Un terminal de Huawei
Un terminal de Huawei

La llegada de las redes 5G es uno de los hitos tecnológicos más esperados. Los primeros destellos de los beneficios del desembarco de esta nueva tecnología se pudieron ver a principios de 2019 en eventos como el CES de Las Vegas y el Mobile World Congress de Barcelona. Pero cuando creímos que estábamos listos para presenciar una nueva revolución tecnológica, un giro por parte del gobierno estadounidense puso un freno al avance.

El pasado mayo, el presidente Donald Trump pateó el tablero al anunciar el veto al gigante tecnológico Huawei, siendo este casualmente uno de los actores centrales del desarrollo de la infraestructura del 5G. ‘Guerra Fría digital’, ‘la geopolítica del 5G’, son algunos de los apodos que se usan para describir este nuevo capítulo de la guerra comercial entre Estados Unidos y China que toca muy de cerca a la Unión Europea, una región que aún se encuentra rezagada, si de avances tecnológicos hablamos.

La rivalidad entre Estados Unidos y China en materia de comunicaciones y más específicamente en lo que concierne a la implantación mundial de la tecnología 5G, escaló a un nuevo nivel en mayo de este año. Pero el caso de Huawei hace tiempo que venía gestándose. Estados Unidos hace tiempo que venía sembrando dudas sobre supuestas prácticas de espionaje por parte de la compañía china.

Pero a pesar de los intentos de Estados Unidos de obstaculizar el crecimiento de la compañía de Shenzhen, ésta logró consolidar su expansión y convertirse en el referente mundial del desarrollo de las infraestructuras de quinta generación de telefonía móvil. Una amenaza para Estados Unidos que finalmente encontró una forma de restringir su expansión al incluir a la compañía en el listado de riesgos para la Seguridad Nacional, bloqueando además sus lazos con empresas norteamericanas como Google, Qualcomm e Intel. Una decisión que dejó en claro que la carrera por el 5G se había convertido en el campo de batalla en el que se libraría la guerra entre las dos grandes potencias y en la que Europa tiene un lugar secundario.

Como en todo el resto del mundo, la llegada del 5G generó una gran expectativa en Europa. Desde que en 2016 la Comisión Europea estableció su visión 2025, quedó claro que el futuro del viejo continente estaría marcado por la llegada de estas nuevas y revolucionarias redes. En ese entonces, la Comisión comunicó su estrategia sobre conectividad y selló su objetivo para 2025: cobertura ininterrumpida de 5G para todas las zonas urbanas y las principales vías de transporte terrestre. Aunque ahora, con la incertidumbre que rodea el desarrollo de las redes 5G es difícil saber si se podrán respetar los plazos previstos.

El veto impuesto por Estados Unidos a Huawei tiene una repercusión directa en Europa y ni hablar en España, donde el gigante de las telecomunicaciones lidera las ventas de móviles. Esta dominancia de Huawei en Europa se ve reflejada en los números. Actualmente, más de la mitad de los contratos que la compañía ha firmado para suministrar equipos 5G de próxima generación son con operadores europeos. De hecho, a principios de este mes, Huawei ayudó a que Mónaco se consagrara como el primer país de Europa en lanzar la red 5G. Un logro que hubiese quedado imposibilitado si la Unión Europea le hubiera seguido la corriente a Estados Unidos.

Huawei es un socio fundamental a la hora de cumplir con los objetivos sentados para Europa. Según un informe de la GSMA, un eventual veto de Europa a la compañía aumentaría el costo de las redes 5G en 55 millones de euros y también retrasaría la implantación de la tecnología en unos 18 meses. Lo que no solo significaría un impacto económico negativo, sino que también incrementaría la brecha entre la UE y Estados Unidos en lo que respecta la penetración del 5G en más de 15 puntos porcentuales en 2025. Un lujo que Europa no puede darse, dado que ya está bastante detrás en la carrera, no solo del 5G, sino de la innovación tecnológica en general. Si bien la economía digital europea crece a un ritmo siete veces superior al resto de la economía, Europa aún no está a la altura de los avances de Estados Unidos y China.

Europa ya corre con desventaja en la carrera del 5G y no puede perder la única posibilidad que tiene de acelerar su despliegue. Seguir la corriente de Trump podría costarle más caro de lo que se imagina y afortunadamente, algunos líderes europeos lo comprenden a la perfección. Desde el Reino Unido aseguraron que no vetarán a Huawei luego de que se concluyera que no existen razones técnicas para prohibir los productos y servicios de la compañía. Quien sumó su apoyo también, ha sido Angela Merkel, quien se mostró tajante al decir que si Huawei cumple con todos los requisitos, entonces puede participar en el despliegue de la red 5G en Alemania. También se han alineado con esa postura, Francia, Países Bajos y Bélgica que ha llevado a cabo su propia investigación cuyo resultado demostró que no existen amenazas a la ciberseguridad por parte de Huawei.

La presión estadounidense para que sus aliados europeos bloqueen los servicios de implantación de redes 5G de Huawei ha sido fuerte. Aunque los argumentos de Estados Unidos para sostener que Huawei podría estar involucrada en espionaje son débiles. Lo que resulta irónico es que es precisamente Estados Unidos quien cuenta con un historial de acusaciones por haber espiado a representantes y altos cargos de la Unión Europea durante décadas.

Hasta el momento, Europa ha demostrado que no se doblega frente a las injustificadas acusaciones del gobierno de Trump. Seguir en esta línea es fundamental. Europa y sobre todo España, no deben descuidar sus intereses que lejos estarán de concretarse si se siguen los pasos de Estados Unidos y se sanciona a las compañías capaces de dirigir los cambios.

La jugada de Trump para obstaculizar a Huawei no es más que una movida desesperada por frenar el desarrollo tecnológico chino. Frente a ello, la Unión Europea debe unificar su estrategia y plantearse qué camino tomará para acortar la larga carrera hacia la digitalización, priorizando sobre todo el espíritu de comercio libre y justo.

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