Llorar

El llanto de dos deportistas públicos no suma más igualdad, ni contradice el mandato patriarcal, por muchas interpretaciones que le queramos dar

Miembro de la Asociación de Hombres Igualitarios de Andalucía. (A Rocío siempre, antes, después y luego)

Un niño que no para de llorar.

He escrito en un par de ocasiones sobre la emoción de llorar, y la importancia que tiene, para los hombres, y el modelo dominante de hombre. Llorar puede que sea uno de los sentimientos que más nos caracteriza como seres humanos, sabemos que los animales sienten, pero no lloran, y es de las emociones más honestas que tenemos, pues si la comparamos con otras, vemos que podemos simular una sonrisa, un afecto, una tristeza, pero es muy difícil fingir un llanto de verdad, también podemos reír de alegría, y de tristeza, pero llorar solo tiene un camino. El llanto libera una serie de sustancias en nuestro cerebro que nos generan bienestar, y nos hacen mejores personas. Al llorar comenzamos a empatizar con los demás, y sentimientos como la solidaridad, el altruismo, o la bondad, son más fáciles que con otros estados emocionales.

El llanto posee un componente íntimo que nos acerca a la confidencialidad, a la ternura y al amor, llorar conmociona y nos aproxima a nuestro lado más humano, rebaja tensiones y disminuye los niveles de ira, testosterona, y competitividad. Sin embargo, el llanto no está bien visto y preferimos ocultarlo y reprimirlo. Llorar es una forma de protestar, y quizás por ello sea lo primero que hacemos al nacer. Sin embargo, no nos importa exteriorizar otros sentimientos menos amables, como la ira, la agresividad, la violencia, la envidia, que se han convertido en cuestiones de dominio público, pero del llanto nos avergonzamos. Al llorar producimos oxitocina que es una sustancia química que influye en la felicidad, al reducir el dolor, el estrés, y la angustia.

Quizás ello no sea más que la consecuencia de una sociedad masculina, patriarcal donde el valor de la fortaleza ha sustituido al de la afectividad. Donde triunfar y disponer de vidas vivibles, dignas de ser protegidas, es privilegio solo de unos pocos. Puede que por eso el patriarcado que es el sistema que nos gobierna y gestiona el mundo, al efectuar su interesado reparto entre mujer y hombre, escogió al segundo por ser el que mejor podría representar y ejecutar sus intereses.

Porque al final si lo pensamos, de eso es de lo que se trata, de poder, y no es bueno que el poder muestre debilidad, sobre todo si se basa en la fuerza. Por eso los hombres de verdad, aquellos que responden a los cánones y mandatos del patriarcado, los beneficiarios del reparto tienen prohibido llorar.

Pero el patriarcado de cuando en cuando, como en una ilusión, parece que nos muestra sus grietas, y les permite llorar a hombres que son referentes de la masculinidad, pero no para decirnos que es bueno y conveniente llorar, sino para seguir empoderando la idea de la debilidad y la vulnerabilidad del llanto.

El llanto de dos deportistas públicos no suma más igualdad, ni contradice el mandato patriarcal, por muchas interpretaciones que le queramos dar. A los hombres nos queda mucho aún por trabajar si queremos poder llorar. No nos dejemos engañar, Federer y Nadal ni han sido nunca ni son ahora referentes de una nueva masculinidad.

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