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Siento lluvia en las pestañas y humedad en mis ropajes, y sé certeramente que es la hora del planeta.

Una tormentosa primavera se hace viva en las baldosas. El piso mojado, los zapatos holgados del invierno y la sed de la tierra nos recuerdan que la madre tierra se pelea con las estaciones en una lucha tribal que aún no otorga vencedores ni vencidos. Los equinoccios se confunden y la naturaleza pierde los papeles mientras los seres humanos dormimos plácidamente…

Siento lluvia en las pestañas y humedad en mis ropajes, y sé certeramente que es la hora del planeta; ese universo terrestre al que maltratamos y vejamos aunque muchos lo crean indestructible. Llegan entonces leves taquicardias de realidad que nos abofetean para hacernos despertar de nuestro letargo urbano, de la dormidera de la socialización y de aquello que nos aleja de nuestra esencia como seres vivos.

Las gotas de agua brotan enfurecidas y nos colocan en alerta permanente cuando ya nos habíamos olvidado de ellas, cuando la senda de la naturaleza retoma sus inexorables caminos para advertir de su presencia infinita. Tras los cristales, aparece sibilina la tarde bohemia no para llamarnos al sosiego sino para agitarnos en la revelación, en la lucha, en la guerra. Entonces, lo cristalino deja de ser invisible para incitarnos a contemplar el espectro cromático de la luz y alumbrar un nuevo rumbo que nos reconcilie con el mundo.

Sólo quienes han contemplado la verdadera belleza de lo que nuestra mirada alcanza son capaces de emprender el cambio que nos jalea en forma de tempestades incontrolables. Mientras los polos se derriten y la climatología nos advierte de una nueva era sobre la tierra y los mares, inmunes y descorazonados confiamos aún en que los grandes foros internacionales nos sirvan la solución en bandeja. Mientras se destruye el planeta, nuestro particular micro-cosmos enfoca asuntos triviales que poco o nada ayudan al interés general, y mucho al individual.

Así, seco nuevamente en un pañuelo mis ojos, colmados de lluvia y de rabia. El mundo llora y el cielo da fe de ello.

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