La triada divina

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

El Corte Inglés.
El Corte Inglés.

En este mundo no hay nada cierto, excepto la muerte y los impuestos. Fue Benjamin Franklin quien pronunció esta frase allá por su ajetreado siglo XVIII, una centuria que él recorrió, como saben, casi en su totalidad. Sus palabras nos evocan hoy la ineludible cualidad mortal del ser humano, así como la inapelable obligación del ciudadano de contribuir con el fisco. Cineastas como Woody Allen o Martin Brest han colocado esta sentencia alguna vez en los labios de sus personajes para mostrar el carácter inexorable a partes iguales del pago y de la parca. En nuestro entorno cotidiano, a ese equilibrado y siniestro dúo de humor negro habría que sumarle un tercer componente igualmente irremediable. Un elemento contra cuyo poder terrenal —y quién sabe si también esotérico— poco o nada puede hacerse; una fuerza suprema de la naturaleza imposible de obviar; un colosal gigante cuya bandera ondea con esplendor y determinación sobre nuestras cabezas. Sí, señores. Como ya habrá captado sobradamente el lector, el tercero en discordia está claro: El Corte Inglés.

Nada es indefectible salvo esa triada: la muerte, Hacienda y El Corte Inglés. La vida nos lo enseña a cada paso. Si un día nos aleccionaron sobre lo que era la Sagrada Trinidad y se afanaron en convencernos —sin mucho éxito, por lo general— de que Dios existe a la vez como Padre, Hijo y Espíritu Santo, creo que hasta hace poco no he llegado a comprender en profundidad aquella hipóstasis divina. A mí me ha ayudado a entenderlo El Corte Inglés y su poder incuestionable, solo semejante al de la muerte o la recaudación fiduciaria. No tenemos más que echar un vistazo a los periódicos o a las televisiones para detectar lo que nos cuesta encontrar una información en la que este titán aparezca tocado o hundido. Esta semana nos hemos topado —en algún medio digital y minoritario, como no podía ser de otro modo— con la noticia del ‘hackeo’ informático a la compañía que gestiona los patrocinios de este coloso empresarial. Esto ha permitido acceder a los gastos del Departamento de Relaciones Externas de El Corte Inglés desde el año 2011. Los datos que han visto ahora la luz muestran cómo la corporación ha patrocinado desde campeonatos de golf o vela hasta las Jornadas Mundiales de la Juventud Católica —lo que le permitió obtener beneficios fiscales por el 90% de la cantidad entregada a la Iglesia— o los caramelos de la Cabalgata de Reyes de la ciudad de Madrid. Entre los pagos, destaca peligrosamente el realizado en cuantiosas sumas a numerosos periodistas y afamados contertulios de este país. Si a esto añadimos además que el pasado año, El Corte Inglés fue el segundo mayor anunciante de los medios españoles (con un desembolso en publicidad de 76 millones de euros), entenderemos más aún la omnipotencia de esta deidad contemporánea. Se le paga al medio, se le paga al periodista y hasta se le paga a Dios. ¿Qué mejor manera puede haber de garantizarse una buena existencia mundana y supraterrenal? Solo él es capaz de poner tantos ceros a su plaza en el paraíso de los vivos y los muertos.

Comenzábamos estas líneas hablando de una triada omnipotente y permítame ahora el lector ir un poco más allá. Tal es la supremacía del gigante creado por don Dimas Gimeno que hasta luce su propia bandera con triángulo incluido, y sin necesidad de ponerle el ojo en el centro para reinar. Nada es pues tan inexorable como El Corte Inglés. Ni siquiera la muerte, ni siquiera Hacienda. Si no me creen, espero que basten algunos ejemplos. En 2015 supimos que una familia de Orihuela (Alicante) había descubierto que la cuenta corriente de sus padres, fallecidos en noviembre de 2000, seguía recibiendo mensualmente los ingresos de su pensión. Así había sido durante casi catorce años. Parece que la muerte no fue definitiva en ese caso. De igual modo, el gobierno de Grecia descubrió en 2011 que las familias de unos 4.500 funcionarios públicos fallecidos seguían cobrando sus pensiones a su nombre de manera fraudulenta. La muerte ha vuelto a defraudarnos. Se estima que cuatro mil empresas deben actualmente más de 15.000 millones a las arcas públicas. Todo apunta a que Hacienda no es insalvable tampoco. Así que tras tanto principiante, es un consuelo poder refugiarnos bajo el bicolor manto protector del único Dios verdadero.

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