Por delante de la casa de mis padres, y al levantarse justo a los pies del carril que te llevaba o te traía de Jerez, pasaba el mundo conocido. Se me viene a la mente el domingo lluvioso que vi llegar a ese morito, cargado de alfombras mágicas y radios futuras, por el camino de tierra sangre. Con sus pies llenos de barro y sus palabras limpias convenció a mi padre para que se quedara, por unas quince mil pesetas de entonces, con una de sus alfombras de Aladino que luego mis padres no pudieron encajar nunca en su pequeño salón.

También por ese mismo sendero y mismo horizonte, al que a lo lejos se distinguían las imponentes chimeneas de la fábrica de botellas, llegaba un día sí y otro también una extraña monja con acento asturiano que había cogido su sana costumbre de pararse a almorzar en nuestra casa antes de empezar su vueltecita por el barrio para no sé qué. Es verdad que siempre traía consigo una pequeña bolsa transparente con un huevo cocido, una mandarina y un pequeño bollo con dos rodajas de mortadela..., pero también es cierto que jamás comía de lo suyo ya que prefería -sin lugar a dudas aunque nunca se lo dijo a mi madre- el potaje que ella tenía siempre preparado. Incluso otro día, mientras mi madre barría el portal, pasó como un rayo una vaquilla; una becerra que había logrado escapar de la plaza portátil que se había levantado en el Rocío por sus fiestas de verano..., y claro está -como si fuese el mayor acontecimiento del siglo- todos los chavales corrimos detrás del pobre animal para alcanzarlo antes de que tropezara con uno de los muchos ancianos que ya debían de estar buscando el fresco con la caída de la tarde.

Pero aquella serpiente de arena que traía a gente de la ciudad también escupía, cuando el barrio era devorado por la noche, a muchos jóvenes que sin saberlo ya eran presa de la heroína...., y todos, sin excepción, pasaban por delante de mi casa y de mis ojos para esconderse entre los aramagos del descampado cercano. Allí..., en aquella oscuridad silenciosa donde se refugiaban los gorriones dueños del día y penaban aquellos muchachos víctimas de la noche se debatía la vida y la muerte en un juego desconocido hasta entonces; un combate sin apenas reglas pero con demasiadas heridas visibles; un juego mortal donde salió derrotada toda una generación de posibles amigos..., a los que nunca pude dirigir una sola palabra.

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