Lo viejo y lo nuevo

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15 de diciembre de 2015 a las 14:23h

Ni lo viejo tiene porque ser viejo eternamente, ni lo nuevo siempre será nuevo. Lo viejo se puede renovar o se puede extinguir definitivamente. Lo nuevo, pasado unos años, perderá su frescura irremediablemente. Porque al final todo cambia, nada permanece inalterado.

La semana anterior tratamos la línea de fractura clásica derecha-izquierda siguiendo al pensador italiano ya fallecido, Norberto Bobbio. Comentaba que, en mi opinión, en estas elecciones hay dos líneas de fractura más: la de la independencia-unidad, más acusada en esta ocasión en Cataluña, pero sin olvidar otros territorios como el País Vasco, y la línea emergencia-declive. A ésta última vamos a dedicar el artículo de hoy.

Sin duda, la aparición de las formaciones emergentes, Podemos y Ciudadanos, ha provocado un cambio en el escenario político inimaginable cuatro años atrás: la transformación del sistema de partidos desde un sistema bipartidista hacia uno pluripartidista más acentuado, incluso, que el vigente durante la transición. Estas formaciones emergentes ganan espacio político a costa de las preexistentes, a las que podemos calificar como declinantes o decadentes.

El factor principal de esta aparición es sin duda alguna la crisis económica y financiera iniciada en 2008. Estoy convencido de que si ésta no se hubiera producido nada de esto habría pasado. Pero el drama social provocado por la crisis no obtuvo una respuesta eficaz por parte de los dos partidos que se han alternado en el poder en España desde 1982. Uno porque no supo y otro porque no quiso. Añádase a ésto la lacra de la corrupción, que ha ido saliendo a flote durante estos años, también en ambos partidos, coronada de ERES, sobres y tesoreros.

Lógicamente, en este contexto, el primero que pidiera paso para acabar con todo ésto iba a tener éxito. Ese fue el caso de Podemos. Curtido en los debates de La Sexta y del TDT Party (Intereconomía y 13 TV), su líder, Pablo Iglesias, supo aprovechar el momento. El caso de Ciudadanos es típico en economía. Si un negocio da beneficios por encima de lo normal, lo normal es que nuevas empresas acudan a ese negocio para participar del festín. En su caso no era un partido nacido ayer (se presentaron por primera vez a las elecciones al Parlamento de Cataluña en 2006), pero sí era el momento de dar el salto al ruedo nacional. El momento para ambos fue la celebración de elecciones al Parlamento Europeo de mayo de 2014. Por cierto, también en el caso de Ciudadanos, el papel de la televisión ha sido primordial para proyectar a su líder, Albert Rivera.

Pero, ¿cómo ha sido el declive de los partidos clásicos? Por definición, la izquierda pretende la transformación de la sociedad para hacerla más justa, menos desigual, como ya vimos. Su electorado confía en avanzar en dicha transformación. La derecha supone que las desigualdades son naturales, por lo que pretende la continuidad de las cosas. Su electorado confía en conservar el “status quo”.

En el caso de la derecha, el Partido Popular, el peso de la corrupción ha sido decisivo para su declive, junto con la insensibilidad social demostrada estos años. Su desgaste viene por su izquierda, por Ciudadanos. En el caso de la izquierda, en el PSOE, pesan los años de gobierno. Ha cundido la sensación de que nos hemos quedado en la mitad del camino del proyecto de transformación e, incluso, con alguna vuelta atrás (recuerden la reforma del artículo 135 de la Constitución). Castigado también por la corrupción, ha ido perdiendo la mítica superioridad moral de la izquierda, si algo parecido ha existido alguna vez. Por su posición centrada en el espectro político se desgasta tanto por su izquierda (Podemos) como por su derecha (Ciudadanos). Hace un año, el PSOE necesitaba con urgencia un manual sobre Cómo sobrevivir a Podemos. Hoy parece que, además, necesita otro titulado Cómo sobrevivir a Ciudadanos, y un tercero titulado Cómo sobrevivir a nosotros mismos.

También hay que mencionar los casos de IU y UPyD, partidos llamados a recoger el desgaste electoral de los grandes partidos del bipartidismo por la izquierda y la derecha respectivamente, hasta mayo de 2014, para luego convertirse en los primeros damnificados del auge de los partidos emergentes.

Parece, pues, que vamos a inaugurar un tiempo nuevo. Un tiempo de cambio en el que coexistirán lo viejo y lo nuevo. Lo que nos traiga este tiempo está por ver. Sus protagonistas tendrán la oportunidad, mediante la negociación y el consenso, de restablecer todo lo roto durante estos años. Sus aciertos y desaciertos marcarán la supervivencia de los mismos.

Pero ni lo viejo tiene porque ser viejo eternamente, ni lo nuevo siempre será nuevo. Lo viejo se puede renovar o se puede extinguir definitivamente. Lo nuevo, pasado unos años, perderá su frescura irremediablemente. Porque al final todo cambia, nada permanece inalterado.

Todo cambia, es el título de la canción popularizada por la cantante argentina Mercedes Sosa, fallecida en 2009, con la que Podemos cerró su congreso fundacional el año pasado. Todo un símbolo de este tiempo nuevo. Todo cambia en este mundo, dice la canción, excepto el amor más profundo y nuestros recuerdos, dolorosos a veces. Y no podemos hacer nada para evitarlo.