La güija

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Volvió a repetir la pregunta, y nada más concluirla, aquel vasito comenzó a temblar y se dirigió, lentamente pero sin vacilar, a la palabra Sí.

Siempre quise estar presente en una sesión ‘ouija’. Para quién no conozca esta práctica, la ‘güija’ ó ‘ouija’ es un tablero dotado de letras y números con el que, supuestamente, se puede establecer contacto con otros ‘entes’, llámense espíritus, energías, seres extraterrestres, etcétera. En Occidente se viene practicando desde finales del siglo XIX y últimamente muchas personas lo consideran simplemente un juego con el que pasar el rato, pero no es un juego, pues puede afectar negativamente si se hace un mal uso. Hay casos en los que las personas participantes tuvieron a posteriori algún tipo de problema psicológico.

Como iba diciendo, tenía muchas ganas de saber qué se experimenta en esas sesiones de ouija y aprovechando que unos conocidos iban a realizar una sesión, pedí que me invitaran, y así fue. Tengo que decir que me envolvió una cierta incertidumbre, pero sabiendo que las personas con las que iba a estar en esa práctica era gente seria y curtida en estos asuntos espíritas, me quedé un poco más tranquilo e intenté relajar mi escepticismo.

A las once de la noche de un jueves de enero me vi sentado alrededor de una mesa camilla y frente a la archifamosa tabla ouija. Estaba acompañado por dos personas que me informaron de cual sería mi papel, aparentemente sólo tenía que poner un dedo en una especie de vasito pequeño. Después de unos cinco minutos esperando a ver si aquello se movía, una de las personas que allí se encontraba lanzó la primera pregunta: ¿Hay alguien que quiera comunicarse con nosotros? En ese momento, no sé por qué, me entraron unas irresistibles ganas de soltar una gran carcajada, serían los nervios del momento. Menos mal que me pude contener, si no, seguramente me hubieran echado de la casa.

En fin, el caso es que aquello, después de un prudencial minuto de silencio, no se movió ni un centímetro. Volvió a repetir la pregunta, y nada más concluirla, aquel vasito comenzó a temblar y se dirigió, lentamente pero sin vacilar, a la palabra Sí. Yo miraba a mis compañeros de mesa con el rabillo del ojo, porque pensaba que lo estaban moviendo ellos. Unos segundos después, le preguntó cuál era su nombre. Aquí fue cuando me retiré del mal llamado juego, pues al instante de realizar esa pregunta, el vasito salió disparado contra la pared generando una gran sorpresa entre los presentes, circunstancia que aproveché para levantarme, dar las buenas noches apresuradamente a mis amigos y coger la puerta sin mirar atrás, como si no hubiera un mañana.

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