Legalidad y ética, inseparables en una democracia

El cañón de luz instalado sobre la vida política fue iluminando con mayor intensidad "lo legal" y, paralelamente, ensombreciendo "lo ético" en detrimento de la ejemplaridad pública como valor incuestionable

Pleno en el Parlamento de Andalucía, en una imagen reciente.
12 de mayo de 2025 a las 09:40h

(...) " Tiempo de los camaleones: nadie ha enseñado tanto a la humanidad como estos humildes animalitos.
Se considera culto a quien bien oculta, se rinde culto a la cultura del disfraz. Se habla del doble lenguaje de los artistas del disimulo. Doble lenguaje,  doble contabilidad, doble moral: una moral para decir, otra moral para hacer. La moral para hacer se llama realismo. La ley de la realidad es la ley del poder. Para que la realidad no sea irreal, nos dicen los que mandan, la moral ha de ser inmoral " (...)
   
                              Eduardo Galeano, (1940 - 2015). Uruguayo.- Escritor 


Me voy a referir a la ética entendida como el conjunto de principios y valores laicos que deben nutrir la res pública, cuando lo que se pretende es que el sistema democrático goce de la suficiente salud para resistir y hacer frente a los permanentes vaivenes y embates históricos que se han venido produciendo a lo largo de siglos. Me ciño, en este caso, a nuestro último período democrático iniciado formalmente a partir de la Constitución aprobada en referéndum - sin entrar en más detalle -  en diciembre de 1978.

No sé en qué momento concreto del camino, la "ética" a la que me refiero comenzó a difuminarse lentamente y a irse invisibilizando ante ese otro concepto llamado "legalidad", entendida como un conjunto de leyes y normas que dirigen y, en su caso, sancionan los comportamientos ciudadanos como miembros de una sociedad determinada.
De este modo fue mermando, entre otras cosas,  el sano y democrático ejercicio de las dimisiones con independencia de posibles consecuencias penales posteriores. Como dice Antón Losada en un artículo reciente, para dimitir no hace falta ser culpable. Basta con ser responsable.

La ejemplaridad separada de lo punible y la honestidad en el ejercicio del cargo, constituyen otros dos ejemplos a incluir en esa merma. Habría que añadir otra serie de hechos que fueron "normalizándose" en el día a día parlamentario de nuestras cámaras y comisiones respectivas. Me refiero a los insultos, descalificaciones, faltas de respeto, desafíos, mentiras, etc. que han ido devaluando, sensiblemente, a nuestro poder legislativo ante la opinión pública. 

El paso del tiempo se fue encargando de mostrarnos que lo ocurrido, en un principio, esté terminando de la peor forma posible. El proceso de la  "judicialización de la política" fue tomando cuerpo a medida que ciertas conductas y hechos fueron derivados a los Tribunales de Justicia para las resoluciones correspondientes, dilatándolas en el tiempo como consecuencia de la lentitud que les caracteriza.  

Nuestra, todavía, breve etapa democrática ha estado salpicada desde sus inicios de una gran cantidad de casos, muchos de ellos de calado, y que al ser desviados directamente hacia lo penal, fueron careciendo de dictámenes previos de los organismos parlamentarios a través de las comisiones de investigación.

El cañón de luz instalado sobre la vida política fue iluminando con mayor intensidad "lo legal" y, paralelamente, ensombreciendo "lo ético" en detrimento de la ejemplaridad pública como valor incuestionable, sin referirme en este momento al uso legal de los aforamientos y a sus consecuencias.

Comenzó de esta manera a asentarse en el pensamiento colectivo la idea de que una sociedad podía alcanzar elevadas cotas de progreso ( no es lo mismo que desarrollo ) dejando en segundo plano algo tan elemental como que sin principios éticos resulta imposible lograr una sociedad dotada de un sistema democrático que garantice y cuide, en todo momento, aspectos tales como la dignidad, la honestidad, la coherencia y los principios como referentes ideológicos más propios del progreso de la sociedad que de su desarrollo. Concepto, este último, identificado con lo material aunque por supuesto también indispensable.

Me pregunto por qué la izquierda de mayor peso en la construcción del nuevo edificio político que habitamos, renunciase a ello desde un primer momento, sin poner, al menos, diques de contención y los necesarios cortafuegos, sobre todo después de alcanzar el gobierno en 1982 con una abrumadora mayoría de 202 escaños aún no superados electoralmente.

Sin duda alguna ha habido desarrollo material durante estas casi cinco décadas a las que me vengo refiriendo, pero la izquierda, en mi opinión, es mucho más que eso. Muchísimo más. El desarrollo material producido se sigue llevando a cabo con la mirada ideológica desvergonzada del neoliberalismo rampante que inició su camino en la década de los ochenta coincidiendo, de esta forma, con nuestros primeros pasos democráticos.

Intentan hacernos creer que es suficiente con enarbolar la bandera del desarrollo material y que todo lo demás son obsoletas teorías y pamplinas más propias de mítines, discursos y posicionamientos, recogidos bajo una única etiqueta con el genérico  "antisistema ".

Lo cierto es que una izquierda que pierde, precisamente, su esencia de izquierda  termina diluyéndose sin más al perder su identidad. No hay democracia social sin ciudadanos y no hay ciudadanos si desde los distintos órganos e instituciones, no se viven ni se estimulan los principios y valores imprescindibles a los que vengo aludiendo en este artículo.
Todo el discurso y la acción, de estas décadas, han ido consolidando la legalidad y haciéndonos olvidar, poco a poco, como si no tuviese nada que ver, el peso necesario de unos principios éticos y la ejemplaridad en la "cosa pública" como banderas ineludibles de la izquierda. 

Dejar "trabajar a la justicia" - frase cada vez más recurrente por muchos de nuestros representantes -  es, sin duda, loable. Pero ello no debería implicar que no se lleven a cabo cuantas comisiones de investigación sean necesarias desde el poder legislativo con sus resoluciones políticas propias e independientes, del ámbito penal.

Así hemos llegado - con la facilidad y velocidad que, además, otorgan los vientos que corren -  a una situación en la que permanentemente se está tratando de " salvar los muebles ", produciéndose la gran paradoja de mantener  focalizada únicamente la legalidad, mientras asistimos al desmoronamiento y descrédito acelerado de todo un sistema y a un creciente alejamiento social del mismo con todo el peligro que eso supone.

Las alarmas ante lo indecoroso y lo intolerable, comenzaron a dejar de funcionar, hace tiempo, dando lugar a un proceso de "normalización" que no ha dejado de agravar tal estado de cosas. Es parte de esa izquierda y de sus órganos y cargos decisorios, ya sean a nivel de partido o de gobierno, la que tiene el honor de haber contribuido notablemente a esta situación porque nunca debió alejarse de los  principios y valores que la configuran.

La desmemoria ha sido fomentada por los diferentes gobiernos con mayor o menor intensidad hasta la actualidad. Aprovechando el cincuenta aniversario de la muerte del dictador, está en marcha un intento "memorístico" a pesar de su alta complejidad dado el muchísimo tiempo transcurrido ( dos generaciones) y, en consecuencia, al vacío creado sobre nuestra historia más reciente, en momentos tan complicados.

No basta con pedir perdón, hacerse el tonto, mirar para otro lado, o "ponerse de perfil" como medidas tacticistas. La democracia se asienta, evidentemente, sobre la legalidad y también, de forma inseparable, sobre la ética que debe estar siempre presente. No hacen falta, a mi juicio, más leyes de transparencia ni más leyes anticorrupción. Eso sería como vulgamente se dice, " marear la perdiz ". Bastaría un cambio en algunas leyes que nos acompañan desde el inicio y que siguen favoreciendo conductas, hábitos, normativas, etc, dudosamente éticas aunque sean legales.

¿Cuántas cosas cambiarían si se modificase, por ejemplo, la ley que ampara el sistema de listas electorales cerradas? ¿Cuánto cambiaría si se acotase a un número máximo de años la permanencia en las cámaras legislativas?. Todo ello para no "profesionalizar la política" y no permitir que se pueda estar en la política parlamentaria - de forma legal -  quince, veinticinco, e incluso más años. 

¿Cuántas cosas cambiarían si se modificasen la ley electoral vigente en su reparto de escaños, la impunidad reconocida legalmente en nuestras leyes  así como los aforamientos igualmente reconocidos y las puertas giratorias permanentemente utilizadas?. El gravísimo acontecimiento ocurrido en días pasados nos ha recordado el uso de estas puertas fundamentalmente por los dos grandes partidos de nuestra clase política hacia puestos muy relevantes, sobre todo en las grandes compañías privadas energéticas.

La llamada "desjudicialización de la política" se lograría creando en las cámaras respectivas, comisiones de investigación sobre hechos puntuales que requiriesen llegar a conclusiones y dictámenes, con independencia de su posterior carácter punible si lo hubiese.

Sin olvidar, claro está, la cantidad de prebendas y privilegios legales muy alejados del conjunto social y, por tanto, con cierta, o bastante, carencia ética.
 Hacer frente a estas cuestiones nos colocaría en muy poco tiempo a años luz de la situación delicada en la que nos encontramos. Bastaría que los dos partidos principales acordasen estas elementales medidas con objeto de oxigenar la necesaria vida política del país hasta que los valores y principios democráticos junto a la legalidad fuesen las coordenadas de un sistema creíble y posible.

Sin costumbres y hábitos fuertemente enraizados a nivel colectivo, difícilmente vamos a hacer frente al potente tsunami que tenemos enfrente. Resulta  imposible realizar el diseño de un recorrido si no sabemos de donde partimos y  donde queremos llegar. 

Hace días en una tienda de comestibles me llamó la atención que unas simples y afamadas tortas " de toda la vida", fabricadas en un pueblo sevillano, llevasen como propaganda en su envoltorio el texto siguiente: "Legítimas y Acreditadas Tortas de Aceite". 

"Legítimas" es un término que va, incluso, más allá de lo legal y "Acreditadas" significa prestigiosas, reputadas, garantizadas, avaladas, etc. Parece ser que "lo legal y lo ético" ( incluso hablando de tortas de aceite ) son conceptos inseparables. En este caso, con objeto de mantener una producción excelente y un exitoso mercado.