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El gran problema de nuestro tiempo como sociedad no es la falta de trabajo, la ausencia de industrias o la desafección de las bodegas. No. Nuestra cruz es que somos una sociedad mediocre a la que le importa un carajo su ciudad, su presente, pasado y futuro. 

Antes de meternos en materia, me gustaría dejar clara una cosa: todo lo que viene a continuación no es una muestra de estar en contra de las Zambombas, la Navidad jerezana, sus tradiciones y todo lo que ello aporta a la ciudad, nada más lejos de la realidad y más en estos tiempos que corren. Ya si alguien quiere seguir tergiversando y manipulando a pesar de todo, el problema lo tendrá la persona que lo haga, no yo.

Es evidente que tenemos un grandísimo problema a nivel social, ciudadano y, sobre todo, cívico. Las imágenes y los comentarios que muchas personas han vertido en las redes sociales y han reflejado los medios de comunicación hacen que sea imposible ocultarlo o ignorarlo siquiera. Mierda, mierda y más mierda, ese es el problema. Ríos de orina por todas partes, vasos, botellas, platos, restos de comida o pañuelos de papel. Restos de un puente festivo exitoso desde el punto de vista turístico y económico, pero demoledor para nosotros como ciudadanos que se supone que quieren a la ciudad donde viven. Restos que han permanecido en su lugar durante días y días y días, y olores que aún se perciben para vergüenza de propios y desconcierto de extraños.

El gran problema de nuestro tiempo como sociedad no es la falta de trabajo, la ausencia de industrias o la desafección de las bodegas. No. Nuestra cruz es que somos una sociedad mediocre a la que le importa un carajo su ciudad, su presente, pasado y futuro. Todo queda enterrado a partes iguales entre mierda e incivismo. Y no os engañéis: esto no es culpa de los bares ni de las Zambombas, sino que es patrimonio exclusivo de esa persona que lo tira todo al suelo, aquella otra que se orina en cualquier parte o de esa otra que rompe las botellas de cristal contra el suelo, sin olvidar a quien presencia estos comportamientos de forma impasible, como si no fuera con él la cosa; personas que, visto lo visto, son muchas en Jerez, demasiadas. Imagino que en su casa serán iguales de cerdos que en su casa grande, que es la ciudad, porque de lo contrario al calificativo mediocre habría que añadir el de hipócrita.

Pero claro, a estas alturas quien no sepa que la gente se comporta así, o no se entera o es que no se ha querido enterar. Pretender organizar un evento multitudinario (yo diría que más que la Semana Santa donde, por cierto, también se ven muestras patentes de nuestro civismo a raudales por las calles) sin prever lo que puede pasar, refleja una incompetencia y una ineficacia desde el punto de vista político y de la gestión absolutamente flagrantes. Se dijo que se iban a instalar urinarios portátiles. Bien, ¿dónde están, pues? Se dijo que se iba a reforzar el servicio de limpieza, pero resulta que sale el representante de Urbaser diciendo que no hay más operarios de los que trabajan durante un fin de semana normal y corriente. Se dijo que se iba reforzar la seguridad, sin embargo son los propios miembros de la Policía Local los que denuncian continuamente falta de medios y efectivos. Se dijo que el bando de las Zambombas se había realizado para mantener el sentido tradicional de la fiesta, pero por doquier estamos viendo y oyendo cómo muchísima gente se queja amargamente de cómo se está desvirtuando la Zambomba. Se han dicho muchas cosas, pero no hay más rastro de ellas que mierda, mierda y más mierda. Y lo peor es que va el delegado de Medio Ambiente y presume de la limpieza que se está llevando a cabo. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. Mediocridad social más mediocridad política, un cóctel devastador y definitivo.

Me pregunto en qué punto la celebración y la alegría se desvió por el camino del incivismo y el descontrol. Y me pregunto en qué puede afectar negativamente la elaboración de un plan de seguridad, limpieza y sanidad serio a las reservas en los hoteles o a los ingresos en los bares, yo más bien diría que todo lo contrario. Eso muestra a las claras que las celebraciones navideñas y la falta de civismo son vías distintas que en ningún caso deben relacionarse ni suscitar la opinión de que no existiría una cosa sin la otra. Pero el problema es que se están tocando demasiado frente a la pasividad de una clase política que, como los caballos, sólo es capaz de mirar lo que tienen delante de los ojos, el cortoplacismo dichoso, sin pensar en mejorar las cosas y en buscar de verdad la sostenibilidad de las actividades que se organizan.

Tenemos una tradición, las Zambombas, y una fiesta, la Navidad, que en Jerez se viven de manera especial y exclusiva, una forma preciosa de disfrutar e interactuar entre todos nosotros mientras cantamos, bailamos, comemos y bebemos. Eso provoca que se proyecte una imagen de la ciudad excepcional desde el punto de vista turístico y unos beneficios nada desdeñables para la hostelería. Así será para siempre, si no lo estropeamos con nuestro incivismo acompañado de la falta de control y previsión por parte de la administración. En un año hemos pasado de admitir el desborde a presumir del colapso. Que perdure de forma exitosa depende de que no se convierta en el megabotellón en que se están transformando una gran parte de las fiestas a lo largo y ancho del país. Abandonemos la mediocridad, abracemos la tradición, recuperemos el civismo (o aprendamos a ser cívicos) y exigamos previsión política. Y es una ventaja que todo, pero todo, todo, esté en nuestras manos. ¿Habéis oído en alguna ocasión eso de matar a la gallina de los huevos de oro? Pues eso.

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