Unamuno, en el centro, saliendo del paraninfo de la Universidad de Salamanca. FOTO: BNE
Unamuno, en el centro, saliendo del paraninfo de la Universidad de Salamanca. FOTO: BNE

Existe una larga literatura dedicada, desde la desesperación patriótica, a enumerar los males de la patria española y a enunciar sus remedios. Uno de los últimos libros más certeros fue el de Manuel Azaña con su Causas de la guerra de España. Pero en realidad, los problemas de España se resumen en uno solo y lo enumeró Unamuno: España es un país acientífico y anticientífico, lo que no solo sirve para inventar o no inventar cosas.

España es un país apolillado, carcomido y que huele a rancio. Las personas no, excepto las que no se sacuden siquiera la caspa de las hombreras. Tenemos una geografía impresionante, una orografía espectacular, no faltan ríos ni costas. Lagunas y charcas, y tenemos palmerales. Nuestros paisajes son variados y nuestros desiertos crecen con ímpetu, y hay quienes ya los aceptan como elemento de nuestra identidad igual que los atascos de madrugada en Madrid capital.

Enumerar una vez más determinados problemas concretos, por muy importantes que sean, sería repetirse. No solo porque la lista es muy larga sino porque no tenemos problemas relevantes nuevos desde hace trescientos años por lo menos.

La vertebración territorial sigue siendo el mismo problema que enunciara Ortega o Azaña; el problema del ejército no ha dejado de ser el mismo; el problema iglesia-monarquía continúa. Estos problemas estructurales han podido presentar, gracias a la propaganda o a pequeñísimos avances, diferentes intensidades, pero siguen siendo los mismos y de ellos crecen todos los demás. Que las soluciones a esos problemas puedan ser diferentes no elimina los problemas.

Las derechas, con sus infiltrados en la socialdemocracia, insisten en no ver esos tres problemas, porque son los que sostienen el poder de sus elites. Las personas situadas en las ideologías de izquierdas siguen insistiendo en resolver esos problemas. La existencia de esos problemas es, sin embargo, evidente. Si no hubiera problema territorial no hubiéramos tenido doce largos años de conflicto entre el Estado y Catalunya. Si no hubiera un problema con el ejército no hubiera habido un intento de golpe de Estado que todavía resuena, un golpe de Estado que todavía perturba los sueños ni varios altos oficiales escribiendo y publicando proclamas anticonstitucionales. Si la iglesia-monarquía no fuera un problema no tendríamos el conflicto de las inmatriculaciones ni el de las transferencias investigadas en Suiza.

Si no tuviéramos problemas no tendríamos el malestar que tenemos, algo que nos viene anunciando Freud desde hace casi cien años.

Las derechas insisten en negar que existen problemas, que es la manera de no tener que solucionarlos, o reducen los problemas a que unos levantiscos quieren destruir la patria eterna e indivisible: una verdad absoluta, para cuya defensa sirven los tribunales de la inquisición en versión modernizada. Las izquierdas asumen que los problemas existen y proponen soluciones. Curiosamente la democracia es un régimen político que parte de la idea de que existen los problemas, de que hay que solucionarlos y de que deben ser solucionados con la participación de toda la sociedad. Aquí es donde está el problema de España. Los árboles no nos dejan ver el bosque.

En España se considera mejor negar un problema, y condenar a alguien por crearlo, antes que aceptar que algo que nos pueda gustar sea el problema. Así, se niegan las inmatriculaciones por parte que quienes gustan de todo lo que haga la iglesia, y no solo: se les hizo una Ley a medida para que inmatricularan. Se niega la crisis de la monarquía, desde su restauración, porque se cree en un orden natural de las cosas, y así quedan unidas religión y monarquía, y todo lo que hagan religión y monarquía se disculpará, se aceptará o se potenciará.

Para que todo esto funcione es preciso mantener a la sociedad en una suficiente postración acientífica o anticientífica, algo que no solo no significa inventar cosas o no inventarlas sino acometer los problemas, todos los problemas, con luz y conversación, y no con creencias o supersticiones, con dimes y diretes y con memes de internet.

De esta manera, el problema gravísimo de salud pública y de seguridad sanitaria nacional lo niegan en Madrid las derechas para defender a su gobierno de derechas, cueste lo que cueste a la población. Las mismas derechas que no ven, tampoco, ningún problema en que el Consejo General del Poder Judicial esté caducado desde hace dos años porque les beneficia, aunque destruya la esencia y la realidad democrática de España. Del mismo modo niegan la posibilidad de indultos, absolutamente legales, al actual Gobierno después de que esas mismas derechas han venido indultando a casi ciento setenta condenados en relación con delitos de corrupción. Igualmente se niega a la sociedad española que la monarquía española sea una monarquía constitucional parlamentaria, y se niega que la Ley sea igual para todos, algo que para Jefferson estaba claro desde el siglo XVIII, pero en el siglo XIX, después de la Revolución Francesa, Fernando VII de Borbón restableció la inquisición, que no fue otra cosa que un tribunal dedicado a decidir cuál es la verdad que hay que creer.

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