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Esa noche soñé con ella, con mi pequeña sirena. Un sueño como el que seguramente tantas veces ha tenido su madre. Y en la tranquilidad del sueño, mi pequeña sirena me decía que no entendía por qué a su enfermedad le llamaban rara si su madre conocía perfectamente todo lo que a ella le pasaba en cada momento. Cómo va a ser rara si me quedo embobada cada vez que escucho a mi madre hablar de mi enfermedad. Cómo va a ser rara si mi madre habla de códigos genéticos como si fuese una especialista, si cuida de mi tono muscular como el mejor de los fisioterapeutas, si va a congresos como si fuera la médico más experta en la materia.

Me niego a pensar que lo mío es raro, me decía mientras afirmaba orgullosa que su madre sabe de esto más que nadie. Pero su cara de orgullo varió al contarme que había escuchado a su mamá hablar de algo que tenía que ver con la hora, con algo de temprana... de atención temprana. Ese sitio donde mamá me lleva desde hace varios años.

Entonces me contó que su mamá decía algo parecido a que ya había terminado, que ya no podía ir allí. Pero ella no entendía por qué había terminado, si era por lo de la hora que había escuchado, por ser temprana o por ser tarde. Y en su dulce inocencia, me preguntaba si era porque al cumplir ya los seis años  ya no necesitaba ese tratamiento especial.

¿Estaré curada ese día, tito Teru? Con la mirada clavada en ella y después de tragar saliva le expliqué que no, que ese día no, que a su mamá le quedaban aún muchas puertas a las que llamar, muchos libros que leer y muchos congresos a los que asistir, pero que estaba seguro que su mama lo iba a conseguir. Y delante de ella, mi pequeña sirena, y pensando en su madre le conté que su mamá jamás dejaría de luchar para que esa atención siempre la tuviera hasta el día que estuviese curada. Y convencido de esa afirmación, le di un beso y le dije que descansara.

Al salir de su habitación, mi pensamiento solo podía ir hacia la madre, la madre de acero, la que no tiene hora, la que llueve, haga viento o calor siempre estará ahí para que un día, más temprano que tarde, su hija sea la que le cuente a ella que cuando escuchaba a los demás hablar de enfermedad rara sabía que ninguno conocía a su madre... su madre de acero.

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