La pena de muerte nunca es una solución

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Como cada 10 de octubre, Amnistía Internacional se unió al movimiento abolicionista conmemorando el Día Mundial contra la Pena de Muerte. Todo sigue igual al año pasado: unos "20 países" condenaron a muerte o ejecutaron a personas por delitos relacionados con el terrorismo (Arabia Saudí, Argelia, Bahréin, Camerún, Chad, China, Egipto, Estados Unidos, India, Irak, Irán, Jordania, Kuwait, Líbano, Pakistán, República Democrática del Congo, Somalia, Sudán, Túnez y EAU). En lo que llevamos de año 2016 Amnistía Internacional ha documentado el aumento considerable de las penas de muerte, pero casi todos los casos son llevados con absoluta discreción para así evitar, que se hagan de dominio público.

Estas condenas han demostrado que no resuelven las causas fundamentales de los ataques violentos que se realizan, sino todo lo contrario, solo agravan las injusticias, el sufrimiento y alimentan un círculo vicioso con estas condenas a muerte, sin hacer justicia a las víctimas y causando aún más sufrimientos. Todo lo que gira alrededor de la pena de muerte es la expresión máxima de pena cruel, inhumana y degradante, y es casualmente todo aquello que nos horroriza y genera desazón en el mundo que vamos viendo desarrollarse cada día, contrariamente a los valores que defendemos.

El pasado 10 de octubre en los cines Palafox de Madrid se proyectó el cortometraje The Resurrection Club, que cuenta la historia de cuatro hombres que, tras pasar varios años en el corredor de la muerte en Estados Unidos por crímenes que no habían cometido, fueron exonerados y recobraron la libertad. El corto es un canto a la capacidad del ser humano para hacer frente a la adversidad, sobreviviendo a un sistema cruel que ha legalizado el asesinato, y dedicando su vida tras sus exoneraciones a un activismo que no pide venganza, sino justicia.

Otro caso llamativo se produjo a principios de junio de 2015, cuando detuvieron a Omar y a sus amigos Israa y Sohaib, cuando salían a cenar. Omar compaginaba sus estudios de ingeniería con su trabajo en una empresa militar. No tenía nada que ocultar, salvo un secreto. Su padre había muerto el 14 de agosto de 2013. En Egipto basta con pronunciar esa fecha para que todos entiendan. Había muerto en la plaza de Rabaa Al Adawiya, como cientos de simpatizantes de los Hermanos Musulmanes que exigían el retorno del presidente depuesto Mohamed Morsi. “Hasta ese día, Omar no había ido ni una sola vez a Rabaa. No se identificaba con esa sentada; pensaba que no iba a solucionar nada”, comenta su madre.

En las instalaciones militares donde lo retuvieron, se ensañaron a golpes, pero Omar no tenía nada que confesar, salvo aquel secreto. “Cuando el oficial se enteró de que mi padre había muerto en Rabaa, ordenó a otros agentes de rango inferior que me desnudaran”, relató Omar a Amnistía Internacional. Acabó diciéndoles todo lo que quisieron escuchar después de horas de torturas, “que era miembro de una célula terrorista” y mucho más. Cuando reapareció en la cárcel de Tora y se le permitió recibir visitas, cuenta su madre que se le había encanecido el pelo y le temblaban las manos, como a un viejo.

Las desapariciones forzadas en Egipto son de tal magnitud que Amnistía Internacional las califica de “política de Estado” en una investigación reciente. Las fuerzas de seguridad secuestraron a activistas políticos y a personas corrientes, estudiantes, como Omar. Entre tres y cuatro personas desaparecen cada día. Según las organizaciones de derechos humanos independientes, aquellos de los que se vuelve a tener noticias reaparecen generalmente en alguna prisión, atrapados en investigaciones judiciales, tras confesar bajo coacción y a partir de ello dificultando cualquier defensa que se les pueda otorgar.

A muchos, al leer sobre la pena de muerte, puede invadirnos la ira porque no podamos creer en qué se está convirtiendo este mundo en el que muchos permanecen inactivos. Nos parecerá que cualquier cosa que hagamos será inútil porque no será posible mejorarlo en unos días. Pero, si actuamos, si no nos quedamos en casa, y no nos limitamos a quejarnos por las noticias que nos llegan, sólo así, si actuamos, seremos parte de la solución y no del problema.

En Amnistía queremos y podemos ser tu llave. Queremos ser la llave que dé paso a tus palabras, queremos ser el altavoz que permita que tu voz crítica ante violaciones de derechos humanos, realmente se pueda oír alta y clara.  No te limites a indignarte. Sé tú también parte del cambio. Nosotros queremos dar voz a los que nunca son escuchados, queremos hacer llegar a los gobiernos tu visión de un mundo más justo, con derechos más igualitarios para todos, un mundo en el que no haya juicios sin investigaciones objetivas e imparciales y en el que la pena de muerte sea erradicada definitivamente, un mundo en el que matar a alguien no se considere justicia.  En Amnistía Internacional siempre decimos que “el mundo puede cambiar, pero no va a cambiar solo”. Para erradicar la pena de muerte también te necesitamos a ti, TODOS JUNTOS PODREMOS ERRADICARLA.

Artículo de Tania Carolina Paiva, activista del equipo de medios de comunicación de Amnistía Internacional Andalucía.