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Estos días se está celebrando la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión. Un buen número de puestos conforma tan singular mercado bibliográfico en la romántica Alameda Cristina, entre el convento de Santo Domingo y el edificio del antiguo Banco de Jerez. Desde su pétreo sillón, delante de su palacio, la escultura del Marqués de Domecq, rodeado de alegóricos pobres, parece dar la bienvenida a los curiosos que se aproximan a husmear títulos y páginas.

Los mercadillos de libros viejos son uno de mis mejores vicios. Reconozco que tengo libros en casa que ya no leeré nunca, pero encontrar obras de autores que pasaron de moda y no han vuelto a editarse es tan placentero y sus precios tan tentadores que rara es la vez que paso por la Feria y no adquiero algún ejemplar cuyo descubrimiento ha llegado a fascinarme. Hay también ediciones baratas de los clásicos, cuentos infantiles, novelas de saldo, volúmenes de historia y de materias diversas, un sinfín de curiosidades librescas. Entre mis favoritos, se encuentran los libros de la colección Austral que hoy están descatalogados. ¡Qué catálogo, el de la antigua Austral! Un compendio de los mejores escritores de todos los tiempos. Este año me he llevado un volumen de Unamuno, otro de Menéndez Pidal y El mundo visto a los ochenta años: impresiones de un arteriosclerótico, de Santiago Ramón y Cajal. En la adolescencia, me llamó la atención este ensayo, cuando lo descubrí en casa de un amigo. Desde entonces, he hurgado en su busca si tenía ocasión, por mercadillos y librerías de viejo, consiguiendo hacerme con otros títulos de don Santiago, como sus Charlas de café, también en Austral y que no tienen desperdicio.

Ahora, en la edad madura, me hago por fin con la codiciada visión de aquel sabio octogenario. Como el lector podrá recordar, don Santiago recibió el Premio Nobel de Medicina en 1906, por sus investigaciones neurológicas. Pero fue además un gran humanista y un excelente escritor. Leyendo sus impresiones, te das cuenta del gran conocimiento que tenía de la literatura española y universal, como también de filosofía, de música o pintura y de la cultura clásica grecolatina. Consideraba que un sabio debe saber un poco de todo, afirmación modesta, porque sus conocimientos son profundos.

El libro está firmado en 1934, año de su muerte, a los 82 de su edad. Es interesantísimo, porque nos ayuda a comprender mejor el deterioro senil, es decir, el futuro que, siendo optimistas, nos aguarda.  Además de referirse a las tribulaciones de la vejez, las decadencias sensoriales y otras limitaciones orgánicas, o a las traiciones de la memoria, dedica una amplia parte de la obra a los cambios del ambiente físico y moral: cómo se transmutan modas y costumbres, incluso el espacio, y añoramos las de nuestra juventud, de nuestra época, como dicen los viejos y hasta los que ya atisbamos ese umbral. Es curioso que los problemas políticos que contempla el anciano Cajal sean similares a los de la España de hoy, en particular, los nacionalismos independentistas, que, según el sabio, obedecen a una enorme ingratitud por parte de vascos y catalanes. Ofrece también diversas teorías sobre la senectud y muerte e incluso paliativos y consuelos para la vejez. Tomamos nota.

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