La Ley de Godwin

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Circula una teoría que sostiene que una larga discusión irresoluble se zanja cuando uno de los interlocutores llama al otro nazi o similar.

Circula una teoría que sostiene que una larga discusión irresoluble se zanja cuando uno de los interlocutores llama al otro nazi o similar. La Ley de Godwin, en honor al abogado estadounidense que la ideó, afirma que en un grupo de discusión ésta caduca (se cierra el hilo, hablaba él) cuando uno de los participantes menciona a Hitler o a los nazis. También decía que el primero que hacía esa analogía quedaba descartado automáticamente para debatir pues, como se ha dicho, la discusión quedaba caduca. Hoy en día no es necesario alargar la discusión en exceso. Si no entra dentro de su esquema mental lo primero que estás planteando, ya eres directamente un fascista. No tenemos tiempo ni siquiera para pensar que podamos oír algo que no queremos escuchar por parte del otro. Hay enormes confusiones y conflictos por falta de comunicación, cuando precisamente más canales de comunicación tenemos. ¿Cuántas veces has tenido una discusión por WhatsApp que ha acabado con un ‘esto si nos hubiésemos llamado no habría llegado tan lejos?

En la prensa, el fenómeno aún es más acusado pues en muchos casos hay creyentes antes que lectores; y para colmo, merodean no creyentes y no lectores que, en cambio, sí tienen la potestad infinita de lapidarte en las redes a las primeras de cambio. Como una devolución en caliente. Sin necesidad de que alguien previamente modere sus comentarios. Viene esta reflexión al caso de los sucesos de estos días en el Estado de excepción que tratamos de sortear. El sábado antes del aciago 1-O bajé del Metro en la estación de Antón Martín. En las escaleras de la salida me topé con un trío de pequeñajos impregnados con los colores de la bandera española. La mayor de ellos, una niña que contaría con apenas ocho o nueve años, enfundada con la camiseta de la selección, me miró a los ojos y me espetó: “¡Viva España, viva el Rey; putos catalanes!”. Me quedé callado y seguí subiendo cada escalón, pero sus ojos volvieron a clavarse en los míos para interpelarme: “¿Qué pasa, es que no eres español?”. Confieso que me dejó en shock. Y aún sigo. He tenido que contar la ¿anécdota? a familiares y amigos para testar mi grado de paranoia, pero todos coincidían en mostrarse horrorizados ante tan perversa situación.

Alfonso Guerra ha comparado este miércoles la utilización de los menores en Cataluña a propósito del procès como una suerte de creación de juventudes hitlerianas y, al momento, ha vuelto a aparecer la imagen de esa niña en mi cabeza. Como una de las siniestras hermanas gemelas de El resplandor versión ultra. Y he pensado que esa honda fractura social en Cataluña ya empieza a extenderse como una mancha de aceite por todo mi país en un desasosegante clima guerracivilista donde, digas lo que digas, a alguien puede sonarle fascista (y por tanto subversivo y amenazante) desde el minuto uno. Pero es que al oírle eso a Guerra (qué apellido), también me acordé de la Ley de Godwin. Y luego he caído en la cuenta de que Rafael Hernando, diputado del PP, también empleó ayer esa expresión para referirse a que la huelga general de este pasado martes en Cataluña era “de corte nazi”. Y entonces, me ha recorrido un escalofrío y he pensado que un hipotético diálogo con estos interlocutores de tres al cuarto ya ha muerto antes de nacer. ¿Serán, entonces, los máximos mandatarios de la Caixa, Banc Sabadell y Mercadona, entre otras, quienes finalmente tengan que venir a salvarnos? Hacendado es mi pastor, nada me falta.

He repasado la prensa generalista de hoy, poniendo especial dedicación en las columnas de firmas tan dispares como las de Manuel Jabois, Sandra León, Isabel Coixet, Alfredo Pérez Rubalcaba, Federico Jiménez Losantos, Raúl del Pozo, y Antonio Lucas, entre otros. Solo la de Lucas me ha inquietado. Habla de que estos días la soledad es multitud. Y no recuerdo si lo dice, pero la soledad impuesta también puede dar mucho miedo. Y yo me siento muy solo en medio de un debate de sordos y ciegos. De fanáticos, en definitiva. Dicho sea esto, con todo el respeto para los sordos y los ciegos. No sea que me llamen nazi y me hagan contestar con la cita falsamente atribuida a Voltaire que dice aquello de estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.

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