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La actitud ambigua en algunos sectores de la izquierda respecto a los derechos humanos se ha expresado con frecuencia como cuestionamiento de su universalidad, aunque no sea explícitamente. La repetición con la que todavía escuchamos que los derechos humanos son un invento occidental y que en otras culturas y países hay que ponerlos en cuarentena, es una de las derivadas a las que nos referimos. Se trata de la muy extendida asimilación acrítica del hecho cultural, aun en aquello que no se compadece para nada con los derechos humanos, porque se entiende que tales expresiones culturales no hay que contemplarlas en general bajo la lupa de los mismos. Sin embargo, curiosamente, lo que se acepta o “comprende” en otros países resultaría absolutamente intolerable en el nuestro.

Preocupa también en relación con el carácter universal de los derechos humanos nos resulta -por actual y extendida- la regla de la ley del embudo o el doble rasero a la hora de mirar su cumplimiento. Lo hace de forma descarada la derecha y todos los poderosos de este planeta (“es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”). Pero desgraciadamente es moneda corriente entre alguna gente comprometida de la izquierda rupturista. Lo que se considera intolerable por parte de Israel o EEUU resulta comprensible e incluso se puede apoyar si es un país u organización que se considera “de nuestro bando”. La tremenda insensibilidad ante la masacre producida por el régimen sirio es un ejemplo de lo que digo. En esos juegos de “bandos” las víctimas son más víctimas o menos víctimas depende de donde caigan.

Doble rasero que se extiende peligrosamente a cuestiones de franca actualidad en nuestro país como la libertad de expresión o el sistema judicial, a lo será necesario referirse en otra ocasión.

Si algo ha habido en la izquierda es riesgo, abnegación y sacrifico en la lucha por el cambio social. Incluso muchas veces con el resultado de decenas de años de cárcel e incluso la muerte ante un pelotón. Y sin embargo ha habido una especie de esquizofrenia, porque esa vertiente moral implícita convivía conflictivamente con una desconsideración explícita del impulso moral, pues se pensaba que la lucha de clases y la “revolución” entendía poco de moral al fin y al cabo.

Esta idea está hoy afortunadamente muy desprestigiada, pero sigue teniendo sus continuidades más sutiles en forma de un exacerbado politicismo para el que el humanismo es un sentimiento débil y la compasión mirada como sensiblería. La asistencia a los más débiles es así frecuentemente desconsiderada porque se argumenta que se limita a las consecuencias y no se enfrenta a las causas. La política es considerada sólo o sobre todo como lucha por el poder -para lo que cualquier medio puede tener utilidad- y el humanismo no pocas veces juega un papel exclusivamente instrumental para ello.

Vuelvo al principio con una última reflexión en torno a algunas actitudes de izquierda ante los derechos humanos. Los derechos humanos son derechos individuales, de las personas… Pero para la izquierda, en tanto que aparecían formando parte del ideario político liberal, se situaban en un plano inferior al de la realización colectiva del cambio social. Y hoy -en crisis la idea misma del cambio revolucionario en un sentido fuerte del término- tiene gran influencia entre las personas comprometidas la reivindicación de los llamados “derechos colectivos” de amplias resonancias comunitaristas, en las que muchas veces ha bebido la izquierda. Se trata de un tema de gran actualidad sobre el que -también- me gustaría volver en otra ocasión y sobre el que tengo una visión bastante crítica.

La izquierda es la que puede fundirse con los derechos humanos. Para la derecha y los defensores del capitalismo los derechos de las personas son simplemente instrumentales. No deben serlo para la izquierda.

Tenemos que hacer efectivamente de los derechos humanos una bandera irrenunciable; la izquierda no puede proponer un proyecto -y una práctica- que no respete escrupulosamente todos los derechos para todas las personas. Es situarse en el campo de un humanismo radical en rebelión frente al destino fatal que nos preparan los poderosos. Es trabajar radicalmente por humanizar esta sociedad deshumanizada, por humanizar la política, por humanizar la lucha en la que estamos embarcados para la transformación social. Es concebir los derechos humanos de forma abarcadora e integradora, como ideal de emancipación al tiempo que como programa de alternativas y cambios sociales cada vez más imprescindibles.

Pero ello, todo ello, nos obliga a la izquierda a ser capaces de mirarnos a nosotros mismos de manera autocrítica, sin complejos, sin autocensuras derivadas del temor de dar razones al enemigo. E implica una actitud consecuente de tolerancia cero con la violación de los derechos humanos sea quien sea el responsable. Sin dobles raseros.

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