La foto sin la foto ‘en la casa del padre’

El acto institucional del Ayuntamiento de Jerez en memoria de José Manuel Caballero Bonald acabó con la foto del homenajeado arrinconada y sin la presencia del alcalde —que no fue invitado— que más hizo por reencontrar al intelectual con su tierra natal

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Imagen oficial difundida por el Ayuntamiento de Jerez del minuto de silencio en la Fundación Caballero Bonald, e imagen con la foto del autor que se colocó en la institución, subida a las redes por Josefa Parra.

El ex delegado de Cultura del Ayuntamiento de Jerez, Mariano León, hacía pública estos días la carta de agradecimiento que José Manuel Caballero Bonald le remitía en enero de 1983 (¡ya ha llovido!) en relación a la incoación del expediente para nombrarle Hijo Predilecto de la ciudad. “Te ruego que saludes en mi nombre, con un especial afecto y solidaridad, al alcalde, y si te parece oportuno, le des a conocer en su momento los términos de esta carta. Gracias otra vez”, firmaba Caballero Bonald, que se encontraba en aquel momento desolado por la muerte de su madre. Aquella carta reflejaba que, de un Consistorio predemocrático donde no eran precisamente los intelectuales los que recibían tales honores y distinciones de su ciudad, se había pasado, por mor de la siempre controvertida Transición, a una etapa de luz y clarividencia que hacía justicia a quienes como Caballero Bonald no habían hecho más que gastar la yema de sus dedos en teclear palabras en libertad.

“La verdad es que, desde que publiqué mi primer libro, nunca recibí de Jerez ningún reconocimiento hacia mi labor literaria, no ya en razón de sus supuestos méritos —que eso es lo de menos— sino porque buena parte de ella está enraizada, física y mentalmente, en la tierra donde nací. Siempre he comprendido muy bien ese desapego durante tantos sombríos años, ya que ni mi obra ni mi persona podían ser estimadas en modo alguno por quienes representaban oficialmente lo contrario de lo que yo defendía”, exponía el escritor al aceptar el reconocimiento municipal a principios de los 80 del siglo pasado.

Tiempo después, tan conocido es que España entierra muy bien a sus difuntos como notorio es que hay un desquiciado frenesí por aparecer en las fotos a toda costa para alimentar el ego antes que, como en este caso, honrar la memoria de los difuntos. A uno, que desgraciadamente ya pocas cosas le sorprenden, no deja de incomodarle y entristecerle ver ciertos comportamientos como los vividos este pasado lunes ante un minuto de silencio y un acto a la memoria del insigne escritor jerezano, fallecido a los 94 años de edad en su casa de Madrid apenas 24 horas antes.

En el entarimado de la fundación pública que lleva su nombre en la calle Caballeros, institución que verdaderamente ha puesto culturalmente a la ciudad en el mapa en las últimas décadas, estaba un caballete con una foto del honorable José Manuel Caballero Bonald (¿y esa manía de que quien probablemente ni siquiera haya abierto un libro suyo le llame Pepe con total confianza no otorgada?) que finalmente, ante la avalancha de cargos públicos y políticos de todo signo y condición, quedó sepultada al fondo mismo del escenario, dejando una triste estampa, cruel y metafórica, de lo que en el fondo a nuestros dirigentes políticos les importa la cultura y, peor en este caso, la figura del Premio Cervantes.

Tan arrinconado como Caballero Bonald, también entristece ver que al acto no fuese invitado el alcalde que más hizo para que el intelectual se reencontrara tantos años después con su tierra natal, a menudo tan ingrata e inhóspita para muchos de sus hijos, sobre todo con aquellos que son capaces de pensar por sí mismos y huir de la estulticia y la mediocridad que a menudo lo inunda todo. Pedro Pacheco, el alcalde al que Bonald agradecía en su carta a León la idea de ser considerado con los máximos honores de la ciudad, no fue invitado al acto. Pacheco, que a sus 72 años habrá sido muchas cosas malas y habrá tenido miles de defectos, fue quien ordenó aquel homenaje en vida con la máxima distinción honorífica de su ciudad natal, quien ordenó constituir y mantener su fundación con cargo al Ayuntamiento, quien quiso que un instituto público llevara su nombre en el municipio y quien mandó dedicarle una de las avenidas nobles de la expansión al Norte de la ciudad. Sin embargo, también fue arrinconado en el acto. “Se me ocurrió pensar de repente que hay muertos que cumplen años más rápidamente que otros y que el que estaba allí se había hecho viejísimo en una sola noche”, escribió Caballero Bonald en La casa del padre, una de sus novelas más celebradas que nos hablaba mientras reposaba cogiendo polvo en una ajada estantería de su fundación.

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