Nada importa que el candidato de Iglesias para Madrid, y adalid contra la especulación, haya incumplido todos sus principios por una simple cuestión doméstica; el malo, como queda demostrado, es siempre el mensajero.
Por día que pasa estoy más convencido que en los momentos actuales la teoría de la conspiración se ha convertido en la piedra angular del manual del buen izquierdista. El conspiracionismo se ha convertido en fuente de inspiración para quienes desde el sentimiento de ser la izquierda verdadera, la “buena izquierda”, pretenden justificar los acontecimientos sobrevenidos en el panorama político español recurriendo a la acción de grupos secretos conjurados para alterar el normal desarrollo del presente histórico.
Pero este planteamiento, ampliamente estudiado ya desde el pasado siglo, choca frontalmente con esa otra teoría conocida como teoría de la justificación, que desde Platón afirma que para que una creencia constituya conocimiento legítimo y por tanto pueda ser considerada válida tiene que disponer de una justificación, deviniendo por tanto falsa toda aquella afirmación que carece de esa justificación.
Y en esas aguas es donde se libra en estos días la batalla por la preeminencia de la izquierda y también en el interior de algún partido de la propia izquierda, caso de mi partido, el Partido Socialista, y como no también Podemos.
El término conspiracionismo fue acuñado en la década de los ochenta del pasado siglo por Frank P. Mintz, para quien ese concepto implica creencia en la primacía de las conspiraciones en el desarrollo de los acontecimientos históricos, llegando a afirmar literalmente algo de plena actualidad en el discurso político de cierta izquierda española actual: “El conspiracionismo satisface las necesidades de diversos grupos políticos y sociales en EEUU y otras regiones. Identifica élites, las culpa por las catástrofes económicas y sociales, y asume que las cosas serán mejores una vez la acción popular las pueda remover de las posiciones de poder".
La reflexión de Mintz, aunque alejada más de treinta años del momento actual, viene como anillo al dedo para entender cual es el sustrato filosófico, sociológico y político que anima determinadas interpretaciones conspiracionistas a las que asistimos en estos días y que pueden tener su mejor exponente en la crisis vivida por el Partido Socialista y el “caso Espinar". Tanto el ex secretario general socialista, Pedro Sánchez, como el líder de Podemos, Pablo Iglesias, han coincidido en señalar que los acontecimientos que pueden marcar negativamente su futuro político derivan de una conspiración harto difundida que tiene como objetivo impedir el acceso al poder tanto de uno como de otro. Blanco y en botella, el devenir histórico no está determinado por elementos ajenos a la voluntad humana consciente sino que es fruto de la propia acción humana.
No estamos ante una mera coincidencia entre situaciones de dificultad política para uno y otro, ni tampoco ante una mera casualidad argumental, estamos ante una práctica largamente estudiada según la cual en un contexto como este, donde una teoría de la conspiración se ha vuelto popular dentro de un grupo social, ambos partidos políticos en su ámbito más reducido y el conjunto de la sociedad española en su ámbito más amplio, se produce un “reforzamiento comunal” que no es sino lo que ambos políticos pretenden conseguir para mitigar su imagen de debilidad extrema. Es aquí donde el manual del buen izquierdista encuentra en el conspiracionismo su razón de ser.
No importa que para ello se haya recurrido a la muerte de la verdad matando al mensajero, nada importa desde este prisma que Sánchez haya jugado a ganar, sin evaluar que pudieran pillarle su “órdago a la grande”, cuando sus cartas eran perdedoras, nada importa que el candidato de Iglesias para Madrid, y adalid contra la especulación, haya incumplido todos sus principios por una simple cuestión doméstica; el malo, como queda demostrado en esta tesis, es siempre el mensajero.
