaría adivinar que existían, sobre todo en las zonas históricas, en las que trabajan vehículos de unas dimensiones reducidas con los que poder llegar a cualquier calle, por estrecha que sea. Lo curiosos es que aquí, en Jerez, cuando le comentas a los políticos que hay calles del centro histórico que no han recibido un manguerazo en años, te dicen que no se puede realizar esa función porque no existen esos vehículos de dimensiones reducidas que, ¡oh terrible casualidad!, vemos cuando nos desplazamos a cualquier población limítrofe. Pero eso ya pertenece al plano de esa mediocridad política y de gestión que nos ha llevado a soportar la segunda deuda pública más grande de España y por la que todos se tiran la pelota, pero por la que nadie responde de responsabilidad alguna.

Y si esto sucede en el centro histórico, que supuestamente es la zona más cuidada de la ciudad por la imagen que se debe ofrecer al turista (al residente que le den) y bla bla bla, no quiero ni imaginar el estado en el que se pueden encontrar las zonas más alejadas del casco. Pero, claro, después presencias de forma cotidiana que los mismos que se quejan de la suciedad o de las carencias de la concesionaria de la limpieza, tiran los papeles al suelo, arrojan basuras por las ventanillas de sus vehículos, llenan los bidones desde las primeras horas de la mañana o sacan los enseres seis días antes de que pase el camión para su recogida.

Y es que la mediocridad e hipocresía social y cívica que se viene acentuando en esta ciudad es tan grande, que con echarle las culpas al político de turno ya no cuela. Esos, los políticos, sí que tienen en su mano la resolución del problema (o problemón, mejor dicho, ya que forma parte del modo de vida de toda una generación) a través de acciones suaves y a largo plazo, como la pedagogía y la concienciación, o un poco más duras e inmediatas, como las preceptivas multas y sanciones con las que se debe penalizar a esos incívicos que no sólo ensucian el nombre de la ciudad y descuidan su patrimonio histórico, sino que también ensucian la ciudad misma de forma palpable y olfateable. Lo que es evidente es que ni políticos ni ciudadanos podemos permitir por más tiempo esta situación, porque en el saco de la mediocridad social estamos todos metidos, aunque no queramos ni lo merezcamos, pero es lo que hay.

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