pacman.gif
pacman.gif

Crecí con un estigma presente en la sociedad: las maquinitas era malas y el comecocos te comía el coco.

Tuve la suerte de criarme junto a dos salas de máquinas, no de barco, sino de arcade. Pequeños antros no demasiado limpios y de dudosa reputación. Con chapitas a modo de cenicero junto al joystick que te incitaban a fumar con 11 años. Con su fauna: su señor echando una moneda tras otra para pasarse el juego, que debía de ser rico —seguramente no gastara más de 300 pesetas, pero menudo pastón; y tampoco pasaría de los 25 años—; los mirones que venían sin un duro y que sus madres ni se imaginaban que estaban allí; el buitre que te quería gorronear una vida; las niñas en grupito pegándole al Tetris o al Bubble Bobble; y muchos más.

Resulta que tuve una infancia bastante ligada al videojuego y no me arrepiento de ello, es más: creo que ha influido positivamente en mi desarrollo y mi formación. Por si no lo habéis notado, el título es irónico.

Crecí con un estigma presente en la sociedad: las maquinitas era malas y el comecocos te comía el coco. La risa que me entra ahora cuando pienso que a los padres de los 80 les preocupaba un fontanero bigotudo y un juego de fútbol de vista cenital, que básicamente eran puntitos de colores moviéndose. Se supone que había una especie de embrujo —y creo firmemente que he dado en el blanco con la palabra— en esas pantallas. Los adultos daban a entender que existía un daño físico en tu cerebro, que se producía un deterioro dentro de tu cráneo; trozos de masa encefálica eran deglutidos por tu propio cuerpo mientras jugabas al Final Fight. Era como lo de quedarte ciego con la masturbación, o que te salieran pelos en la palma de las manos, o granos, o... elija su propia leyenda urbana local.

Además de moverme en ese ambiente insalubre del salón recreativo, descubrí las consolas —antes no se añadía “vídeo”, eran juegos y consolas— en casa de mi amigo Javi. Una flamante NES con el primer Zelda y el segundo Super Mario. Por supuesto nada de tenerla fija en el salón. Cuando acababas la guardabas en su caja o, en su defecto, en una bolsa del PRYCA. A mí me compraron la Master System y cual delincuente de medio pelo, tenía que jugar entre que llegaba a casa del colegio y volvían mis padres de trabajar. Sin dejar rastro, poniendo la tele derechita para que no se notara que se había conectado algo ahí. Los fines de semana ya era otra cosa.

He de decir que mis padres fueron muy indulgentes con mi hermano y su Spectrum 48 K durante años. Pero ¡eh!, es que era un ordenador, ojo. No eran videojuegos. Mi hermano en su vida abrió nada parecido a un programa de trabajo en esa máquina.

El estigma sigue para muchos, a pesar de ser una de las industrias más sólidas de la cultura —¿ha dicho cultura? No, no creo. No se habrá atrevido—. Pues sí, jomío. Es cultura. Igual que hay libros malos y películas malas y se considera cultura a la literatura y el cine. Es un arte. Un arte que mueve mucho dinero y muchos puestos de trabajo y ha venido para quedarse. La programación de videojuegos ya se estudia en las universidades, ¿más pistas?

“Es que mi hijo juega a juegos de matar y le influyen negativamente”. ¡Pero, cabrón, no dejes que juegue a cosas que no son para su edad! Hay un espectro muy amplio de lo que es adecuado o no dependiendo de las edades —aunque yo vi Holocausto Canibal y jugaba a Splatterhouse con 10 años y aquí estoy—. Hay juegos de lucha, sí, pero también hay juegos musicales, de puzles, de plataformas totalmente inofensivos... ¿en serio es negativo que un niño entrene su destreza y su coordinación dándole a unos botoncitos? Eso sí, no le des la Play al niño para quitártelo de encima, se ponga a jugar al GTA y te monte un sindicato del crimen antes de hacer la Comunión. Los videojuegos son una herramienta valiosísima de educación, pero tiene que haber un supervisor que limite su utilización.

No comprendo a esos padres que tienen demonizado todo lo que tenga que ver con los píxeles. Han abrazado la herencia de los de la antorcha y la horqueta, persiguiendo al pobre Pac-Man, que ojalá se coma una bola de poder, se dé la vuelta y les mastique un poco el coco atrofiado que tienen.

Continue? 9... 8... 7... 6... 5... 4... 3... 2... 1... 0... GAME OVER.

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído