Cartel machista en un bar de El Puerto. FOTO: CLAUDIA GONZÁLEZ ROMERO.
Cartel machista en un bar de El Puerto. FOTO: CLAUDIA GONZÁLEZ ROMERO.

Resulta que uno va por la calle y en las tiendas, en las marquesinas de las paradas, y en los autobuses abunda la publicidad con la imagen de hombres jóvenes y bellos, muchos en ropa interior, o semidesnudos. Que los limpiadores de las casas, y las oficinas son hombres. Que vamos enseñando nuestro cuerpo andando sobre tacones, contoneándonos, con ropas muy ajustadas, los labios pintados, y unos llamativos pendientes.

La policía es abrumadoramente femenina, entre las bomberas no hay un solo hombre, y la mayoría de los empleos están ocupados por mujeres, desde las conductoras de autobús, pilotas de avión, camareras de bares y cafeterías, hasta las taxistas. Los niños y los hombres llevamos falda que dejan ver nuestras piernas. En el metro somos acosados por mujeres, sentimos sus lascivas miradas, y por la noche nunca vamos seguros.

Y a pesar de todo ello, escucho decir que vivimos en una sociedad donde hay igualdad entre los sexos, y que si protestas es porque te has dejado imbuir por la ideología del género que defienden los masculinistas, hombres feos y frustrados que solo pretenden imponer sus falsas teorías, para quitarlas a ellas, y ponerse ellos en su lugar, o que la desigualdad es cosa del pasado, porque ahora la constitución y las leyes nos protegen a todas por igual.

Resulta entonces que uno tiene que empezar a creer que está equivocado, y que esa realidad tan desigual que ve, no es cierta, que no es verdad que las mujeres cobren más que nosotros, ocupen los mejores puestos de trabajo, tengan más tiempo libre, o ejerzan una violencia sistémica y estructural sobre los hombres, aunque los gobiernos, las empresas, los partidos políticos, y todo el poder se  concentre en ellas.

Que nos prostituimos porque queremos, y nos gusta el dinero fácil, la prostitución no tiene nada de malo, habría que legalizarla y autorizar sindicatos de prostitutos, es un trabajo como otro cualquiera, aunque les escupan en la cara, exploten, y utilicen a cambio de dinero. También que está bien que mujeres del mundo rico viajen a países pobres para que muchachos y hombres las inseminen, a cambio de un precio y olvido, y que por tradición, cultura y religión en muchos lugares sea una práctica habitual la mutilación de los órganos genitales de los niños.

Pero cuando protestamos siempre hay mujeres que nos dicen que no somos de este mundo, y que vemos una realidad inexistente, pero ayer salió en la redes sociales que hace un mes varias chicas intentaron violar a un chico en el aseo de un bar de copas, que la policía le pregunto a él porque estaba allí, que hacía con esa ropa tan apretada, y luego le mandaron a casa porque no había pasado nada, aunque el chaval cuenta que desde entonces tiene pesadillas y un miedo enfermizo a salir solo. 

Que tampoco me puedo quejar si mi pareja apenas colabora en las actividades de la casa, y soy yo la que tengo que ocuparme de casi todo, porque siempre está ocupada, lo poco que hace lo hace a desgana y mal, y encima me dice que bastante tiene con trabajar, que si yo lo hago es porque quiero, que con el dinero que ella gana tenemos para los dos, así que no proteste.

Que somos absurdos, obtusos, y lo que queremos es complicar las cosas, cuando nos quejamos de un lenguaje que no nos nombra, porque para eso la RAE ha establecido el femenino genérico como forma inclusiva que nos representa a mujeres y hombres, aunque solo las tenga en cuenta a ellas.

O que en las fiestas de los institutos, colegios, en las familias, los cuentos y el cine nosotros siempre somos los enfermeros, príncipes bellos, delicados y sumisos, y ellas las doctoras, policías, cirujanas, y pilotas, proveedoras y protectoras.

Que si seguimos siendo violados y asesinados es que algo habremos hecho mal, porque las asesinas eran buenas mujeres, que no hay violencia de género, sino violencia en general, o violencia doméstica, algo que ha existido toda la vida. Pero somos unos exagerados y unos misóginos que odiamos a las mujeres, aunque afortunadamente somos muy pocos, los masculinistas, y no la mayoría de los hombres que no comparten nuestras absurdas e izquierdistas teorías, porque vivimos en una sociedad justa e igualitaria, libre de jerarquías, discriminaciones, roles y estereotipos, dicen.

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