La mala historia mata

Si confundimos la realidad con lo que nos gustaría que hubiera ocurrido, no tendremos que llamar al desastre. Vendrá él solo a picar a nuestra puerta

Che Guevara.
17 de junio de 2025 a las 09:29h

Lo he repetido más de una vez con un suspiro de alivio. Menos mal que no soy médico o juez porque, si entonces me equivocara, podría destrozar la vida de una persona. En cambio, si me confundo en la fecha de la muerte de Felipe II, no pasa nada. No mato a nadie. Sin embargo, esta es una reflexión, a poco que uno lo piense bien, bastante trivial. Como si la historia se redujera solo a una colección de fechas inofensivas. Pero… ¿qué pasa con la interpretación de los grandes temas? En las cosas serias, las que de verdad importan, la ignorancia puede ser devastadora. Letal. El caso es que uno empieza con una tergiversación y acaba exigiendo que fusilen a su vecino.

Pienso en el Che Guevara. Creo que se puede defender con total seriedad que lo que le llevó a la muerte fue una mala interpretación del pasado. Como guerrillero de Sierra Maestra suponía que la revolución la habían hecho, prácticamente en exclusiva, los hombres de la montaña. No era así. La gente de los medios urbanos tuvo, también, un protagonismo decisivo. Pero el Che, sin atender a este matiz, imaginó que podía replicar la experiencia caribeña en el Congo y en Bolivia, países de los que no sabía apenas nada. Le fue como le fue. Una visión histórica simplista tuvo consecuencias catastróficas.

Vayamos ahora a la primera Guerra del Golfo, en 1990. Se nos dijo entonces que Sadam Hussein era el nuevo Hitler. Había que pararle los pies, tras su invasión de Kuwait, para no reeditar la vergüenza de Múnich. Enseguida descubrimos que todo era mentira. Sadam podía ser un tiranuelo regional, pero de ninguna manera una amenaza global como la que representaba el Führer en los años treinta. La prueba está en la rapidez con la que se desmoronó su ejército. El relato de la Segunda Guerra Mundial, mal aplicado, solo sirvió para legitimar un conflicto en el que murieron miles de personas.

Lo mismo puede decirse de los movimientos nacionalistas que demonizan a los demás y generan odios que acaban desembocando en violencia. Ese fue el caso de ETA. Su relato del País Vasco como una zona colonizada no tenía el menor sentido. ¿Desde cuando una colonia es más rica que la supuesta metrópoli? La ausencia de lógica, por desgracia, no evitó que los pistoleros se llenaran de razones para liquidar a los teóricos ocupantes.

Los ejemplos pueden multiplicarse, pero no lo haremos para no aburrir al lector. La mala historia, en la práctica, es mucho peor que un cirujano borracho. Envenena a las colectividades, crea enemigos imaginarios, hace un mundo de pequeños agravios del pasado. Cuando estuve en Perú, hace ya un tiempo, encontré gente que hablaba de la guerra con Chile como si hubiera tenido lugar el día anterior y no en el siglo XIX. Naturalmente, todo este narcisismo se reviste de santa lucha por la justicia. Moreno Fraginals decía que la historia era un arma y mucha gente le aplaudió la ocurrencia. Yo la encuentro terriblemente obscena. Primero, porque las armas matan. Segundo, porque implica priorizar la eficacia política sobre la búsqueda de la verdad. De manera que, al final, se crea una historia falsa que por eso mismo tampoco sirve para combatir y cambiar el mundo.

Margaret MacMillan, en ese estudio deslumbrante que se titula Usos y abusos de la historia (Ariel, 2014), ya nos advirtió que el pasado “se puede usar casi para cualquier cosa que se desee hacer en el presente”. Así es. Corremos el riesgo de construirnos un relato a medida en el que lo importante sea la funcionalidad, no la verdad. Acabaremos, de esta forma, “enfermos de historia”, por utilizar una expresión de Ricardo García Cárcel.

Si confundimos la realidad con lo que nos gustaría que hubiera ocurrido, no tendremos que llamar al desastre. Vendrá él solo a picar a nuestra puerta. Sobre todo si nos dedicamos a fomentar un discurso autocomplaciente en el que nosotros siempre somos víctimas inocentes y los demás tigres al acecho que se preparan para devorarnos. Eso genera miedo y el miedo… ¿A dónde nos lleva? Un sabio al que nunca valoraremos en exceso, el Maestro Yoda, ya nos lo advirtió: al lado oscuro.