Cada época desarrolla su sistema de valores y su estética. Podría o querría pensarse que las cosas ocurren por generación espontánea. Nos gusta pensar que toda la realidad funciona según la magia de lo natural; que hay una ley natural que previene todo lo que ocurre y va a ocurrir. Así nos han educado para que aceptemos como natural lo que ocurre: todo lo que ocurre.
Hay personas que piensan de este modo y hay personas que mueven sus hilos para favorecer que determinadas cosas que ocurren alcancen notoriedad, y otras no. Sus hilos y no los hilos, para distinguir entre conspiraciones y usos del poder que cada quien tengan, individualmente o en grupo. Hay cosas que caen del cielo, como el 15M y luego está la persecución de todo lo que fue o hubiera podido ser podemos, desde dentro y desde fuera. Un caer del cielo que no es tal, pero siempre tendemos a que las cosas ocurran desde el más allá para valorarlas como verdaderamente auténticas. Cuando sabemos, sin embargo, o deberíamos, que la magia solo funciona con trucos. Que la magia es una ilusión. Abrazamos la ilusión de que el amor no lo decidimos nosotros y por ello es auténtico y mejor. Así, sufrimos y aceptamos los sufrimientos que la ¿naturaleza? nos ofreció y debemos aceptar. Cambiar naturaleza por dios no es complicado. Lo complicado es darse cuenta de quien le escribe el libreto a dios y cómo.
Trump, Milei o Macron no caen del cielo. Son productos como los perfumes que ya empezaron a salir en la tele porque llegan las navidades. Se pone uno, o una, el perfume y se lo lleva en volandas el amante o la amante. El resto de lo que pase en la grupa del caballo, o la yegua, eso ya se lo imagina cada uno; que tampoco. Las ficciones literarias y cinematográficas nos educaron ya para saber cómo se cabalga. Por cierto, ahora son TikTok y otros los que educan para la equitación.
Mientras siga funcionando el deseo de la magia seguirán haciendo su trabajo los ilusionistas. Hay demasiadas personas que no se dan cuenta de los trucos y no pocas que no quieren destripar el juguete para ver cómo funciona. Se sienten desbordadas con la mecánica y atemorizadas con el más allá. En el más acá viven con la ilusión, que los ilusionistas les hacen creer que es realidad, de que cualquiera puede ser millonario y que el que no lo alcanza a ser es un débil. Fortuna, diosa caprichosa y muy poderosa, o sea, la casualidad queda sustituida por una cosa que los ilusionistas llaman mérito.
Así, un Milei se presenta como un pobre hombre perseguido por la maldad e intenta alzarse como el mesías de todas las justicias y las bondades de un dios justiciero a la manera del antiguo testamento: una síntesis de la violencia contra quien sea para una cosa que llaman sobrevivir y que no lo es, sino el egoísmo del yo, yo, yo, luego yo y siempre yo.
Con esta egolatría aparecen ilusionistas disfrazados de pensadores como Agustín Laje, con cuentos rancios de la ranciería, pero con el truco de la ley natural y el punky de derechas: no hay punkies de derechas, a lo más serían gamberros.
La medicina tiene también tiene quien gana reputación en el oscurantismo y el negacionismo. Un pediatra que afirma que el VIH puede atravesar la porcelana goza invitaciones a la Casa de Gobierno de Milei.
Lejos de afirmar absolutamente nada, me inquieta ver a un joven pintor que gana nombre en los medios de comunicación con el truco de ser un perseguido, con su discurso mesiánico de traernos a todos la verdad de las artes y su victimismo performativo. Se ve a sí mismo como puente entre el arte y la política y no deja de insistir en que es un artista, artista, artista, y en su arte, arte, arte. No deja traslucir una narrativa que sostenga su arte, solo victimismo y espectáculo de masas. Llama la atención que críticos de solidísima reputación pongan en duda, yo diría que sin trucos, la calidad superlativa que este pintor y su familia se atribuyen. Políticamente es ambiguo y desde esa ambigüedad, seguramente, podría estar intentando construirse, o construirle, una reputación, para luego poder opinar en política concreta. Como pintor no parece precisamente ni siquiera un Salvador Dalí, aunque quizá sea su sueño más oscuro, cuyas ambigüedades fueron legendarias, su desvergüenza bastante completa, su delirio ególatra agónico y su genialidad artística incontestable. A Dalí, se me antoja, se lo veía solo con su egolatría indómita, excepción hecha de su Gala, y los surrealistas lo expulsaron.


